Relatos

Un viaje al valle del Tunuyán – Traducción del artículo de Fickenscher de 1929

Un viaje al valle del Tunuyán

F. Fickenscher – Santiago

Tras las grandes excursiones a la cordillera de los últimos 14 años, sólo me quedaba, entre el Trasandino y el Paso del Maipo un cruce desconocido hacia Argentina y este era el Paso Piuquenes.

Debido a esto me decidí a realizar la siguiente expedición este año: desde San Gabriel subir por el valle del Yeso, por el portillo de Piuquenes descender hacia el río Palomares y luego seguir hacia el valle de Tunuyán hasta los glaciares del Tupungato. Como no pude encontrar a nadie que tuviera experiencia con esta expedición me había resignado por adelantado a las dificultades o a la impracticabilidad de ella. La carta prometía que la expedición sería muy interesante puesto que pasaba a los pies del Marmolejo (6100m) y del Nevado de Piuquenes (6000m) y que como efecto final pasaba bajo el cono del gigantesco Tupungato con sus 6550m. Lamentablemente esta zona se muestra como una mancha blanca en la carta de comisión de límites argentino-chilena, al igual que la zona del Marmolejo visitada el año anterior.

En el último mes se unió el señor E. Heller, director del Club Alemán de Excursionismo. Partimos el domingo 12 de febrero con el tren militar hacia San Gabriel donde nos esperaban los arrieros Víctor Bustamante y Sixto González con 11 mulas y un caballo. Mientras ambos cargaban las mulas con las 10 cajas y 2 carpas que hacían juntas 430kg, nosotros desayunábamos donde el padre de Bustamante y a las 2:00 se puso en movimiento la caravana.

Debido a que, desde la puesta en funcionamiento de la tubería de agua de la laguna Negra, la parte norte del valle del Yeso se encuentra cerrada al tránsito, tomamos nuestro camino en primer lugar por la carretera que lleva hacia el Volcán hasta llegar al frente de Queltehues donde cabalgamos por el portezuelo que hay atrás del cerro Blanco hacia el valle del Yeso pasando junto al rancho de los Piches y alcanzamos a las 18:00 la vega de Los Chacayes que se encuentra a una altitud de 1780m.

En esta vega queremos levantar el primer campamento. Para aprovisionarnos de carne -puesto que no sabíamos si es que íbamos a encontrar guanacos en el valle de Tunuyán- debimos sacrificar dos pequeñas cabras que adquirimos por 50 pesos.

El lunes en la mañana los mozos juntaron a los animales y se dieron cuenta de que faltaba uno que fue buscado sin éxito. Como teníamos dos animales de reserva y no queríamos perder más tiempo, partimos a las 9:00 sin haber encontrado a la bestia. Un pastor nos pidió dinero por el pastoreo de nuestros animales. Como ya habíamos pagado suficiente por las cabras nos hicimos los «lesos», es decir, no hubo forma de sacarnos algo.

La huella de animales sigue por abruptas laderas hacia las alturas. Bien abajo ruge el río Yeso; arriba y abajo nuestro pirámides de tierra con sombreros de piedra amenazan con caer en cualquier momento. Sobre uno de los primeros espolones se encontraba una silueta contra el cielo, el caballo perdido, que ahora el mozo arreaba con maldiciones y regaños. Como una burla por nuestro mal camino, teníamos siempre al otro lado del río la carretera que lleva hacia la laguna Negra, a cuyo costado se encuentran cada cierto tiempo enormes tubos que sirven de ventilación a la tubería de agua. El camino mejoró cuando llegamos a la vega de la Quesería cuyos habitantes fueron saludados como antiguos conocidos por nuestros guías. Al frente, sobre una pequeña morrena de rocas, entre el río Yeso y el estero Manzanito, se encuentra el edificio administrativo de la tubería de agua construido con bloques de roca para resistir las tormentas del invierno. Rodeado por tréboles y árboles, este punto verde aparece en medio del desierto de piedra como una fatamorgana.

Luego el camino se vuelve menos peligroso y se va estrechando hacia una garganta, en la cual un depósito de caliza, llamada Los Chorreados, ha tomado la forma de una gran cabeza de elefante de la cual, en lugar de la trompa, salen dos chorros de agua. Un poco más adelante aparece un caos de enormes bloques de roca por entre los cuales serpentea el camino, en parte mejorado con explosiones para que puedan pasar los animales. Una vez superado este obstáculo se tiene por delante el gran circo de montañas llamado El Valle en el que se encuentra en uno de sus rincones la laguna del Valle o de los Piuquenes. El fondo del valle está cubierto por pastizales sobre los cuales retozan cientos de vacunos que en los meses de verano son subidos hasta acá o bien fueron traídos desde Argentina para alimentarse acá hasta que encuentren su triste final en algún matadero de Santiago. En la casa de piedra de un pastor hacemos una pausa al mediodía siendo molestados por las picaduras de mosquitos; además el sol brilla de tal forma que todo el paisaje parece centellear. Tras un corto descanso partimos para llegar hoy a los pies del paso Piuquenes.

Seguimos por el ancho valle ascendiendo, primero sobre pastizales y cruzando una gran cantidad de afluentes del Yeso. La vegetación va escaseando y pasamos sobre una desierto de arena para terminar en una gran ladera de acarreo. El inicio de una fuerte tempestad levanta nubes de arena y tierra. Al final el valle del Yeso sigue en dirección Sureste hasta alcanzar el estero de las Yeguas Muertas y con eso uno se encuentra frente al Portillo de los Piuquenes. Al frente nuestro hacia el Sur brilla el Marmolejo con su corona de hielo en el resplandor del atardecer profundo. En una pequeña vega, unos minutos antes del valle de Yeguas Muertas, a 2880m de altitud, levantamos el segundo campamento. El frío de la noche fue tan grande que el agua de los recipientes de lata se congeló.

Como teníamos como siguiente etapa el cruce del portillo y bajar tanto como fuera posible el río Palomares, al día siguiente nos levantamos a las 5:00 de la mañana. Los guías obviamente tuvieron que esforzarse para reunir a los animales que, durante la noche, se habían ido algo arriba para evitar el frío del fondo del valle. Debido a esto la partida se realizó recién a las 8:45. En una media hora estábamos a los pies del paso. El ascenso va primero haciendo largas curvas hacia las alturas, luego un tramo más abrupto se hace en cortos zigzag donde las mulas apenas pueden seguir y se quedan paradas a cada momento para recuperar el aliento. Luego se sigue de mejor forma y bajo una fuerte tempestad alcanzamos a las 11:30 los 4024m del paso, el cual cruzamos de inmediato puesto que las mulas corrían peligro de ser arrastradas por el viento. El sendero continúa en su parte más alta por un desfiladero en cuya parte izquierda se encuentra el hito fronterizo de hierro con el letrero Chile – Argentina.

Apenas estamos al otro lado, unos 100m más abajo, cuando ya no se siente nada de la gélida tempestad proveniente de Chile. Debido a eso hacemos una pequeña pausa para calentar nuestros huesos congelados al sol argentino y para afirmar las cargas de las mulas. Formados en fila vamos bajando sobre tierra y un acarreo fino. A las 12:45 llegamos a 3250m a un punto junto a un arroyo, el Paso de las Ovejas, donde hambrientos y sedientos vamos a almorzar. Durante todo el descenso se ofrecía una magnífica vista, a la derecha hacia al imponente Marmolejo con sus 6100 metros y a la izquierda hacia el Nevado de Piuquenes de 6000 metros, ambos con grandes glaciares. El camino continúa junto al cerro Palomares, una de las maravillas de la cordillera, cuya belleza es difícil de describir. El cerro, que se levanta unos 1000 metros por sobre el valle, está formado por piedra caliza de color café rojizo y deja a la fantasía la posibilidad de descubrir esfinges, castillos, torreones, murallas de fortalezas, etc. Los depósitos horizontales de caliza están conformados por capas duras y blandas; debido a la acción de las tormentas por miles de años se han conservado las capas duras, mientras que las blandas se han llenado de huecos que han hecho que el cerro sea llamado Palomares. La imagen es de tal peculiaridad que uno puede pensar que se trata de una maravilla de la naturaleza y con dificultad se separa de la magnífica vista de este gigante.

En el Paso de las Ovejas se termina la falta de vegetación de la alta cordillera y mientras más abajo uno se encuentra en el camino al Tunuyán más aumenta el pasto y la presencia de los arbustos cuerno de vaca, que sirve leña en esta zona.

A las 17:00 llegamos a los Corrales de Contreras a 3.060m de altitud, los que se encuentran al lado norte del río Palomares poco antes de su desembocadura en el Tunuyán. Una parte estaba ocupada por pastores; la parte desocupada la usamos para poner las carpas.

A la mañana siguiente, miércoles a las 7:00, el termómetro todavía mostraba 0°, pero con la salida del sol a la misma hora llegó una agradable calidez. A las 8:45 nos pusimos en movimiento, cabalgamos el pequeño tramo hasta el Tunuyán, cruzamos los numerosos brazos del Tunuyán sin esfuerzo y seguimos subiendo por el lado derecho hasta que, tras unas dos horas, nos vimos obligados a pasar al otro lado. Aunque acá el río sólo tiene un brazo, el agua llegaba sólo hasta las cinchas puesto que el deshielo todavía no había comenzado. Tras una pausa a mediodía en una veguita, avanzamos valle arriba entre el acarreo del lecho del río. Finalmente, el lecho del río ya no podía seguir siendo utilizado. Buscamos en las faldas laterales como seguir y en diferentes ocasiones fue necesario hacer una especie de camino.

Como al guía le habían contado que más arriba había un valle lateral con pasto, de lo cual yo dudaba, se puso a buscar la forma de llegar más arriba hasta que finalmente vio la inutilidad de este intento. En el lugar en que nos encontrábamos no se podía pensar en un campamento y así cabalgamos de vuelta hasta la última vega pequeña con agua donde también se encontraban dos superficies cubiertas de arena sobre las cuales se podía levantar las carpas. Al lado hay un gran bloque de roca que ofrece protección del viento y el espacio para hacer un buen fuego. Para los animales había suficiente comida puesto que esta vega a 3580 metros es considerada como el campamento más alto en el valle de Tunuyán. El lugar se encuentra al frente del final del glaciar Tunuyán. Lo alcanzamos a las 17:00 justo a tiempo para armar con comodidad el campamento que nos debía servir por tres noches.

A la mañana siguiente intentamos subir con las mulas entre la pared del cerro y el glaciar, sin embargo, tras una media hora abandonamos para seguir a pie con Bustamante, mientras González llevaba los animales de vuelta al campamento. A 3960m cruzamos el glaciar hasta casi el otro lado del valle para así poder ver al majestuoso Tupungato libre delante de nosotros. El cruce del glaciar cuesta un gran esfuerzo, pero es recompensado por la magnífica vista a este gigante cubierto de nieve de 6550 metros que se encuentra a unos 25 kilómetros de distancia de este lugar. El maravilloso y simétrico cono volcánico que, por este lado, se encuentra completamente cubierto por hielo no inspira tanto respeto como al ser visto desde el lado chileno en el valle del Colorado, desde donde, aunque está casi libre de nieve, tiene un aspecto aterrador. La vega del Tupungato en el río Colorado se encuentra mil metros más abajo que nuestro punto actual. Tras tomar con éxito algunas fotografías comenzamos el regreso, puesto que debido al calor del sol el glaciar comienza a derretirse y ya no ofrece más seguridad. El glaciar del Tunuyán puede ser el más largo en esta latitud de la alta cordillera, su longitud puede ser aproximadamente de unos 30 kilómetros. Hacia el atardecer se nubló el cielo, señal de que se aproximaba un cambio en el tiempo.

El viernes buscamos seguir avanzando. Conseguimos llegar con las mulas hasta 3880m; dejamos que los animales volvieran para continuar a pie. Tras un largo ascenso junto al glaciar estábamos junto a un valle lateral cuyo glaciar se asomaba en forma de penitentes cortándonos el camino hacia el valle del Tunuyán. Los penitentes sólo se habrían podido superar con un gran esfuerzo y perdiendo mucho tiempo.

Debido a esto preferimos entrar al valle lateral que termina en un circo desde cuyas abruptas paredes caen magníficos glaciares hacia el valle. Todo el camino hacia arriba vimos huellas de guanaco que llevan hacia este valle, sin embargo, de los animales no vimos nada.

A los 4300m tomamos algunas fotografías y fuimos hasta un maravilloso puente de hielo de un tamaño nunca antes visto junto al cual tuvimos un frugal almuerzo. Esa tarde se nubló el cielo más temprano; fuertes ráfagas con nieve azotaban al Tupungato. Tras la llegada al campamento preparamos el programa para el día siguiente. La mitad estábamos por intentar ir desde el campamento al otro lado del valle para estar más cerca del Tupungato, la otra mitad por abandonar esta inhóspita zona. Afortunadamente nos decidimos por lo último, sino habríamos ido a parar a una tormenta de nieve de dos días duración que habría dificultado mucho nuestro regreso.

De esta forma desarmamos el campamento el sábado. Bajo un cielo despejado comenzamos a descender. Tras el profundo lecho de un estero de montaña debimos volver a hacer un camino para llevar la caravana adelante. Luego de que los arrieros, con maldiciones y golpes, obligaron a los animales a pasar al otro lado del lecho del río comenzaron a subir en zigzag. Bustamante cabalgaba adelante con la madrina hacia arriba y González se quedó abajo para arrear los animales hacia arriba. En una curva una mula fue golpeada por otra y lanzada afuera del camino, se dio dos vueltas y quedó tirada un poco más arriba de la orilla del estero. Como no tenía ganas de quedarse en el agua helada, finalmente se levantó. Sin embargo, ya no tenía la fuerza para subir con la carga por la ladera así que fue descargada, las cajas fueron llevadas hacia arriba y allá se cargaron de nuevo. Los guías, que ponían caras largas mientras la mula se encontraba tirada entre los bloques de roca, se alegraron ostensiblemente al ver que el animal no había muerto al caer.

Pronto llegamos a la vega en la que habíamos almorzado cuando veníamos de subida. Luego cruzamos de buena forma el ya crecido Tunuyán y llegamos a la 1:00 al río Negro que, al contrario de su nombre, estaba cristalino. Cuando, después de la pausa de mediodía, llegamos a una curva en el valle -mientras tanto el cielo se había cubierto- vimos hacia el Suroeste una enorme pared de roca que, a veces a través de las nubes, se hacía visible y como una torre se levantaba hacia las alturas. Con su tamaño causaba tal impresión que decidimos hacer al día siguiente una exploración en esa dirección. A las 17:00 alcanzamos de nuevo los Corrales de Contreras.

Las cadenas montañosas de ambos lados del Tunuyán son, desde el punto de vista geológico, muy interesantes puesto que cada cerro es diferente en forma y en composición rocosa. En el río Negro se levanta un gigante de pizarra negra grisácea, más arriba uno de tierra roja con formas deslavadas, otros tienen origen volcánico. De caliza y yeso están formados unos, otros de granito moteados de blanco y rojo, de una forma de un resistente pan de azúcar que al atardecer produce una fuerte y maravillosa impresión con sus columnas de fuego levantadas contra el cielo.

Primero queríamos permitirnos un día de descanso, pero finalmente, para no perder un día completo, decidimos, tras haber visto la pared de roca que se reveló como la ladera Este del Marmolejo, avanzar hacia ella. Tras cruzar el río Palomares llegamos a la casa de piedra del cuidador de los Corrales del Peñón, quien nos explicó que tenía órdenes estrictas de su patrón de no dejar entrar a nadie en esa zona; ni siquiera la oferta de una botella de ron y cigarros lo hizo cambiar de opinión, puesto que además el dueño de San Rafael era esperado en esos días.

Negarse a una botella de ron en esta zona es algo especial y así nos prometió dejarnos entrar al día siguiente en caso de que su patrón no apareciera. Para completar el día cabalgamos por el río para tomar algunas imágenes del cerro Palomares.

Hoy el cielo se nubló más temprano y al contrario de lo que eran nuestras intenciones, mantenernos activos todo el día, tuvimos que regresar a mediodía, mientras ya no caían los primeros granizos sobre los sombreros. En la tarde comenzó el mal tiempo con fuerza. Desde todos lados se desencadenaron ráfagas de nieve que duraron hasta la tarde del día siguiente y que nos obligó a permanecer todo el lunes en la carpa. Cuando caía agua nieve y granizo, nos íbamos a la carpa a jugar dominó; cuando estaba mejor salíamos y veíamos la fuerza de la naturaleza en la alta montaña que se había cubierto de nieve hasta bien abajo.

Al mediodía llegó un grupo de doce arrieros argentinos, quienes a pesar de la tormenta habían subido desde la pampa para arrear el ganado que estaba pastando en esta zona y llevarlo hacia Chile. Justo después de su llegada sacrificaron un novillo y nos dieron la lengua y el cerebro que, fritos en mantequilla, nos dejaron un buen sabor.

Nuestro campamento se pobló con todo tipo de pájaros, chincolitos, una especie de gorrión, pachurras, que se ven como palomas silvestres, jilgueros con su pecho amarillo, y todos tan mansos que se paseaban entre nuestros pies buscando comida. Las hembras de chincol trajeron de inmediato a sus crías, las que picoteaban las migas de pan. Tampoco faltaban los ratones de campo, que con toda tranquilidad se paseaban para tomar los restos de comida. Diecisiete cóndores que querían escapar del mal tiempo, volaron a unos cincuenta metros sobre el campamento en fila, como una escuadrón de aviones, hacia el valle.

Hacia el atardecer se despejó. El cielo puro lleno de estrellas prometía buen tiempo para el día siguiente, en el cual, nuevamente armados con la botella de ron, cabalgamos hacia El Peñón para obtener de Juan, el cuidador, el permiso prometido para ingresar a la zona deseada. En ese momento, Juan se había desaparecido para que nadie pudiera decir que hubiera violado las órdenes del patrón; más tarde apareció casualmente en el campamento y tomó con una cara sonriente la botella de ron.

Cuando habíamos tomado la primera arista comenzó una tormenta de tal forma que las mulas debieron quedarse en un lugar protegido para no ser arrastradas por el viento. Seguimos a pie y con frecuencia nos vimos obligados a tirarnos al suelo cuando el huracán era demasiado fuerte y ya no era posible mantenerse de pie. La arena volando por el aire era como agujas, por suerte teníamos con nosotros las gafas de nieve.

El objetivo, la ladera Este del Marmolejo y, de acuerdo a lo dicho por Juan, un glaciar con hermosos penitentes que se encuentra allá, no se podía alcanzar sin mulas, debido a su lejanía. Debido a esto tomamos la dirección hacia una cumbre de 3720m que ofrecía una magnífica vista al Marmolejo y al Nevado de Piuquenes.

El nevado de 6000 metros es uno de los pocos cerros en la alta cordillera que se puede superar sin grandes dificultades técnicas y cuyo ascenso es sólo una cuestión de tiempo. Uno puede subir con mulas desde los Corrales de Contreras, primero por unas vegas, luego sobre tierra y pequeñas piedras hasta el límite de la nieve que se encuentra cerca de los 4.500m. Acá se podría armar un campamento de altura. Después de la medianoche se podría seguir la ruta por la arista cubierta de nieve congelada por 8 a 10 kilómetros hasta la cumbre, cuya conquista, aparte del posible viento no ofrece obstáculos puesto que no se ve glaciar ni grietas. El regreso se podría realizar el mismo día ya que los animales no necesitan más de tres horas desde el campamento de altura hasta los corrales. Las mulas no podrían quedarse arriba.

Al día siguiente, miércoles, lo dedicamos a visitar un glaciar que cae desde el Nevado de Piuquenes que fácilmente se puede alcanzar en un día. Cabalgamos por el valle de Palomares hasta el primer estero proveniente del nevado, luego seguimos hacia arriba por la ladera de la derecha hasta llegar a una meseta alta que al fondo tiene un hermoso glaciar salvajemente fragmentado en cuyo maravilloso color azul acerado el hielo se hace presente. Habiendo dejado las mulas atrás, cruzamos una morrena para llegar al glaciar mismo y seguimos este mismo hasta los seracs. Al pisar algunos de los pozos de agua congelada me di involuntariamente dos baños helados hasta las rodillas que, sin embargo, no dañaron el buen humor.

En el camino de regreso pasamos junto a una hermosa mesa glacial, comimos algo con el guía, apagamos la sed con una turbia agua de glaciar y regresamos al campamento, el que alcanzamos a las 16:15. Sin tiempo que perder desarmamos el campamento para alcanzar el Paso de las Ovejas y temprano a la mañana siguiente poder regresar a Chile.

Los arrieros argentinos, figuras curtidas y aventureras, mientras tanto había reunido unas 500 cabezas de ganado y estaban listos para llevarlas a nuestro mismo objetivo del día. Cuando llegamos allá al anochecer, los hermanos ya habían ocupado la gran cueva, el único punto protegido, así que no nos quedó más que buscar un lugar en la quebrada protegido a medias del viento, en el cual no había espacio para levantar una carpa. Como consecuencia del frío de la noche, 3250m de altitud, y por el murmullo del estero glacial, pasamos una noche insomnes.

Los arrieros habían juntado el rebaño en un grupo apretado y, de forma alternada, dos hombres a caballo durante la noche rodeaban la masa rugiente y gimiente para que así no se separara y tenerla lista al amanecer para el arreo hacia las alturas del paso. Partimos a las 8:00, adelantamos rápidamente la manada y cabalgamos por la larga huella llena de cadáveres de animales y restos de hueso hacia las alturas. El tramo entre el Paso de las Ovejas hasta la altura del paso es el más devastador para el arreo de ganado hacia Chile puesto que cada animal que por cansancio se derrumba, no se levanta más y de forma miserable muere de hambre y sed, si es que no es comido por los cóndores mientras aún se encuentra vivo.

Poco antes de las 10:00 alcanzamos el cruce del paso, en el cual nos recibió una gélida tempestad que nos dolió hasta los huesos. A las 12:00 estábamos a los pies del lado chileno del portillo y a la 1:00 hicimos una pausa en el lugar de nuestro último campamento junto al río Yeso. Mientras tanto el ganado también había superado el portillo y avanzaba lentamente como una serpiente cerro abajo.

Cuando uno cabalga hacia el valle del Yeso aparece el llamado «valle» obstruido por una enorme morrena glacial. Se puede reconocer claramente que hace miles de años el glaciar del Yeso, que actualmente termina más atrás de la confluencia de los esteros de las Yeguas Muertas con el Yeso, llegaba hasta acá y que el lago formado por el derretimiento del glaciar se rompió a la izquierda. En la laguna del Valle o Piuquenes, que se encuentra en el rincón a la derecha, todavía se mantiene un resto de este lago.

A las 17:30 llegamos a la quesería ubicada a 2480m de altitud y pasamos acá la noche sin carpa. El poner una es, sin embargo, recomendable puesto que en la mañana hace frío y hay bastante rocío. El viernes a las 9:30 nos despedimos de la gente de la quesería y alcanzamos, tras una fuerte cabalgata, a las 14:30 la estación de San Gabriel. Como el tiempo alcanzaba hasta la partida del tren, aceptamos con gusto la invitación de Bustamante para comer algo y apagar la sed desmedida que el calor del día había provocado.

A las 16:20 nos subimos al tren y llegamos a eso de las 20:00 a Santiago para, después de unos hermosos días pasados en la hermosa naturaleza de Dios, volver con menos ganas que antes a nuestro trabajo diario.

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1929 Heft 2