Relatos

El Morado – Relato del Primer Ascenso

Redescubre el relato final de los históricos intentos por conquistar la cumbre del Morado, publicado originalmente en la Revista Andina del DAV en 1937.

Por Otto Pfenniger

Incontables cabezas se levantan hacia el impresionante escenario de la Cordillera Central de Chile. Colosos cubiertos de hielo en el cordón fronterizo, junto a casi seis miles formados de casi puro acarreo, cuya sola altura asusta a nuestros hombres de los Alpes, ascendidos y vírgenes, innominados y científicamente medidos, algunos incluso en las cartas chilenas y argentinas se confunden, todos ellos abren un campo de actividades infinitos para el montañista. El que una montaña en solitario haya acaparado el interés del montañismo en Chile por largos años resulta asombroso. Pues bien, los 5.060 m[1] de altura del Morado con su impresionante Cara Sur y los desolados glaciares colgantes constituyen un objetivo que atrae a cualquier alpinista, en especial, debido a que en esta zona la cordillera es pobre en formaciones sobresalientes; lo que por sí solo no explica el que tenga tantos intentos de ascensión. Ha sido más bien el espíritu de lucha del montañismo el que se ha expresado en este caso. Prácticamente ninguna otra montaña en nuestra cordillera puede tener el honor de contar con una tan larga historia de intentos de ascenso, puesto que diferentes grupos tanto simultánea como separadamente han batallado por conseguir su primer ascenso. Los primeros ascensionistas de los colosos más altos de los Andes pudieron completar su trabajo como pretendientes únicos sin ser molestados, tanto como si se trataba de expediciones europeas con todos los medios o de expediciones nacionales.

En el Morado fue diferente, tal vez porque el macizo sea fácilmente alcanzable desde Santiago – se estiman unos 4 días, mientras que para el cordón fronterizo se requieren entre una y dos semanas-, tal vez por la fuerza de atracción de su estructura maciza y orgullosa o tal vez debido a la circunstancia de que nuestro primer refugio del Club Alpino en Lo Valdés [2] se levantó con vista hacia él (de hecho recién 6 años después del primer intento de ascenso), el hecho es que durante 7 años un grupo tras otro partió para conquistar su cumbre. Y siempre regresaron derrotados del intento. Con cada nuevo fracaso creció el interés y el número de pretendientes. Esto también lo vimos en la historia de los primeros ascensos en los Alpes, ¿por qué no debiera ocurrir acá, al menos en una montaña, lo mismo?.

En primer lugar un poco de orientación acerca de la ubicación: el macizo del Morado se levanta en la cordillera, la cual se extiende en dirección SO/NE al este del río Yeso y forma con los cerros San Francisco (4.340 m, al sur) y Mesón Alto (5.230 m, al norte) una cadena. Como rutas de ascenso se presentan como posibles la pared Sureste y la cara Noroeste, mientras que por el filo en dirección SO/NE no es posible llegar al Morado; contra el San Francisco se cierra con su característica pared de roca de 800m de altura y por el norte el filo es impracticable debido a su inestabilidad. Esta última circunstancia ha obligado a numerosos grupos a devolverse. Ambas vertientes han sido bautizadas sencillamente como Cara Sur y Cara Norte. La glaciada y escarpada cara sureste con la punta rocosa del Mirador situada por delante y la caída vertical desde el filo le dan al Morado ese orgulloso sello y definitivamente el ascenso por acá es el más difícil. La Cara Norte por su parte da una impresión modesta. Sin glaciares, sólo paredes inestables y pináculos, entre los cuales todo es acarreo. Un camarada de montaña hablaba tras un intento fallido de un montón colosal de piedras y se refería con eso a la cara noroeste de nuestro cerro. Pero lo hacía de forma injusta, puesto que quien ha observado el Morado desde las laderas ubicadas al frente en el valle del Cortaderas, cuando sus ruinosas torres de roca y sus paredes con canaletas amarillentas por la caída de rocas brillan violeta y rojo durante la puesta del sol, ahí se debe reconocer su belleza.

Por la Cara Sur continua el ascenso desde nuestro refugio de Lo Valdés en el valle del río Volcán por la quebrada de Morales. La ruta de aproximación desde el norte se dirige desde San Gabriel hacia arriba por el valle del río Yeso y luego por el este del valle lateral del estero Cortaderas.

Alrededor de veinte intentos han existido. A la mayoría le faltó algún detalle por lo que no pueden ser considerados en este artículo completamente como parte de la historia de intentos de ascenso. Voy a mencionar sólo los más significativos, en buena parte intentados por miembros de nuestro club y mostrados algunos a través de las fotografías de esta revista.

Que nuestro experimentado veterano de la cordillera Sebastian Krückel fuera el alma de la primera expedición al Morado no debiera sorprender a nadie. El encontró por primera vez el acceso norte al cerro el 27 de noviembre de 1926 (junto a Eschenburg y Fentzahn), un año más tarde fue de nuevo junto a Conrads y Maas para seis años más ser el primero en pisar la cumbre.

Besteigungsversuch des Morado 127 - Felsband auf 4500 m

La pausa fue lo suficientemente larga para que en el intertanto muchos otros intentaran el ascenso. Recién cuando ya parecía que no había caso, casi de forma obligada, partió nuevamente.

En los años 1927/28 se hicieron los primeros intentos por la Cara Sur. Hasta donde yo sé, Dudle y Schurig, dos personas duras, que hicieron su aprendizaje en los Alpes Occidentales, fueron los primeros en probar el ascenso por la glaciada Cara Sureste. En el primer intento, en el cual bautizaron al Mirador, debido al mal tiempo y como consecuencia de este, al peligro de caída de grandes rocas y hielo, debieron devolverse. El segundo intento al año siguiente, casi se transforma en tragedia, ya que uno de ellos estando en el glaciar cayó a una grieta y sólo con grandes esfuerzos logró salir de ella.

Foto de la Expedición Dudle/Schurig a El Morado

En febrero de 1927 apareció Meichsner por primera vez en el Morado. El pertenece al grupo de los más duros luchadores por la Cara Sur: como escalador experimentado lideró 5 a 6 intentos. Su forcejeo tenaz finalmente lo llevó a la merecida victoria. Su primer intento de acercamiento lo hizo dando un rodeo al cerro por la quebrada Morado.

A mediados de 1929 hubo un ataque masivo desde el norte. Se trató del grupo más grande que intentó el Morado. En esto se encontraba también su debilidad, puesto que el riesgo, ya existente, de caída de rocas se incrementó debido a las dos cordadas de tres personas. Se trataba de los camaradas de montaña, miembros del DAV Santiago, Conrad, Mass, Orb, von Plate, Pfenniger y Wolff, quienes junto a su amigo Kuhn y su señora instalaron su campamento en el valle del Cortaderas. Un reporte acerca de esta expedición se puede encontrar en la Andina de 1929. A pesar de esto, algunos detalles fueron resumidos, puesto que este intento se acercó bastante a la codiciada cumbre. Lo más importante de todo es que el acceso, quizás el único posible por el norte, fue encontrado.

Albrecht Maas en la Loma Amarilla en 1929

Cuando intento traer a un primer plano nuestro ascenso, no es sólo para poder bosquejar la ruta, sino que es porque yo solo formé parte de este intento y por supuesto puedo detallar por mi propia experiencia esta expedición y no como las otras, de las que sólo escuché sus resultados. Mis amigos me van a entender. Los intentos más importantes por la rocosa pared posterior del Morado son los siguientes: Buchanan, Diciembre de 1932; Gehrung, 2 de Marzo de 1933; Buchanan y Lüders, 13 de Marzo de 1933; Gehrung y Koch, Octubre de 1933; Koch y Brunn 23 de Diciembre de 1933; entre otros.

“Si ustedes están temprano en el filo, es porque se quedaron dormidos”. Con este bien intencionado consejo nos envió el parco de palabras de Krückel a la ruta. Con esto nos quiso decir que el filo al norte de la cumbre, debido a su fragilidad e inestabilidad de las rocas, era impracticable. Como consecuencia de esto, nuestra solución fue intentar el ascenso de la forma más directa posible.

Pues bien, todos quienes abordaban el Morado desde el norte se acercaban a su cinturón rocoso inferior por la Loma Amarilla. Ahí se dividían las opiniones y los caminos. Los valientes tomaban directamente las rocas hacia arriba, sin rodeos, apegados a la derruida pared donde el Morado cada cuarto de hora disparaba sus salvas de pequeño calibre. Pero “Don Juan Segura” se mantiene en las faldas del acarreo, el cual con una fuerte pendiente, se dirige a la izquierda del cinturón rocoso. Unos 250 m más arriba se estrecha el acarreo para convertirse en una canaleta, que más adelante es un verdadero embudo. Una monotonía embrutecedora; ese acarreo interminable en que se da un paso para arriba y dos para bajo. Más encima todo esto con el gran peso del equipo de campamento sobre las espaldas. Durante las pausas, como es habitual, se saca tanto como es posible de las mochilas para descargarlo en los estómagos. A esto se le llama alivianamiento. Justo arriba del embudo el Morado nos saluda con una estruendosa caída de piedras. Nos arrancamos a los penitentes de tamaño casi humano a la orilla izquierda. Por una vez que estos penitentes seres nos hagan un favor. Fuera de esto, los penitentes son casi siempre un desagradable obstáculo para el montañista.

Campamento sobre el embudo

El campamento alto será armado en la mitad inferior del acarreo, alrededor de unas 4 horas de marcha desde la Loma Amarilla. Apenas unos 20 minutos más arriba, donde el acarreo se ramifica, se debe continuar ascendiendo hacia la derecha, en dirección hacia la cumbre. Una cascada congelada completa la parte baja de una canaleta, la cual dependiendo de las condiciones, debe ser rodeada para entonces unos 30 m más arriba ingresar a un ancho cañón relleno con gruesas piedras de acarreo. Otros intentos posteriores han fracasado en este punto, a pesar de nuestras indicaciones de cómo abordarlo. Con un exceso de energías juveniles han montado el campamento alto unos 200 m más arriba en el acarreo y con esto han salido muy al norte del filo. El cañón desemboca en una pequeña planicie que continúa en una pared vertical de unos 20 m de altura y sobre la cual se ve una hermosa banda de rocas como la única posibilidad de continuar. Tan rápido como se muestra en este relato no nos fue a nuestro equipo de seis. Pero de alguna forma aterrizamos finalmente en el filo justo debajo de la cumbre. Una media hora necesitamos para avanzar encordados 200 m por el filo. En realidad no se trata de un filo, sino que de montones de roca suelta apilados, los que acá y allá permiten echar un vistazo en las profundidades, lo que da la sensación de que toda la estructura se va a desarmar en la próxima media hora. Un corte vertical de 50 m de profundidad nos separaba de la cumbre. De a dos intentamos rapelear. Nos rendimos al darnos cuenta que un gendarme de 2 m de ancho que usamos como seguro se balanceaba sobre su base. En el intertanto nuestros amigos se acurrucaron a resguardo del viento. Algunos dejaron la comida de la mañana “servida sobre el hielo”. En esas circunstancias no era posible pensar en dar un rodeo. Para eso ya era muy tarde.

En los días siguientes tuvimos éxito en nuestro intento de primer ascenso del Mesón Alto (5.230 m). Del Morado teníamos por el momento suficiente.

1933 fue al año decisivo para el Morado. Sólo en ese año se hicieron tres intentos por el sur y cuatro por el norte. En el este hubo tres grupos al mismo tiempo intentando el ascenso, uno por la Cara Sur liderado por Hein, mientras en la Cara Norte nuestros camaradas Lüders y Buchanan se ensañaban con la cumbre, lo que les costó grandes sufrimientos, como es habitual en nuestra cordillera. Un tercer grupo se encontró con nuestros camaradas que venían descendiendo de noche sin que se dieran a conocer. El invierno obligó a tomar unos meses de descanso, pero en cuanto la nieve se fue del valle la lucha continuó en la montaña. Todavía era muy temprano para un cerro como el Morado. Con las inclemencias del tiempo y el estado del camino, nuestro amigo Joseph, a pesar de las incontables latas de leche condensada con las que tres meses más tarde Sebastian y yo reconoceríamos su campamento, no pudo llegar.

En ese momento se nos hizo conocida la noticia de que venía una expedición de Europa que entre otras cosas tenía la misión de echarse la cumbre del Morado al saco. Eso era demasiado. En nuestro club se elevaron voces. ¡Nosotros también tenemos montañistas! ¿El emblema de nuestro refugio de montaña, el primero en Sudamérica, iba a ser ascendido por primera vez por una expedición europea? Acá es necesario decir claramente que nosotros no queríamos adelantarnos a ninguna nación (como equivocadamente se ha dicho en una revista alpina), sino que teníamos la completamente justa ambición de ascender nosotros mismos nuestra montaña. Expediciones europeas son siempre bienvenidas, pero ellas no tienen por qué buscar sus laureles directamente en nuestros estrechos dominios, sino que gracias al tiempo, medios, equipos y capacidades técnicas de que disponen pueden buscarse objetivos a los cuales nosotros, normales montañistas que tenemos otra profesión, no nos atrevemos.

Era cerca de navidad. Puedo acordarme de una discusión de dos horas en una fábrica en un suburbio de Santiago en la que alguien intentaba convencer a otro de ascender con él el Morado. La misma tarde partieron ambos. A la noche siguiente pasarían frío en la Loma Amarilla porque por flojera no montaron la carpa. A la mañana siguiente subieron al campamento alto (4.000 m de altura) y al otro día, 23 de diciembre de 1933, alcanzaron en 5 horas y 5 minutos la cumbre. La ruta de ascenso correspondía a la misma de 1929 hasta 50 m bajo el filo… Ahí tomó Sebastian el liderazgo. Salimos de la ladera oeste, descendiendo ligeramente en primer lugar hasta que finalmente teníamos el corte en el filo atrás de nosotros. La cima está formada por algo más sólido que el filo más al norte por lo que los últimos 100 m son expuestos, pero fáciles.

Con un apretón de manos se selló el primer ascenso. Largo rato permanecimos mudos. En el último tramo nos habíamos esforzado bastante. Por lo tanto, ¿para qué hablar? Cada uno veía que el otro estaba feliz.

Lentamente comenzamos a buscar puntos conocidos donde sostener la mirada. Extraño y aterrador bosteza delante nuestro el espantoso precipicio del valle del Morado. Nuestras miradas se dirigen hacia la quebrada Morales por atrevidas laderas hacia abajo hasta nuestra cabañita, allá a los pies de los duros pináculos del cerro Lo Valdés. Al frente nuestro nos desafía el poderoso volcán San José (5.880 m) y hace aflorar recuerdos de nuestro primer ascenso. Las cumbres glaciadas del Marmolejo, Loma Larga y Mesón Alto llenan el horizonte hacia el noreste. Finalmente se dirigen nuestras miradas hacia la ruta de ascenso. No se ve como si hubiésemos subido por ahí. Más allá del valle del Yeso brilla la laguna Negra [3] en su azul profundo entre colinas de morrena gris con los blancos dientes del Echaurren como guardián por atrás. Por sobre montañas y valles aparecían difusos en la neblina nuestros viejos conocidos de la precordillera de Santiago. En el pensamiento nos quedamos con nuestros seres queridos, con nuestros compañeros de montaña, los que pronto se alegrarían de saber que lo habíamos logrado.

Foto tomada desde la cumbre del Morado por Sebastian Krückel

Tres semanas más tarde, en los primeros días del año 1934, tuvo la fortuna Meischner de realizar el segundo ascenso, el cual fue efectuado por la más impresionante y difícil Cara Sur [4]. Para él sólo existía esta cara, nunca pensó en dar una vuelta, en engañar al orgulloso cerro. Siete años antes había abordado por primera vez la pared de hielo [5]; ésta no lo dejaría nunca más tranquilo. Él no tuvo compromisos, ni siquiera con la vida. En el intertanto, ha dejado acá en el gran valle la lucha por la vida. Sus compañeros de montaña mantendremos un recuerdo fiel de él.

La Pared Sur exigió un esfuerzo mucho mayor en tiempo y desgaste físico que la ruta por Cortaderas. Los numerosos ataques por la Cara Norte fracasaron porque la pasada correcta no se había encontrado, mientras que por el sur el ascenso presenta dificultades técnicas casi insuperables. El mismo Meischner aclaró que el ascenso finalmente resultó sólo gracias a las extraordinariamente buenas condiciones de la nieve y hielo. En siete días de duro trabajo en hielo luchó él junto a su compañero Tietzen por la orgullosa cumbre sur y desde ahí, con pasos de escalada muy expuestos logró cruzar el filo hasta la cumbre.

Desde entonces hay tranquilidad en el Morado. Ha tenido que doblegarse ante los hombres, pero sigue elevándose sublime por sobre el trajín de los valles a sus pies. La rueda del tiempo va royendo sus orgullosas aristas, pero las huellas de todos aquellos que por él pasan, desaparecerán mucho antes de que el Morado ya no esté más ahí.

Traducción: Álvaro Vivanco.


[1] Nota del Traductor: En esa época 5.060 m era considerada la altura oficial del Morado. Años más tarde, ésta se reduciría a los 4.647 m que se le atribuyen hoy en día.

[2] Nota del Traductor: El autor se refiere al refugio en Lo Valdés del Club Alemán Andino, el que en esos años fue sección del Club Alpino Alemán.

[3] Nota del Traductor: En la época del relato todavía no existía el embalse del Yeso, razón por la cual no podía ser visto desde la cumbre del Morado.

[4] Nota del Traductor: Por esta cara discurre la considerada hoy en día ruta normal al Morado.

[5] Nota del Traductor: No confundir con la actualmente llamada Pared Sur.

Publicado originalmente en alemán en la Revista Andina del DAV en 1937.