Expedición a los Picos del Barroso de 1948
De estas horas cumbre les quiero contar hoy, horas en una cima solitaria que, aunque nos costó trabajo duro conseguirla, siempre ha seguido siendo capaz de darnos algo. Debe ser un misterio cómo se sube este cerro que nos llevó a una región desconocida donde cualquier cosa, excepto alguna ganancia material, era de esperar. Así que hoy van a escuchar de una expedición que nosotros realizamos en febrero de ese año a la zona del Barroso. Los llamados Picos del Barroso forman un extenso macizo de la cordillera limítrofe que tiene varias cumbres sobre los 5000 metros y que se encuentra aproximadamente a la altura de Rancagua. Según lo que sabemos, eta zona fue visitada por primera vez en 1929 por un grupo del Club Alemán de Excursionismo sin que se hayan realizado intentos de ascenso. Más tarde, en el año 1942, otro grupo de chilenos estuvo en el Barroso. Según pudimos averiguar del inexacto reporte, suponemos que se dirigieron a la cumbre Este. Nosotros también mirábamos con ansiedad en alguna excursión de día claro hacia este enorme macizo que allá abajo en el Sur amarillo-blanco relucía contra el cielo azul. Pero sólo la gran distancia ponía una gran barrera a nuestros deseos. A pesar de haber realizado grandes esfuerzos, no me fue posible hace años obtener claridad acerca del acceso a esta zona. Sólo había una cosa segura, que el río Barroso es muy caudaloso y que el valle mismo sólo se podía alcanzar por un complicado paso. Quiso la casualidad que el detallado reporte de la expedición de 1929 cayera en nuestras manos, nos entusiasmara con esta casi desconocida zona y más tarde nos ahorrara búsquedas que nos hicieran perder tiempo.
Quien haya realizado una expedición de varias semanas a la cordillera sabe de los preparativos necesarios que se deben efectuar y que de eso depende, en gran medida, el éxito de su desarrollo. Hay una gran cantidad de detalles en los qué pensar y a eso se suman los problemas de transporte y la escasez de comida. Eran necesarias provisiones para 5 personas por 18 días, es decir, 90 raciones diarias y éstas diferentes de acuerdo a la altitud. Pero como en otras ocasiones fueron superados los obstáculos y a la hora acordada en la mañana del 5 de febrero partimos de Santiago nosotros tres en dirección al valle del Maipo. En el grupo estaban los compañeros Förster y Niehaus. Ya en la estación Canelo nuestra expedición pareció tener un final anticipado debido al descarrilamiento del tren. Con tranquilidad de ánimo dejamos pasar las dos horas hasta que se realizaron las reparaciones y la línea estuvo de nuevo despejada. Cuando llegamos con bastante retraso a Queltehues nos esperaba con impaciencia el arriero con sus animales y con una nueva sorpresa. Debíamos regresar a la estación de policía de San Gabriel. Finalmente realizamos una visita de cortesía al dueño del fundo, quien nos dio una carta de recomendación para su capataz. Así pasó rápidamente el primer día y debimos pasar la primera noche en Queltehues en una vega a pesar de que esperábamos poder hacerlo mucho más adelante. Recién al día siguiente pudo comenzar la expedición. Estábamos contentos cuando nos pudimos montar y ansiosos comenzamos a cabalgar en el frío de la mañana. Echemos una mirada a las cartas para tener una mejor idea de la zona. En la parte Sur de nuestra carta de la cordillera se puede seguir nuestro camino. Para la orientación vemos arriba en la mitad a Lo Valdés, a su izquierda Queltehues, el punto de partida de la expedición. Seguimos el valle del Maipo hacia el Sur para luego tomar el valle del Barroso alcanzando el campamento base en los Baños Azules desde donde se realizarían las ascensiones. En dirección Sureste se encuentra el volcán Maipo que cierra el valle. Veamos en imágenes los detalles de la expedición.
La ruta nos llevó desde Queltehues hacia arriba del valle del Maipo por el Puente de Cristo y pasando junto a la bocatoma de la central hidroeléctrica. En el estero Piuquencillo hicimos una pequeña pausa para entregar la carta de recomendación al capataz, el cual, analfabeto, discretamente la hizo leer por su hija. Al mediodía hicimos una gran pausa en Entrepuentes donde tiramos los primeros bifes al sartén. El valle del Maipo, que es relativamente ancho, se estrecha notablemente en este punto de forma que la ruta, que en su mayor parte va por la izquierda, acá cambia por un tramo al lado derecho, ambas veces por puentes bien construidos, de ahí el nombre Entrepuentes. El puente de más arriba, tras el cual el valle vuelve a abrirse, lleva de vuelta a la orilla izquierda. Toda la tarde cabalgamos valle arriba, hacía calor y a eso hay que agregar el cambio desde la silla de oficina a la montura. Por eso estábamos muy contentos cuando hacia el atardecer pudimos desmontar en la vega del Valle que elegimos para el campamento. Pronto teníamos encendido el fuego y nos preocupamos de nuestro bienestar físico. Tras haber pasado una noche al aire libre, cabalgamos a la mañana siguiente a lo largo de la vega, en la cual pastaba el ganado. Pronto llegamos al valle del río Blanco, el que viniendo del Suroeste desemboca en este punto en el Maipo. Esta es la última parte antes del valle del Barroso, el cual es conocido por ser inaccesible para animales en su parte inferior. Así que ahí estábamos delante del temido problema del paso del Barroso que se levanta a 1200 metros por sobre el valle y que se alcanza por una empinada huella con mucho zigzag. Un arriero que casualmente se encontraba en la zona nos acompañó por un tramo de la ruta debido a que tenía que ver su ganado en el río Blanco. A media altura hicimos una pequeña pausa para que los animales pudieran descansar. Nosotros no nos oponíamos a disfrutar de la hermosa vista que nos ofrecían los dentados cerros del valle del río Blanco. En especial era el cerro del Valle el que nos picaba los ojos puesto que apareció como un posible futuro ascenso. Con los largavistas tanteamos sus flancos y discutimos largamente sobre alguna posibilidad de ascenso. Tras otra hora de esforzado ascenso alcanzamos el portezuelo Barroso donde se abrieron nuevas vistas. Desde el Sureste nos saludó la silueta del Castillo. Si dirigimos nuestra vista hacia el Sur vemos por sobre las erosionadas paredes de yeso del valle del Barroso la simétrica forma de cono del volcán Maipo. Con no menor curiosidad observamos el valle del Barroso hacia arriba, donde por primera vez se mostraban las cumbres que debían ser el objetivo de nuestra expedición. Bien a la derecha sobresalía por sobre una arista lateral la Catedral del Barroso que, tras la siguiente curva en el camino, se mostró en toda su magnificencia y estuvimos de acuerdo en que el nombre no habría podido ser más significativo, con claridad se distingue a la izquierda la nave que con pilastras góticas abraza a la torre. En la continuación de la expedición sólo se presentaron algunas dificultades como el descenso desde el portezuelo hacia el valle que no era para nada fácil, como en un principio lo parecía. Recién tras una larga búsqueda encontramos la pasada para llegar al fondo del valle. El objetivo del día eran los Baños Azules que habíamos elegido anticipadamente como campamento base. De forma similar como en el valle del Museo se han formado terrazas y piscinas de depósitos de cal, pero que para nuestra gran decepción, estaban vacías, sin nada de agua.
Debido a esto tuvimos que quedarnos en una vega unos minutos más abajo puesto que un campamento sin agua es impensable y el agua del río Barroso, tal como dice su nombre, no es potable. A la mañana siguiente nos levantamos temprano para hacer una salida exploratoria. La continuación del valle del Barroso no se veía atractivo, así que nos fuimos al valle de al lado, el valle del Circo. Nuestras esperanzas fueron satisfechas tras alcanzar cierta altura estábamos delante de la incomparablemente hermosa vega del Circo. El ascenso no presentó dificultades en su parte baja, recién arriba, en la medida que nos acercábamos a la arista, se puso más empinado y se necesitaba de más cuidado debido a que subíamos por una canaleta resbaladiza. Alrededor del mediodía llegamos a la arista y después de haber dejado las antecumbres detrás nuestro, llegamos finalmente a la cumbre principal del cerro Federico. Una vista completa recompensó nuestros esfuerzos. A la distancia nos saludaban los cerros alrededor de Lo Valdés, tales como el San Francisco, Morado, Mesón Alto y entre las nubes podíamos reconocer algunas otras cumbres. Finalmente y muy cercano veíamos el Nevado de Argüelles que, en parte, tapaba al volcán San José, más a la derecha el Castillo y el Manchado.
Por sobre las laderas de acarreo de la parte superior del valle del Barroso se asoma el volcán Maipo, su aislada ubicación permite reconocer cada uno de sus detalles. Más a la derecha se levanta un cordón con varias puntas dentadas que en la carta aparece señalado con el nombre de Picos del Río Bayo. Los cerros ofrecen una muy interesante vista y, según lo que sabemos, todavía esperan un ascenso. Al otro lado del valle del Circo se eleva la torre del Catedral hacia el cielo, las grietas del glaciar colgante se pierden en sus paredes verticales. A pesar de que nuestras miradas escrutadoras buscan los flancos, siempre llegamos a un punto que termina con un gran signo de interrogación.
Nuestra principal atención se dirige a la cumbre del Barroso, un macizo enorme que tenemos al alcance de la mano. La cumbre Este desagua sus laderas hacia el lado argentino y por esta razón se le puede atribuir a este país. La frontera corre por la arista delantera para recién arriba unirse con el macizo principal. El valle del Barroso en las profundidades nos parece poco atractivo con sus interminables morrenas glaciares. La parte media con la cumbre principal es sometida a una inspección detallada y pronto estamos de acuerdo que la mejor opción para un ascenso es por la arista entre los dos glaciares que caen. La parte superior, que debido a la perspectiva disminuida desde acá no nos entrega una imagen adecuada, debiera costarnos mayores esfuerzos. La cumbre Este se encuentra sobre la arista del ascenso planeado, en efecto, en la parte superior separada por interminables penitentes.
Delante nuestro la continuación del Federico lleva a un portezuelo que separa los valles del Circo y del Barroso. El acceso por este portezuelo puede ser más conveniente que por las morrenas del valle del Barroso, tal como más tarde se demostró. Tras terminar nuestra revisión levantamos un hito de piedras en el cual dejamos los datos de nuestro primer ascenso. Por lo demás el cerro Federico debía sobrepasar apenas el límite de los 4000 metros por lo que la altitud dada en la carta de 4490 metros nos pareció demasiado elevada. Tras una extensa pausa en la cumbre nos dirigimos por el acarreo hacia abajo hacia el valle del Circo donde en la morrena, de pronto, nos encontramos frente a una pequeña laguna que nos fascinó con su hermoso color verde esmeralda. Al atardecer estábamos de vuelta en el campamento base, donde de inmediato se iniciaron los preparativos para el próximo ataque. A la mañana siguiente recién después de las 9:00 pudimos dejar el campamento. En primer lugar iban las mulas con nuestra carga y nosotros partimos a caballo hacia el valle del Circo. Arriba, al borde del glaciar, nos detuvimos, admiramos el coraje de los arrieros que se atrevieron tan lejos con las mulas, a pesar de que los animales se resbalaron varias veces en el hielo, pero cada metro ganado nos acercaba a nuestro objetivo. Desde las alturas hacia abajo saludaba el Federico, en cuya cumbre habíamos estado el día anterior. Ahora comenzaba la vida en serio, debíamos ponernos las mochilas en los hombros y cargados debíamos esforzarnos por alcanzar el portezuelo del Circo. Más rápido que lo que habíamos calculado, estábamos arriba y podíamos ver que el descenso hacia el otro lado significaba una perdida menor de altitud. El cruce del glaciar del Barroso, que acá se presentaba en toda su extensión delante nuestro, luego de haber tomado las medidas correspondientes debido a las numerosas grietas, resultó sin contratiempos. Tras dos horas estábamos al otro lado y nos dirigimos a la arista por la que queríamos ascender. En su parte inferior buscamos en la tarde un lugar adecuado para el primer campamento de altura. Cuando finalmente estábamos en la carpa nos asustaron de pronto rayos que cayeron en la noche. Eran fuertes descargas eléctricas en el lado argentino, especialmente el volcán Maipo mostraba su silueta contra el cielo nocturno iluminado y parecía estar rodeado por una aureola. Fuerzas renovadas nos permitieron a la mañana siguiente luchar por conseguir altura, abajo nuestro se encontraba el glaciar del Barroso bajo el brillo del sol. Mientras ascendíamos vimos de pronto a corta distancia una nube de humo. Pudimos constatar que entre medio del acarreo se levantaba vapor desde la tierra. Alrededor de este punto las piedras estaban cubiertas por musgos, lo que a esta altitud era una aparición asombrosa. Al mediodía estábamos al final de la arista desde donde debíamos seguir por los penitentes. Estos nos dieron entretención por el resto del día. Acá no nos queremos romper la cabeza acerca de cómo se forman, pero una cosa es segura y es que su indudable belleza en imágenes se encuentra en relación inversa al cariño que le tienen los montañistas. Cuando finalmente teníamos los penitentes atrás nuestro había atardecido y en un lugar protegido armamos la carpa a unos 4800 metros de altitud. Era un lugar ventoso desde el cual podíamos ver toda la ruta de ascenso, pero especialmente nos llamaron la atención el Serrucho y la Catedral del Barroso que siempre atraían las miradas. Tras pasar una noche en forma aceptable partimos al día siguiente. El objetivo del día era la cumbre Oeste del Barroso, pero aunque se veía cerca no era tan fácil de alcanzar debido a los penitentes. Con la travesía bajo una torre de roca perdimos mucho tiempo y cuando finalmente llegamos a la arista principal nos encontramos rodeados por una densa niebla. Ya habíamos establecido con tal exactitud la ruta desde abajo que no podía faltarnos mucho. Por los penitentes y finalmente por una zona de rocas abruptas alcanzamos a la 1:00 la cumbre. Aunque nos apesadumbró la mala suerte de no tener vista, nos alegramos por ser los primeros en haber vencido este cincomil. Debido a la niebla tuvimos que desistir de alcanzar otra cumbre ubicada más al Oeste y regresamos, por las huellas de la ruta del ascenso, al campamento donde pasamos el resto de la tarde jugando a las cartas. A la mañana siguiente inicialmente queríamos regresar debido a que nuestra ausencia del campamento base se calculaba en 4 días, pero ahí estaba la cumbre Central en tentadora cercanía. La invitación a esa cumbre encontró rápida aprobación entre los compañeros, teniendo además en cuenta que el día anterior no lo habíamos dado todo. Sabíamos que no teníamos algo fácil delante nuestro, sin embargo, no nos arrepentíamos de nuestra decisión. De esa forma siguiendo la ruta del día anterior alcanzamos la arista principal desde donde nos dirigimos a la izquierda hacia nuestro nuevo objetivo. Nuevamente había extensos campos de penitentes que impedían enormemente el avance, pero acá no había otra salida.
Recién cuando a mediodía nos acercamos a la zona de cumbre llegamos a las rocas que, en gran parte, estaban mezcladas con tierra amarilla congelada. Con los corazones palpitando con fuerza subimos los últimos metros a la cumbre central del Barroso donde nos esperaba la feliz constatación de haber sido los primeros en molestar su intacta virginidad. La vista era impagable, el tiempo, que nos acompañó todo el día era magnífico, contribuyó a aumentar la felicidad de la celebración. La extraordinaria exposición de las rocas colgantes de la cumbre no dejó que permaneciéramos largo rato en ella, debido a esto levantamos un hito de piedra más abajo donde disfrutamos del descanso de cumbre.
Por primera vez podíamos deambular con nuestras miradas hacia el Sur, donde nos despertaron el interés algunos gigantes glaciados, cuyos nombres nos eran desconocidos aunque se encuentran a la altura de San Fernando. la cumbre Oeste, vencida el día anterior, se veía claramente delante nuestro, cada detalle se podía seguir, también nos reconciliamos con lo que nos habíamos perdido el día anterior en la niebla que hoy podíamos disfrutar con más alegría. Al Serrucho y al Catedral los habíamos dejado más abajo sin que con eso perdieran su imponente imagen.
Una mirada a las profundidades nos mostró el glaciar del Barroso en el lugar en que lo habíamos cruzado, luego el portezuelo del Circo, el valle del Circo y más abajo, con neblina, la zona en que se encontraba nuestro campamento base. También desde acá podíamos ver el transcurso del valle del Barroso y nuevamente nos alegrábamos por no haber elegido esa ruta por un desierto interminable de morrenas. En el horizonte aparecieron el Nevado de Argüelles, el Castillo y el Manchado. El volcán Maipo mira con su cumbre asomado sobre el horizonte. Más a la derecha de la cumbre amarilla descubrimos un pedazo de la laguna del Diamante. Para terminar de dar la vuelta desde la cumbre vemos finalmente la cumbre Este del Barroso, la que, aunque pertenece al mismo macizo, se encuentra completamente en territorio argentino puesto que la frontera hace una curva por delante de ella. Apesadumbrados nos separamos de nuestra cumbre sabiendo muy bien que esos contados minutos sólo se viven una vez. Por la misma arista cimera descendimos hacia el portezuelo y luego llegamos por el gran campo de penitentes por lo que nos permitimos una pausa al sol de la tarde tras dejar la arista. Desde la arista principal nos apuramos por la ruta ya conocida para volver a nuestro campamento de altura, el cual fue desarmado en una media hora, debido a que no sentíamos ninguna gana especial de pasar acá una tercera noche. El glaciar que teníamos al frente con la imponente torre del Catedral por detrás ofrecía una vista fantástica con la iluminación de la tarde. Ahora íbamos de regreso, debíamos cruzar en primer lugar por un largo campo de penitentes, pero afortunadamente en el descenso no ponía grandes obstáculos. Favorecidos por el suave acarreo superamos el siguiente tramo de la arista en una porción del tiempo que necesitamos para subirlo y encontramos más abajo un lugar ideal para acampar. En un espacio al lado se había juntado arena, la carpa sólo tenía que ser levantada. El atardecer fue muy agradable y no tan frío, no sopló viento como en el campamento alto. Al mirar desde la carpa los últimos rayos del día iluminaban cumbres lejanas, luego nos dimos el merecido descanso después de un día lleno de sucesos. Todas nuestras esperanzas que habíamos puesto en este campamento de altura fueron satisfechas. A la mañana siguiente habíamos esperado la calidez del sol y rápidamente ya estábamos en la orilla del glaciar que había que cruzar. Nuevamente nos encordamos, luego los crampones y de esta forma, asegurados y reforzados, superamos todos los obstáculos, grietas y seracs. A veces enormes torres de hielo cerraban el camino, luego había que rodear puntos posibles de grieta, toda la atención estaba puesta en los peligros del terreno. Cuando otra vez estuvimos en el portezuelo del Circo vimos por los binoculares en el valle, en la orilla del glaciar, a dos jinetes: eran nuestros arrieros que con preocupación se mantenían atentos debido a que nos habíamos atrasado un día. Por el suave acarreo descendimos con rapidez, luego continuamos la marcha por el glaciar del Circo cubierto por morrenas. Desde arriba nos habíamos fijado la ruta para pasar junto a las más hermosas lagunas glaciares que ahora, una por una, admirábamos. De pronto, como aparecido por magia, apareció detrás de un montón de piedras nuestro buen Marucho, quien nos recibió con manzanas frescas, lo que fue saludado con la máxima alegría. En al primer pasto, tras días en hielo y rocas, nos sentamos a descansar para luego seguir rápidamente al campamento base. Ahí nos esperaba el arriero con todas las delicias que, tras cinco días de ausencia, nos abrían el apetito. Aunque no habíamos pasado hambre, sentíamos una fuerte necesidad de comer. El día siguiente fue dejado como día de descanso y no había mejor lugar para pasarlo que nuestra hermosa vega del Circo. Allá arriba se nos permitió experimentar aquella tranquilidad contemplativa que hoy en día ya casi no se conoce y que, sin embargo, es tan necesaria para recuperar el equilibrio mental. Mientras hace una semana la cumbre del Barroso nos ponía algunos signos de interrogación, ahora se había disipado toda incerteza y le había dado paso a la seguridad. Con gran satisfacción podíamos mirar a sus alturas y recordar el día anterior. A lo largo de la vega se habían formado algunos pozones y no pudimos resistir la tentación de darnos un baño refrescante en sus aguas cristalinas. Con nuevas fuerzas y entusiasmo regresamos al campamento para intentar un nuevo ascenso. En todas las expediciones a esta zona, el Serrucho llamó especialmente la atención debido a su figura imponente, a nosotros también nos había impresionado. La caída de su glaciar dominaba el escenario y su relativa cercanía era una razón que nos seducía. A la mañana siguiente partimos nuevamente, el ascenso al glaciar estaba claro delante nuestro. Bastante más arriba llegamos a una pasada difícil, en la que debimos taller escalones en la tierra dura y descolgar las mochilas por cuerdas. una vez arriba en el hielo había que seguir por el glaciar, esta ruta la conocíamos gracias a nuestras observaciones desde la cumbre del Federico. El glaciar transcurre por varios kilómetros bajo todo el largo del flanco del cerro ascendiendo con suavidad. Nuestra intención era alcanzar el portezuelo Suroeste para avanzar desde ahí hacia la cumbre, pero no contábamos con la tozudez de los penitentes. Comenzó una verdadera batalla con el enemigo y, como sólo ocurre en estos lugares, la tuvimos que saborear hasta el final. Pronto tuvimos que encordarnos debido a la gran cantidad de grietas ocultas, pero constantemente quedábamos detenidos porque, debido al gran tamaño de los penitentes y a la profundidad del surco entre ellos, no nos podíamos ver unos a otros. La oscuridad que se acercaba nos encontró en la mitad del campo de penitentes por lo que debimos levantar el campamento en una terraza muy expuesta cuyas particularidades nunca vamos a olvidar. A la mañana siguiente continuó la batalla. Cuando finalmente, tras casi tres horas, alcanzamos el otro lado del cerro nos esperaba una sorpresa: una caída vertical de al menos 100 metros de profundidad y al frente un muro de hielo más alto con grietas y seracs de dimensiones fantásticas. La vista de este fenómeno de la naturaleza nos abrumó, pero tan lamentable como era tuvimos que conformarnos con el hecho de que la batalla estaba perdida. Se necesitaría un día más para llegar a la cumbre y la carpa la teníamos abajo en el campamento. A veces una derrota honrosa puede ser más valiosa que una victoria fácil. Si nos apurábamos todavía podíamos llegar al campamento base al anochecer, lo que era preferible a pasar una segunda noche en el campamento alto. En el camino de regreso al portezuelo estaban nuevamente las cumbres del Barroso delante nuestro, al menos, un consuelo que había cumplido con nuestras expectativas. El campamento alto fue rápidamente desarmado y de nuevo comenzó el ridículo juego con los infames penitentes. Acá sólo cabe mencionar que sólo en el Serrucho estuvimos 15 horas perdiendo el tiempo. Pero como todo mal tiene su fin, a las 9:00 de la noche estábamos de regreso en nuestro campamento base.
Aparte del tiempo para regresar nos quedaban 3 días disponibles que no queríamos pasar acá debido a que el campamento no era para llamarlo ideal. Debido a esto decidimos cabalgar hacia arriba por el valle del Maipo que todavía no conocíamos y guardábamos la tranquila esperanza de hacer un intento al volcán Maipo bajo condiciones favorables. Al día siguiente, al mediodía, desarmamos nuestro campamento que había estado acá por una semana. Nuestra caravana se dirigió hacia afuera del valle y luego ascendió al paso del Barroso. Nuevamente miraba el cerro del Valle desafiante hacia abajo del valle del Río Blanco, sin embargo, sin despertar en nosotros un amor recíproco. Sabíamos exactamente lo que la raya blanca hacia la cumbre significaba: penitentes. Hacia la tarde llegamos a la vega en que se juntan los ríos Blanco y Maipo que ofrece un muy confortable lugar para acampar. A la mañana siguiente cruzamos temprano y sin dificultades el río Barroso y continuamos por el valle hacia arriba. Pasamos a caballo junto a los baños termales de Puente de Tierra, cuya visita la dejamos para el regreso. Pronto se ensancha el valle significativamente, la ruta avanza de forma muy variada de modo que siempre se ofrecen nuevas vistas. Dos veces se debe cruzar el río, lo que acá se hace sin grandes esfuerzos. Estamos asombrados, a esta altitud -deben ser cerca de 3000 metros- todavía se encuentran verdes vegas con ganado pastando. Después de cruzar el río Cruz de Piedra llegamos a la desembocadura del río Alvarado. Acá el río Maipo es tan angosto que uno puede pararse cómodamente con el pie izquierdo en una orilla y con el derecho en la otra. Nosotros preferimos cabalgar por el valle de Alvarado hacia arriba porque vimos en la carta que así podríamos llegar más rápido a nuestro objetivo.
Por un deslizamiento de tierra se había formado laguna que se encontraba emplazada en un lugar idílico, sobre las laderas de los cerros en el horizonte se ve la torre del Catedral. Nuestro arriero quería originalmente quedarse acá porque temía no encontrar más arriba alimento para los animales. Con algo de persuasión conseguimos que subiera un buen tramo más arriba donde en una vega bien protegida hicimos campamento. El resto de la tarde exploramos la zona para asegurar la ruta de ascenso.
A la mañana siguiente subimos a las 6:00 de la mañana hasta el portezuelo, tras 2 horas estábamos arriba en el Paso Alvarado Sur. Este paso tiene la ventaja con respecto al Paso del Maipo ubicado al sur que está 400 metros más alto, además por la cara Norte no teníamos que contar con penitentes. Sobre el ascenso a continuación no hay mucho que reportar, se sube por acarreo suelto y lava, un poco cansador, pero estábamos en buena forma y en menos de 5 horas alcanzamos las rocas de la cumbre. Debido a que el volcán se encuentra completamente aislado la vista no se ve obstaculizada y es realmente completa. En las proximidades abajo nuestro se encontraban los amplios cráteres que están apagados y cubiertos con hielo. Más abajo brillaba el sol en las olas de la laguna del Diamante, cada detalle se podía reconocer, con los prismáticos incluso pudimos ver autos en movimiento. Más al Sur el panorama nos mostraba el grupo de cerros de los Picos del Río Bayo que finalmente se unen a nuestra cumbre del Barroso. Ahora con la distancia ganada uno se puede hacer una mejor idea de las magnitudes y distancias. En la imagen a continuación se muestra que además del Catedral y nuestro tristemente célebre Serrucho no hay otras cumbres destacadas. Ahora viene el Nevado de Argüelles, el vecino más próximo al volcán, diferentes glaciares caen por su flanco sur y forman un mar de penitentes. Más hacia el Norte encontramos más conocidos, se trata del anillo de cerros alrededor de Lo Valdés: San Francisco, Morado, Mesón Alto, etc. Luego vienen el Castillo, San José, Manchado y Marmolejo que, entre las nubes, sólo se ve parcialmente puesto que una tormenta se está formando en territorio argentino. Tras una extensa y disfrutada pausa en la cumbre iniciamos el regreso, a grandes pasos avanzamos por las laderas cubiertas de acarreo. Recién cuando habíamos dejado atrás la figura cónica del volcán nos permitimos una pequeña pausa al sol de la tarde para luego despedirnos de nuestro cerro en la siguiente curva.
Pronto estábamos de regreso en el campamento donde, como es habitual, nos esperaba nuestro arriero con la comida preparada. Al día siguiente teníamos un largo programa, aunque nos íbamos de regreso a casa teníamos intenciones de llegar tan lejos como fuera posible. Sin embargo, no pudimos evitar detener la mirada en la fabulosa laguna de Alvarado. En la laguna nadaban pacíficamente tres patos silvestres que al acercarnos desaparecieron ruidosamente. En las tranquilas aguas se reflejaba nuestra cumbre del Barroso que debíamos ver por última vez acá. Debíamos continuar y cabalgamos el último tramo del valle de Alvarado hacia su final, luego seguimos rápidamente por el valle del Maipo. Cuando llegamos al cruce del río en el Mal Paso era tan temprano que pudimos cruzar sin más preámbulos. De inmediato al otro lado del río venía el tramo de camino conocido como Mal Paso: la ladera del cerro tiene tal pendiente que partes del camino se caían hacia el río y el paso con mulas cargadas no es fácil. Pero superamos esto y pronto llegamos a los baños de Puente de Tierra. Acá el Maipo ha carcomido la montaña de modo que se formó un puente natural que sirve especialmente para el tránsito hacia el vecino valle del río Negro. Junto al lecho del río se encuentra una fuente termal que, un poco primitiva para bañarse, se parece a la de Baños Morales. Lamentablemente el pequeño pozón estaba ocupado y tuvimos que desistir de probar la eficacia de las aguas sanadoras. Unos 100 metros más abajo burbujea una segunda terma en la orilla del río, su agua es tan caliente que uno casi se quema los dedos. El agua sabe ligeramente a podrido y recuerda a hierro. Al otro lado del río, pero inaccesible por las paredes verticales, se ven otras fuentes termales que burbujean como surtidores y hacen más interesante el fenómeno natural.
Otra vez se pone en movimiento nuestra caravana, el valle del Maipo es largo y el carácter del paisaje cambia constantemente, no hay forma de aburrirse. Cuando finalmente llegamos al río Barroso el reloj señalaba casi las 3:00 de la tarde, el río estaba alto y con mucho caudal. Las aguas amarillas del Barroso y las grises del Maipo se mezclan tras un buen rato, por un buen tramo son visibles como dos bandas separadas. Con extremo cuidado probó nuestro experimentado Segundo la profundidad de las aguas, puesto que el cruce del Barroso es el más temido en todo el valle del Maipo y justo acá se había ahogado el año pasado un arriero con su animal. Recién cuando la situación estuvo bien estudiada y el arriero se había ubicado en un punto estratégico, nos encomendamos a nuestra estrella de la suerte y así pasamos bastante mojados, pero sanos a la otra orilla. El viaje continuó río abajo hasta la vega del Valle donde llegamos cansados y donde, con gusto, habríamos dado por terminado el día. Pero la tarea para el próximo día habría sido demasiado grande, así que nos conformamos con un pequeño descanso, le echamos una última mirada al portezuelo del Barroso y nos montamos de nuevo. Recién al atardecer concluimos el largo recorrido en la vega Las Hualtatas. Por última vez nuestro arriero cocinó las sabrosas sopaipillas que durante toda la expedición reemplazaron al pan de cada día. Pero nuestras comidas tampoco fueron pobres y las provisiones que habíamos calculado alcanzaron hasta el último día.
Así comenzó nuestro último día, por última vez fueron enrollados los sacos de dormir y así como el caballo apura el paso para volver al establo, nosotros también sentimos cierta debilidad por una cama blanda. Por los puentes de Entrepuentes cabalgamos por el valle del Maipo hacia abajo. En la tarde hicimos una pequeña pausa, como era habitual las cargas de los animales tuvieron que ser revisadas y afirmadas, el repetitivo proceso diario de estas expediciones a la cordillera.
Nosotros tres nos sentamos por última vez a descansar a la orilla del camino tras la larga expedición, pero está bien que la foto no oculte todos los detalles puesto que viene firmada: sin afeitar y lejos de casa.
Cuando habíamos cabalgado un buen tramo río abajo escuchamos un fuerte ruido y de pronto estábamos parados delante de una gran cascada que dos semanas antes no estaba ahí. Se confirmó que se trataba del desbordamiento del canal de la central hidroeléctrica Queltehues que justo estaba fuera de servicio. Por el puente de Cristo seguimos hacia Queltehues y con eso volvimos a nuestras zonas conocidas.
Sobre la base de las imágenes se pueden imaginar lo que vimos e hicimos en esos días, pero en la energía entregada, sobre la cual no es necesario hablar acá, está nuestra gran experiencia, la que le da sentido, valor y riqueza interna a esta expedición.
Texto escrito originalmente por Eberhard Meier para presentar un diaporama: Eine Fahrt ins Barroso Tal
Traducción: Álvaro Vivanco
Fotos de la expedición: