Relatos

El «Gran Salto de Olivares» – Traducción del relato de Fickenscher publicado en 1930

El Gran Salto de Olivares

F. Fickenscher – Santiago

El Gran Salto de Olivares: nadie lo conocía; a nadie se le podía preguntar si es que su nombre era correcto; enigmática resulta su presencia en la carta de la cordillera.

En los últimos veinte años sólo fue visitado por dos grupos, por mi amigo Heriberto Trewhela y el autor de estas líneas acompañado por Rudolf Backhaus, por largo tiempo su fiel compañero de excursiones.

¿Con qué ojos lo midió el creador de su nombre? Con frecuencia chilenos me han preguntado si es que conozco la gran cascada detrás de los Baños de Apoquindo. Un pequeño canal de regadío que cae por unos 8 metros y que uno casi lo puede recoger con el sombrero: entrada 50 centavos.

Nos equipamos para la primera expedición. Las mulas debían estar en una hermosa mañana de febrero de 1915 en la Puerta de las Condes. Lamentablemente a nuestra llegada no había nadie a pesar de las promesas de Eugenio Orrego de Maitenes que debía traer las mulas. Esperamos una hora tras otra, comimos a mediodía, en la tarde nos recostamos y ¡nada! En la casa de la Hacienda Las Condes, la cual tiene conexión telefónica con Maitenes, hablamos con Orrego; había que bajar primero las mulas del cerro y luego llevarlas a la Puerta. Nos invitaron a cenar a la casa de la hacienda y pasamos la noche ahí.
Con 24 horas de retraso -eran los felices tiempos del Chile del «mañana», lo que no quieres hacer hoy, déjalo para mañana- nos montamos en nuestros animales y partimos hacia el interior del valle, pasamos el puente Ñilhue, en Corral Quemado subimos por una huella y llegamos a Villa Paulina.

Ese debía ser la meta de la jornada, pero debido al día perdido no nos conformamos con el progreso del día por lo que quisimos alcanzar el Potrero Grande. Al oscurecer encontramos un lugar adecuado en un rincón entre los cerros Parva y Colorado, todavía antes del lugar donde la huella desemboca en la quebrada que lleva hacia el valle del Cepo.

Todavía éramos jóvenes, es decir, que la carpa y la colchoneta eran innecesarias, los huesos se acomodaban al suelo. Hoy es diferente. Levantar el campamento se limitó a desenrollar los sacos de dormir. ¡Qué momentos felices! Un pequeño arroyo nos ofreció agua, pasto para los animales había en abundancia y estiércol de vaca seco sirvió como combustible.

Mi amigo Backhaus tenía la conciencia tranquila, por eso durmió como un ángel y no se dio cuenta como se le puso sobre la mejilla una enorme rana, que también buscaba calor para la noche, puesto que las noches a esta altitud son especialmente frías. El despertar no fue para él un momento apetitoso. Más bien molesto por nuestras risas que por la ocurrencia de la rana, la destrozó con una gran piedra. Cuando su rabia se había calmado un poco, nos contó u hermoso sueño que tuvo durante la noche. Estaba acostado en su cómoda cama, pero pasando frío. Entonces se puso la cálida frazada sobre la cabeza. La asquerosa rana era la frazada.

La mañana siguiente nos llevó a la quebrada entre entre los cerros Parva y Colorado. Con esfuerzo ascendieron las mulas por el paso e ingresaron al valle del Cepo. Colosal se encuentra el cerro del Plomo (5430 m) delante nuestro; enromes son sus dimensiones, enorme es su glaciar colgante. Por un caos de bloques de roca se dirige el camino hacia la vega del Cepo que también es conocida como Hotel Cepo.

Al tercer día vamos a la parte más dura de toda la excursión, la conquista del Portezuelo del Cepo a 4047 m de altitud.

Del sendero no hay rastros, los animales se esfuerzan por ascender a las alturas en zigzag, cada par de minutos hacen una pausa para recuperar el aliento. Vamos subiendo cada vez más alto, al frente la Parva se ve cada vez más pequeña y finalmente queda abajo de nosotros, una señal de que el sufrimiento de las mulas pronto va a terminar.

Estamos a la altura del paso. Una tormenta nos recibe. No se puede soportar. Las cargas de los animales y las monturas son rápidamente ordenadas. Otra mirada al magnífico panorama -a la distancia nos saluda la montaña más alta, el Tupungato con sus 6550 metros- y seguimos.

Es tan empinada la bajada hacia el paramillo que preferimos seguir a pie. Tan liso es el suelo que las mulas apenas encuentran donde afirmarse y con las patas sueltas es más lo que resbalan que lo que andan. Pronto aparece de nuevo la vegetación, un esplendor de flores, como nunca antes hemos visto en la cordillera, nos recibe. Hacia abajo el estero del Paramillo está cubierto de flores blancas, azules, rojas, amarillas, millones, pero millones de ellas, la mayoría de un solo color, en grandes grupos, a veces mezcladas. Qué contraste con las áridas laderas de la quebrada y las lomas coloradas carentes de vegetación al otro lado del valle del Olivares. Qué inesperado premio para la vista del amante de la naturaleza. ¿Cómo se llaman todas ellas? «No sé» nos dice el guía.

Un ambiente nocturno nos rodea cuando alcanzamos el valle del Olivares. De forma maravillosa se colorean los cerros desde rojo claro hasta rojo oscuro, luego cae un velo, una paleta de colores violeta con todos sus matices hasta que la noche cubre todo con su oscuridad.

Devotamente estamos ahí de pie, sin decir una palabra dejamos dejamos que este paso del día a la noche haga su efecto sobre nosotros. Pobre gusano de la ciudad, te ríes mientras nosotros alucinamos con la cordillera.

En las «vegas Amarillas» pasamos la noche. Largo rato pasamos despiertos en nuestros sacos de dormir observando el cielo estrellado. Más de una estrella fugaz cruzó brillando por el firmamento.

El día siguiente nos lleva cómodamente al Gran Salto de Olivares. Aparecen sentimientos de duda después de cabalgar por varias horas vadeando numerosos afluentes del Olivares. ¿Vamos a sufrir una decepción? Nos acercamos al estero de las Pircas por el que antiguamente un sendero llevaba hacia Argentina. Luego divisamos el estero de la Cordillera Ferrosa entre elevadas paredes de roca. ¡Hay que continuar! Entonces escuchamos en nuestros oídos un tono diferente. Es el lejano retumbar de un trueno con un cielo despejado. A cada paso se vuelve más fuerte, retumba sin cesar. Entonces nos iluminamos. Con alegría podemos constatar: sólo puede ser el Gran Salto de Olivares.

A continuación llegamos a un paso en el valle que tras superarlo éste se abre en un gran circo cerrado por los lados por grandes paredes verticales de roca que se elevan por varios cientos de metros en las alturas. Al fondo a la izquierda se encuentra la gran cascada del Olivares en todo su esplendor. A la derecha, en un rincón, otra no menos significativa cascada. Dos horas antes ya escuchábamos el llamado de su fuerza.

Para llegar hasta la cascada debemos cruzar el creciente río Olivares. Debido a esto posponemos la visita para el día siguiente y preferimos buscar un buen lugar para acampar durante las dos noches que pensamos pasar acá. Tras dar algunas vueltas encontré detrás de unas grandes rocas una cavidad que de forma perfecta forma una «casa de piedra». Al limpiar de piedras nos dimos cuenta que todo el sector está lleno de tabolangos, aquellos indeseados insectos negros de mal olor. Al defenderse en presencia de peligro lanzan un líquido cuyo olor ya no se puede sacar de la ropa.

Antes de la preparación de la cena, el arriero va a ver una vez más los animales. La «madrina» se ha soltado y los animales han desaparecido. Con las palabras «ya voy a traerlas» parte corriendo por el valle hacia abajo. Pasa una hora tras otra y nuestro único «mozo» no regresa. Hacia las 11 de la noche estamos algo dudosos; podría haberle pasado algo en la oscuridad. Vamos hacia el paso en el valle para disparar unos tiros de revólver que, debido al retumbar de la cascada, ni siquiera permiten un eco en las paredes de al frente. En eso aparecen dos siluetas negras en la noche: nuestras mulas y tras ellas el arriero. ¡Gracias a Dios! Ellas encontraron que los duros rastrojos no eran tan buenos como el pasto de las vegas Amarillas. ¡Nadie puede tomarlo a mal!

En la mañana se ensillaron los animales para ir a la cascada; casi imposible es el cruce del río debido a las grandes piedras y al caudal creciente.

Desde arriba viene el Olivares de masas de hielo eterno, cae en diferentes escalones y finalmente forma la verdadera cascada que cae haciendo un ruido ensordecedor por unos 40 metros en el valle. En la cordillera central no hay ninguna cascada más grande que el Gran Salto de Olivares. Éste se encuentra a una altitud de 2960 m.

Nos acercamos. Gritamos para entendernos, luego bramamos en nuestros oídos, pero parecen los movimientos de los labios de un mudo. Ahí tomamos lápiz y papel para orientarnos acerca del mejor lugar para tomar fotografías. Estamos en las cercanías, rodeados por una nube de gotas de agua. Backhaus escala adelante para aparecer en la imagen y tiene apuro en devolverse para evitar la lluvia fría. Qué pequeño se ve el hombre delante de tales fuerzas de la naturaleza, qué poca cosa se siente uno.

Un intento por subir por el lado derecho, para tener una vista de la continuación del valle, fracasa. A mitad de altura debimos abandonar la escalada debido a una pared de roca lisa impasable. A mi amigo Trewhela tampoco lo fue mejor en su intento. Buscadores de minas de plata buscaron una quebrada a la izquierda por donde ascendieron y luego cruzaron hacia la continuación del valle. También se supone que superaron el lado derecho de la cascada. Con martillo y cincel taladraron un hoyo tras otro en la pared donde pusieron barras de hierro para instalar una especie de escala con cuya ayuda alcanzaron su objetivo.

En las rocas nos habíamos hecho una hermosa casa de piedra -mi especialidad. También al limpiar las piedras conseguí una respetable entrada para no ser molestado por los tabolangos.

Temprano en la mañana partimos. El camino hasta el Hotel Cepo es muy largo para un día. Con mucho esfuerzo las mulas hacen el camino por el Paramillo hacia arriba. Las dejamos comer de las hierbas de la orilla del estero para que junten fuerzas para el último tramo de la subida. De a poco se va poniendo más y más empinado, incluso las pequeñas pezuñas de las mulas no encuentran donde afirmarse. El guía se baja de su animal para seguir a pie. Lo que significa que sólo un conocedor de la cordillera puede evaluar cómo seguir puesto que es difícil que un huaso se baje de su caballo.

Desde la vega del Cepo no seguimos hacia Villa Paulina sino que después de pasar la quebrada entre los cerros Parva y Colorado bajamos directo hacia Corral Quemado. El mismo día regresamos a Santiago.

Segunda Expedición al Olivares:

El fracaso de no haber podido ver cómo es la continuación del valle no me dejó tranquilo y así es que organicé en febrero de 1924 la segunda expedición al Gran Salto de Olivares.

Don Manuel Bustamante, que era el administrador del Fundo Colorado, me consiguió dos arrieros y los animales necesarios. lamentablemente mi compañero fue impedido en el último momento de participar de la expedición y para no perder el trabajo realizado para los preparativos partí yo feliz y fresco en solitario a la cordillera.

De esta forma viajé en tren hacia el Manzano, desde ahí en un camión en el que también se cargó mi equipaje hasta Maitenes donde el hijo del dueño del fundo, don Gustavo Bruce, me invitó a almorzar mientras los arrieros cargaban los animales.

Como en el primer día yo no quería ir más allá de el Alfalfal (1400 m), el maravilloso último lugar habitado, cabalgamos cómodamente por 2½ horas hacia allá para prepararnos a pasar la noche. Todavía había una gran cantidad de duraznos, damascos y ciruelas cuyo número disminuyó en forma importante con nuestra visita.

Los 3 caballos y los 5 animales de carga fueron llevados a un pequeño potrero para que se alimentaran bien por última vez puesto que en el valle de Olivares el maestro de cocina es un contrabandista.

Como agradecimiento a la buena alimentación se arrancaron en la noche y en la mañana no encontramos ningún animal. Un mozo partió a pie hacia arriba y otro hacia abajo. Tras dos horas regresó uno de ellos bañado en sudor. Las bestias quisieron irse de nuevo a Maitenes, pero fueron detenidas a mitad de camino por un inquilino. «Ya van a pagarmelo» gritó el mozo furioso y mientras se hacía la carga recibían tantas patadas como un buen cristiano puede soportar en toda su vida.

En lugar de partir a las 6:00 de la mañana lo hicimos a las 8:30, pero con serenidad todo puede salir adelante y con la reserva de frutas se pagaron los daños.

Tras una cabalgata de más de dos horas alcanzamos el puente sobre el río Colorado. El paso por este puente colgante nos costó mucho trabajo.

Un caballo se torció un tendón del pie y por esto una mula de reserva fue ensillada. El pobre jamelgo volvió cojeando como pudo a Maitenes.

Ahora comenzamos a subir por un empinado sendero la cuesta de Coironal para luego al otro lado caer en el valle de Olivares. Este rodeo se debe realizar porque el valle de Olivares en su entrada no deja espacio para un camino entre el río y la pared de roca. Luego se continúa por otro puente colgante hacia la orilla Oeste y de vez en cuando se cruzan pequeños esteros cuyas orillas muestran una abundante vegetación. Hacia el atardecer llegamos a las vegas Amarillas para levantar ahí el segundo campamento. Durante la primera visita acá había una exuberante superficie de pasto, ahora debido a lo seco del año estaba casi seca.

Hasta la puesta de sol fuimos molestados hasta la desesperación por enjambres de herqueles, un tipo de tábano; con la puesta del sol detrás de los cerros terminó la plaga. Un maravilloso paso del día a la noche, con el maravilloso colorido descrito en la primera expedición, hizo olvidar el mal rato.

Como me sentía como un cacique del valle de Olivares, aunque sólo con 2 súbditos, boté el programa de la expedición e hice lo que se me ocurrió. En lugar de ir directo al Gran Salto, el lema fue ir al día siguiente al estero de las Pircas para intentar tener desde ahí una vista de la continuación del valle de Olivares.

Del camino hecho para la Comisión de Límites no se ve nada. Empinado se levanta un acarreo hacia las alturas. Pequeñas piedras sueltas y matorrales dan mucho trabajo. Los primeros cientos de metros cabalgamos hacia arriba, luego hacia abajo para seguir el ejemplo de los caballos con la esperanza de encontrar algo del camino más arriba. Debido a que estábamos sufriendo en vano, dejamos los caballos y continuamos a pie. Escalamos hasta un punto en las alturas que nos ofreció la vista deseada.

A la derecha y a la izquierda del morro que forma el final del valle junto a la cascada se extienden grandes glaciares en dirección hacia el Juncal llenando con grandes masas de hielo todo el valle. Una exploración de este glaciar sería interesante, pero las empinadas paredes del final del valle hacen casi imposible llevar el equipo necesario hacia arriba. Quizás sea posible ascender uno de los cerros a la izquierda del salto para tomar imágenes de carácter geográfico de la zona que en la carta no aparece de forma correcta.

Mientras más nos acercábamos al Paso de las Pircas, más se abría el valle Esmeralda ubicado al frente con sus magníficos glaciares cayendo desde el cerro del Plomo. En la primera expedición pasamos descuidadamente por delante debido a que la salida del valle Esmeralda no se comunica directamente con el valle de Olivares sino que se encuentra unos 200 m más arriba. El ascenso es en un principio muy empinado, luego se abre el valle en forma de un gran circo en cuyo lado izquierdo se encuentra el glaciar principal del Plomo. Si no hubiese tenido la idea de subir al Paso de las Pircas habría pasado esta vez sin conocer las bellezas del valle Esmeralda.

Así pasamos el día siguiente dedicándole un día a la visita de este valle. Tras los primeros cientos de metros la ruta no ofrece más dificultades. La excursión hasta el glaciar se puede realizar sin dificultades en un día desde las vegas Amarillas. Cada visitante va a volver satisfecho al campamento. La fotografía incluida acá sólo muestra la parte izquierda con el glaciar del Plomo, mientras que a la derecha aparecen otras lenguas glaciares que se destacan por la pureza del hielo.

Ahora continuamos finalmente hacia nuestro verdadero objetivo y llegamos por la mañana al campamento; en el cementerio de latas de conserva se podía observar que, en el entretanto, nadie había venido a est hermosa zona.

Como los arrieros no tienen experiencia escalando desistí de hacer un intento de subir por el lado de la cascada y me conformé con tomar algunas nuevas fotografías. Este año la cascada no traía tanta agua como durante la primera visita, sin embargo, la vista a todas las caídas es sobrecogedora, de modo que la excursión unida a una visita al valle Esmeralda es recomendable para cualquier amante de la cordillera.

El camino de regreso los hicimos en dos días. El primero nos llevó hasta Los Lunes y el segundo hasta Maitenes. Ahí me despedí de los arrieros, tomé un camión hasta el Manzano y en la noche llegué a Santiago.

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1930 Heft 2: