Relatos

Tupungato y Sierra Bella – Traducción del artículo de Eberhard Meier publicado en 1949

Tupungato y Sierra Bella

Febrero de 1949

Hay montañas que desde siempre han ejercido una atracción fascinante, sea porque solo su nombre se encuentra rodeado por un aura inexplicable o porque alcanzar su cumbre presenta un desafío. El Tupungato pertenece a esta clase. Más de cincuenta años han pasado desde que la expedición Fitzgerald partió a la conquista del Aconcagua y tras alcanzar su objetivo buscó otro campo de actividades en la misma región. No es para nada sorprendente que entonces el Tupungato les llamara la atención puesto que supera por una enormidad a todos sus vecinos. Tras varios intentos infructuosos le correspondió al inglés Stuart Vines con el guía suizo Matthias Zurbriggen alcanzar como primeros la cumbre. Luego pasaron largos años de tranquilidad en el Tupungato, rara vez hubo algún ascenso que registrar. Recién en la última década hubo más vida en el cerro y no hubo verano en que no se realizarán varios intentos. Pero el Tupungato tiene sus armas de defensa que fácilmente son subestimadas. Técnicamente no ofrece al montañista grandes obstáculos, sólo se requiere superar su enorme altura (6650 m) y quien sea capaz de hacer esto debe contar con un tiempo casi impredecible. Por otra parte, se trata del cerro más alto de la cordillera central de Chile y por eso disfruta de una posición especial puesto que el Aconcagua, como se sabe, está completamente en territorio argentino y su ascenso depende menos de las dificultades técnicas que de tener una billetera bien llena. Por lo tanto, no sorprende que, en los últimos años, el Tupungato casi se haya convertido en el cerro de moda, que su nombre esté en la boca de todos y que se lo encuentre siempre de nuevo en el programa de los montañistas como uno de los objetivos más buscados.

 

Quizás fueron consideraciones de este tipo las que no despertaron un gran interés entre nosotros puesto que en raras ocasiones se nos ve por los caminos más concurridos. Pero estos pensamientos quedaron atrás cuando una tarde nos llegó la noticia que en el Tupungato se accidentó un compañero de montaña. Casualmente nuestro grupo estaba listo para el otro día para la gran expedición anual a la cordillera en otra zona y en pocas horas se cambió toda la organización hacia el nuevo objetivo.

La ruta por el valle del Colorado hacia arriba ya nos era conocida de otras expediciones, pero nunca faltan los pequeños episodios que le agregan la nota de vida a cada día. Tras el Alfalfal, donde nosotros seguimos el camino junto al río por un estrecho valle de paredes verticales, se aceleraron algunos latidos de corazón hasta que las mulas con todo el peso de su carga lograron pasar por los lugares difíciles. En la tarde subimos al Potrero Nuevo y al anochecer cuando pasábamos junto a los bloques de roca de Cabo de Hornos nos cruzamos con dos jinetes que por sus formas nos delataron que eran argentinos. Sorpresa y horror se dibujaron al acercarnos a sus caras, nuestro primer hombre, debido a la radiación solar, llevaba una máscara que lo hacía parecer un fantasma. Tras reconocer el error rompieron todos a reír a lo que siguió una amistosa conversación.

Baños Azules ofreció como siempre un agradable lugar de campamento para pasar la noche.

El cruce del creciente río Azufre ha sido siempre temido. Por esto es que saludamos con alegría que no iba a durar mucho el nuevo puente: las mulas no quisieron pasar por el puente colgante y prefirieron entrar a las turbulentas aguas. A continuación el valle se ensancha, cabalgamos hacia arriba a las amplias vegas del Tupungato. El campo visual se extiende y ofrece siempre nuevas vistas. A la izquierda el dentado Chimbote, luego el Polleritas y tras una pequeña curva aparece de repente delante nuestro en toda su majestuosidad con sus amplias laderas el Tupungato. Como casi siempre su cumbre estaba cubierta por un sombrero de nubes que sólo aumentaba el misterio. ¿Cuánta incertidumbre se escondía tras esos velos?

En la vega de los Flojos (alrededor de 3200 m) montamos nuestro campamento base que sería el punto de partida de diferentes salidas en las siguientes dos semanas. A la mañana siguiente partimos con equipo completo hacia el paso Tupungato. La primera hora de la ruta es relativamente fácil, en la última vega de las Perdices se alcanza la hoya en que se forma el río Colorado. Luego la ruta dobla hacia la derecha, ascendiendo gradualmente sobre acarreo para así ganar altura con rapidez. Los animales con frecuencia deben para a tomar aire, pero nosotros ocupamos con gusto estas pausas para admirar la vista que se nos va ofreciendo. Especialmente la Sierra Bella que está al frente con su coraza de hielo nos ha impresionado y como un imán atrae nuestra vista una y otra vez. El último tramo antes del paso es muy empinado, la altura ya se siente y a menudo los animales se quedan parados. En la tarde alcanzamos en la arista norte una altura de alrededor de 5400 m desde donde regresa el arriero. Él nos aconseja armar de inmediato el campamento puesto que el tiempo no se ve muy confiable. De hecho, tras una media hora estamos cubiertos por una espesa neblina por lo que no queda otra cosa más que meterse en la carpa. Al atardecer cae nieve suavemente y hacia la noche se transforma en una tempestad huracanada. Un gélido viento sacude la carpa y con eso ya tenemos las condiciones previas para una «noche triste«. La mañana esperada con miedo nos trae unos débiles rayos de sol cuyo engañoso brillo no dura mucho, desde arriba y desde abajo se juntan gruesas nubes y de nuevo comienza a nevar. Un corto «consejo de guerra» decide descender de inmediato al campamento base, un intento de búsqueda en estas condiciones es impensable. Ahora debemos hacer todo el descenso con el pesado equipo a pie mientras el tiempo empeora notablemente.

Luego vinieron días interminables en el campamento base. Llovió y granizó con interrupciones.

Con las primeras señales de buen tiempo nos pusimos en movimiento de nuevo. Para el Tupungato, después de la gran caída de nieve, es muy temprano por lo que decidimos ir a la Sierra Bella puesto que es mucho más baja y más cercana al campamento. Los animales nos llevan otra vez hasta el final del valle, pero luego tras un acarreo se acaba su ayuda puesto que ahí comienza el hielo. Nos ponemos las mochilas, puede comenzar el ascenso. Por una canaleta congelada alcanzamos una pequeña planicie y luego cruzamos un brazo del glaciar que está cubierto por pequeños penitentes que afortunadamente no son un gran obstáculo. Roca y hielo van cambiando mientras nosotros lentamente ganamos altura. Por una empinada arista lateral llegamos por la tarde a la arista principal desde la cual miramos hacia el otro lado hacia Argentina. Sobre una pequeña terraza bajo la arista con mucho cuidado armamos la carpa, no hay nada tan bueno como una buena noche en el campamento alto. La pálida luz de la luna sobre un campo de penitentes infinito hace que así se vean aún más fantasmales, pero el tiempo no nos hace temer nada por lo que nos vamos a dormir tranquilamente esperando los sucesos del día siguiente.

La mañana siguiente nos ve levantarnos temprano, más aún que el primer tramo de la arista es casi horizontal y para nada peligroso. Luego estamos delante de una elevación de hielo cubierta por penitentes y cruzada por grietas. Acá se hacen necesarios los zapatos reforzados con crampones – recién en la tarde nos los vamos a sacar. El tramo de hielo, contra nuestros cálculos, nos toma más tiempo y también nos engañamos al pensar que la cumbre estaba cerca porque, al contrario, todavía a una distancia considerable vemos que tenemos una dura tarea por delante. Tras una ancha hondonada, en la que se acumuló nieve durante los últimos días, debemos encordarnos, se trata de superar una ladera congelada. Pronto viene un empinado torreón en la arista que nos da muchos dolores de cabeza y tras otra ladera helada estamos finalmente en la antecumbre. Con eso todas las pasadas difíciles son superadas y tras otro cuarto de hora alcanzamos finalmente el punto más de la Sierra bella (5240 m). A quien no le gustaría llamar sublime a esa vista, desde el Aconcagua hasta los cerros del Barroso un mar infinito de cumbres que con el sol de la tarde brillan como piedras preciosas. Nuestra suposición que la Sierra Bella hasta ahora no había sido ascendida debe haber sido correcta. Levantamos un hito de piedras y luego disfrutamos de una hora en la cumbre. Sin embargo, el tiempo nos recuerda que el camino de regreso es largo y cansador, recién cuando estaba anocheciendo llegamos al campamento alto, derechamente cansados, pero altamente satisfechos.

El descenso hacia el valle a la mañana siguiente transcurrió sin incidentes y cuando llegamos a mediodía al campamento base, donde ya nos esperaba la comida lista, comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia. Más nos alegramos por haber realizado el ascenso el día anterior con buen tiempo.

Nuestros días comenzaron a acabarse, habíamos perdido demasiado tiempo debido al mal tiempo y todavía nos esperaba una tarea allá arriba. Tras un consejo conjunto decidimos intentar otra vez el Tupungato bajo la observación de medidas de precaución mientras el tiempo todavía no era de los mejores y en las zonas altas todavía había mucha nieve.

Al día siguiente nos pusimos en marcha hacia el paso. Esta vez usamos otra táctica de acuerdo a las experiencias que habíamos ganado la primera vez. Nos hemos convencido que son necesarios dos campamentos de altura para ofrecer el máximo de seguridad. Un poco más abajo de la arista Norte, en un lugar protegido, armamos el campamento alto I. En el lado del viento construimos un muro de piedras alrededor de la carpa. Tras este trabajo nos fuimos a descansar no sin antes extremar los cuidados por nuestro bienestar físico; nuestra buena condición permite la misma alimentación que en el plano.

A la mañana siguiente dejamos la carpa con -10° que quedó en este lugar. El tiempo es bueno, ahora nos podemos dedicar completamente a nuestra tarea: buscar al muerto. Para este objetivo nos separamos, cada uno toma una ruta determinada con anterioridad y en incontables zigzag se peina la zona. Todo el día estamos en movimiento para ganar tan solo 800 m de altura que la nieve fresca nos dificultó mucho y por ninguna parte encontramos algún rastro. Hacia el atardecer a los pies de una canaleta a unos 5900 m armamos el campamento de altura II que nuevamente debe estar bien anclado por todos lados. Nuestra condición física no deja nada que desear, tras una opulenta cena nos vamos a acostar temprano.

La noche fue gélida, pero el tiempo se mantuvo bien así que decidimos intentar la cumbre. A las 2:30 nos levantamos, si es que la maniobra puede llamarse así: vestirse, desayunar, los crampones se deben poner adentro de la carpa, afuera es imposible puesto que las manos se congelan de inmediato. Tras 2 horas estamos listos para partir, bajo la luz de la luna se gana lentamente altura, un gélido viento casi quita la respiración y se deben hacer muchas pequeñas pausas. Al Este comienza a amanecer y cuando alcanzamos la salida de la canaleta justo comienza a salir el sol – un espectáculo magnífico, los ríos reflejan brillantes líneas plateadas en la infinita pampa argentina. Un empinado nevero, parcialmente cubierto con hielo, se levanta delante nuestro. A esta altura significa un gran trabajo. Finalmente llegamos a su final y entramos a un terreno más plano. Pero ahora comienzan las burlas con la gran cantidad de antecumbres. Siempre aparece una más alta más atrás. Nos recordamos que, en su tiempo, Zurbriggen ya desesperado casi fracasa y simplemente el saber esto nos levanta la moral, estamos preparados para todo. Con asombro pisamos a las 10:30 de la mañana la cumbre del Tupungato (6650 m), el hito de piedra nos muestra que finalmente alcanzamos el punto más alto. Encontramos todo tipo de trofeos, el libro de cumbres argentino indica una altura de 6800 m. A pesar del sol radiante el viento helado no permite estar de pie por lo que debemos recostarnos. Queremos fortalecernos con cognac, pero la botella se congela de inmediato junto a la boca. A nadie se le ocurre revisar el termómetro, el frío lo sentimos en nuestros propios cuerpos. Tampoco se conocen mezquindades burguesas en esta altura, toda la Tierra está a nuestros pies, sólo el Aconcagua 80 km hacia el Norte nos sobrepasa por un poco. Sin embargo, no podemos permanecer mucho rato sobre esta cumbre helada, estos extraordinarios momentos de nuestra vida a pesar de lo corto quedarán grabados en lo profundo.

El descenso transcurre en una fracción del tiempo de ascenso, en el campamento alto II hacemos una pausa protegidos del viento. Con satisfacción miramos hacia atrás nuestra persistencia en las alturas que resultó completamente de acuerdo a lo programado. Fuera del cansancio natural, condicionado por por el gran esfuerzo físico y la falta de oxígeno en el aire, no constatamos ninguna anormalidad. Espectaculares reportes como éste que uno puede leer con frecuencia deben ser atribuidos tanto a las personas que los realizaron como a las circunstancias en que ocurrieron.

En el intertanto la cumbre se ha cubierto de gruesas nubes, el que nos hayamos levantado tan temprano fue bien calculado. Se desarma la carpa y anhelamos partir a zonas más confortables y comer la comida del campamento. En el portezuelo en la arista Norte esperamos a nuestro fiel arriero que nos debe recoger acá. Tras un momento aparece, confiable como siempre, y podemos continuar el descenso. En el camino se desarma el campamento alto I y por la tarde estamos en el campamento base tras un día lleno de experiencias.

Al día siguiente cabalgamos por el valle hacia abajo. Nuestro último saludo es para la Sierra Bella que nos ha entregado horas inolvidables. Desde esos momentos ha sido tratada de forma descuidada, puesto que se mantiene a la sombra de su gran hermano, ¡el Tupungato!

E. M.

Traducción: Álvaro Vivanco

Fotos de la expedición:

Relato publicado originalmente en la Revista Andina 1949 que se puede ver acá: