En una cruzada por llevar a acampar sobre la nieve a un querido amigo que no conoce tanto del mundo cordillerano, planificamos esta salida absolutamente no tradicional, que más allá del espíritu deportivo, fue concebida como un encuentro con la naturaleza, un disfrute en “slow motion”, una caminata tranquila y bien conversada, a pesar de las pesadas mochilas con equipo de camping. Llevamos con nosotros abundantes y variados manjares culinarios, todo sobredimensionado para un cerro corto y con estadía de una noche, pero necesario y apreciado al momento de compartir en ronda junto a la cocinilla. En tiempos donde este tipo de cerros se han vuelto una salida mañanera rápida para volver a almorzar a Santiago, ¿quién se toma el tiempo para recorrer estos paisajes salvajes y todavía desconocidos para muchos, deteniéndose las veces que sea necesario, para recuperar el aliento, terminar una frase, degustar un trozo de chocolate, apreciar el cambio de luminosidad y simplemente ser, en esa naturaleza vasta y profusa?. Eso fue justo lo que hicimos, en perfecta sintonía de cordada, y tras instalar nuestra carpa en el plateau previo a la cumbre, con grandiosas vistas del nevado Manchón y Cortaderas, recibimos los saludos de trekkeros que bajaban y subían, y que se sorprendieron de esta poco usual idea de camping. El día domingo, después de un apetitoso desayuno, subimos hacia la cima (primer Canoitas de Rodrigo, quien estoicamente llegó a la cumbre y se maravilló con lo que entregan las alturas de nuestras montañas), y compartimos con un alegre grupo de la Municiplaidad de Lo Barnechea durante más de una hora.