Novedades

Breve historia de un testimonio de cumbre

El 12 de julio pasado, murió en Santiago Jorge Quinteros Mira, sin duda uno de los espíritus más libres y transversales que ha tenido el andinismo chileno.

Tuve la fortuna de conocerlo el otoño del 2023, cuando a lo largo de varias entrevistas en la vieja casa de piedra encaramada en la ladera poniente del cerro Pochoco en el Arrayán, fuimos armando una conversación que perduró más allá de esos encuentros filmados.

Hacer películas es un arte –o un oficio– de la gestión del tiempo, que comparte varias estrategias con el montañismo. Estudiar y visualizar una ruta, es como construir un storyboard, donde el guion asume –o no– su posición en la construcción historia del relato de esa montaña. Conocer a Jorge a sus 91 años es, a su vez, entregarse a una contemplación y planificación del tiempo, del presente, y del contenido en sus más de 70 años dejando huella en la historia andina. Por él fluyen imágenes de una naturaleza retratada en diapositivas como fondo de múltiples encuentros detallados en las anécdotas menos heroicas. Es la 4ª entrevista, para la cual estoy citado a las 10am. Su hijo Iván me aconseja esperarlo, porque estaba levantándose. A las 10h30, aparece Jorge encorvado en su bastón, y me pide que lo acompañe a prepararse el desayuno, la misma ración que se hacía todas las mañanas: jugo de plátano con naranja, miel y probablemente avena. Registro parte de la faena de preparación. Un brevísimo extracto de esta escena aparece en mi película Granito: Los Conquistadores del Vacío. La preparación dura, probablemente, 45 minutos o más.
Luego, prepara café, en olla.
La luz de otoño en la precordillera de Santiago avanza suavemente y, así las cosas, la entrevista no parte antes de las 13h.

Al término de esta, Quinteros quiere que lo lleve a la plaza San Enrique. Baja los irregulares peldaños de piedra, por lo menos dos pisos, bien afirmado de una cuerda fija, cuál descenso de una montaña del Himalaya. Dejo a este hombre estoico pero reducido, porfiadamente autovalente, pensando en la paradoja entre historia y fragilidad. Es el año 2023, y esa tarde de otoño, en el viejo punto de encuentros de arrieros y pirquineros, Jorge Quinteros acarrea en su bolsa de mano los Campos de Hielo, el Gasherburn 2, el Everest, la cordillera Blanca, los Andes, varios volcanes, cintos de glaciares, hielos patagónicos y la misma antártica. Incluso, La Pérgola de las Flores.

Agosto 2024. La familia de Jorge ha decidido donar parte de sus libros de montaña a la biblioteca del DAV, probablemente el lugar con más memoria andina de este lado de la cordillera.
Desfilan viejos títulos como “Las Maravillas del Mundo y del Hombre”, “Expedición al Himalaya”, clásicos como “La Montaña no Quiso” de Saint-Loup, “Viaje al Polo Sur” de Nordenskjold o “Más Alto que los Cóndores” de Ostrowski. Quien se interese en este tipo de literatura, sabrá de qué cosecha estamos hablando.

Pero más allá las hojas avejentadas o lomos prácticamente desechos por el tiempo, la historia se devela entre esas páginas. Garabatos por aquí y por allá, varios textos subrayados y de pronto, un par de pequeños documentos, amarrados por un clip:
Una tarjeta de visita de Julio Haberland, con un escrito en lápiz a mina: 24 del 11 de 1957, Club Alemán de Excursionismo, Wolfgang Förster.
Luego, otro papel: Altar Falso, 4650 mts, 13ª ascensión. José Antonio Ambrus, y Jorge Maureira. 17 de febrero -68.
Es en este tipo de hallazgo donde se encuentra el grial, cuando frente a nuestras narices se unen los puntos sueltos en el tiempo, como constelaciones imaginarias que orientan y ordenan estas misiones autoimpuestas con los vestigios. Se conecta este vestigio de una cumbre lejana en el tiempo y la biblioteca del club.

Le envío una foto a uno de los mencionados.

“¡Hola Philippe!
¿Cómo se salvó este papelito del retiro? – supongo que alguien lo retiró hace años y lo guardó como recuerdo.
Jorge Maureira, ayudante de prospector esforzado, minero, domador de caballos y eventualmente cuatrero, me acompañó en esta y otras ascensiones por esa zona.
Aún deben quedar testimonios míos en algunas cumbres, podrías ofrecer un premio quien llegue con alguno.
Por ejemplo: Puntillas I y II del Azufre, Cerro Portillo, Punta El Hombro, Punta Chávez, Picarte Norte y tal vez alguna más.
Según los espíritus de las alturas, cuando mi último testimonio desaparezca de las cumbres, yo también desapareceré diluido por los vientos de las alturas.
Un gran abrazo desde Santa Cruz (Colchagua) donde vinimos a pasar unos días a catar vinos y conocer el pueblo y las viñas (¡no las conocía!)“

Joseph Ambrus, 5 de septiembre de 2024.

En cierta forma, la aprehensión de la montaña, a través del recorrido consciente, cognitivo y reiterativo de las huellas ancestrales, así también como de la conquista de las cumbres vírgenes, tiene cierta relación con la domesticación del jardín en la historia, la comprensión de la naturaleza y, probablemente, el encuentro de un sosiego para la humanidad. JB Jackson acota en su libro La Necesidad de las Ruinas, cómo el jardín satisface las aspiraciones de la existencia cotidiana: trabajo compartido con unos pocos compañeros, familiares o vecinos, trabajo que tiene la cualidad, la medida y la capacidad, en el mejor de los casos, de humanizar un pequeño fragmento de la naturaleza.
Los testimonios quedan como apachetas. Cuando el montañista baje los últimos de Ambrus o Quinteros, sus nombres estarán lejos de desaparecer, a menos que olvidemos los códigos de la montaña y dejemos de agregar las piedras desprendidas de las ruinas de las alturas.

Philippe Boisier, septiembre 2024.