Comenzamos a caminar alrededor de las 8:30 desde la Parcela 16-B del Camino a Chicauma, lugar donde dejamos los autos estacionados. En cuestión de minutos alcanzamos la curiosa estructura metálica que marca el inicio del sendero, visible desde la carretera. La primera parte de nuestro recorrido transcurre por un camino para camionetas, ancho, de suave pendiente, con abundantes arbustos y pasto que tiñen de verde el paisaje alrededor. Tras algo más de una hora de caminata, el final de este camino marca el inicio de la ascención del cerro propiamente tal, por su ladera sur. A partir de este punto, paulatinamente comenzamos a internarnos en una mezcla de bosque esclerófilo y roblerías, siempre por un sendero húmedo, de terreno blando. No deja de asombrarnos la presencia de un viejo roble en medio del sendero, muy ancho y alto, imponente. Ya arriba, casi saliendo del bosque, algunos manchones de nieve dura alimentan nuestro anhelo de ver la laguna. Una pausa para reunir el grupo antes de dejar atrás la roblería y hacer frente a la última parte del camino, una corta subida que desemboca en una amplia planicie de terreno arenoso, con abundantes rocas, tras las cuales se encuentra emplazado el lecho de la laguna. Lamentablemente, la laguna está muy disminuida y su volumen de agua es notablemente menor que el que observamos en nuestra anterior visita, en octubre del año pasado. Ojalá que las esperadas lluvias invernales ayuden a recuperar su nivel. No obstante ello, disfrutamos la tranquilidad del lugar (momentáneamente interrumpida por un grupo de baguales que correteaban alejados de nosotros), un sol a esa hora todavía radiante y las hermosas vistas hacia la Cordillera de Los Andes. De regreso en Santiago, nos reunimos en Elkika para reponer energía y finalizar la jornada con una buena conversación, lo que para muchos en el grupo significó su primer “tercer tiempo” de una salida con el DAV.