Buscando a un compañero de montaña
Por Gerd von Plate, Santiago
Fotos Herbert Rentzsch.
El lunes 7 de junio de 1937 al mediodía, el Sr. Zeller, nuestro presidente del Club Andino, se me acercó y me preguntó si estaba listo para ir inmediatamente a buscar a Helmuth Setz, que ayer por la mañana había salido del fundo «Lo Hermida» a la quebrada de Macul y aún no había regresado. Acepté inmediatamente, me junté con Otto Pfenniger, Jürgen Lüders y Bernhard F. Timmermann, y a las 14:15 en punto estábamos los cuatro listos para salir de Pedro de Valdivia, esquina de Irarrázaval. Sólo teníamos con nosotros nuestro equipo de senderismo habitual, además teníamos nuestro piolet, Lüders su cuerda y Pfenniger sus crampones. No tuvimos tiempo de ir a buscar más equipos del club.
Rápidamente compramos provisiones para 2 días y luego nos dirigimos al coche desde Lüders hasta el fundo «La Hermida», donde fuimos recibidos por el Sr. Hieblig, el administrador, y que nos dijo lo siguiente: “Helmuth Setz había salido de las casas de «Lo Hermida» con su motocicleta el día anterior a eso de las 9 en punto y había dicho que volvería a tomar café. Cómo subía por aquí a la montaña casi todos los domingos y nunca daba su destino exacto, nadie se había molestado en pedírselo. Como de costumbre, había dejado su motocicleta en la última casa antes del bosque. Había sido visto por última vez un poco antes de la quebrada de Macul y desde entonces no ha habido rastro de él”.
Él llevaba equipo más liviano que como de costumbre, había salido en pantalones largos, suéter grises y botas de cuero sin clavos. Desde anoche todos los trabajadores del fundo estaban en el proceso de búsqueda de los alrededores, pero aún no había encontrado nada. el Sr. Hielbig nos dijo: «Hace algún tiempo Helmuth mencionó una vez que quería buscar terreno apropiado para ir a esquiar allí este invierno». Tal parece que ayer quiso hacer algo al respecto. Sólo puedo hacer que mi gente busque aquí abajo, pero no más arriba en las rocas, por eso llamé al señor Zeller hoy al mediodía y le pedí apoyo del club de excursionismo».
Eso fue al menos un punto de inicio: a este lado del San Ramón sólo se puede practicar ski al final de la quebrada de Macul, donde el San Ramón con el Abanico, forman un valle. Conocíamos el terreno como la palma de nuestra mano, porque en años anteriores cuando la entrada aún no estaba cerrada, íbamos a menudo a esquiar allí y habíamos construido un refugio allí que llamamos «Macul Hütte». Decidimos montar nuestro campamento base en ese refugio y buscar en la zona desde allí. El Sr. Hieblig también nos proporcionó una mula y un arriero, quién nos llevaría provisiones a ese lugar todos los días, y luego partimos.
Al principio, el camino hacia la quebrada se veía muy transitado, pero después de media hora sólo quedaba un quedaba un rastro hacia arriba, una huella grande y de gran profundidad sin clavos. «¡Tiene que ser él!» Pudimos seguir la pista muy claramente. Poco debajo del refugio de Macul la huella continuaba por el camino que subía hacia el San Ramón. Ya eran pasado las 8 en punto, estaba completamente oscuro, así que subimos a nuestro refugio primero, descargamos y comimos apresuradamente nuestra cena.
Inmediatamente después continuamos siguiendo la pista con la ayuda de nuestras linternas eléctricas. No era fácil, a veces no había nada que ver sobre la roca dura, pero una piedra desplazada o una marca en la tierra nos indicaba que todavía estábamos bien, de vez en cuando encontramos en el suelo la gran huella de bota sin clavos. Durante unos 10 minutos pudimos seguir las huellas por el sendero aún más lejos, pero de repente desaparecieron y no las volveríamos a encontrar en la oscuridad.
Poco antes, Setz se había desviado del camino habitual al San Ramón y había ido directamente a la quebrada por el camino que baja de la Punta de Damas. En vano buscamos en toda la zona, gritamos en la noche tranquila, bajamos un poco por la quebrada… no vimos ni oímos nada.
Muchas veces nos confundíamos con otras huellas viejas y no volvimos a encontrar las correctas nuevamente. A medianoche volvimos a nuestra cabaña e inmediatamente nos pusimos en nuestros sacos de dormir. Estuve despierto por largo tiempo y también escuché a los camaradas que se movían de un lado a otro. Los pensamientos no nos dejaban dormir: «¿Estará todavía vivo?», «¿Lo encontraremos?», «¿Estaremos aún a tiempo? »
A la mañana siguiente todavía estaba oscuro cuando prendimos el fuego, preparamos nuestro café y ya estábamos en el camino cuando empezó a amanecer. Primero bajamos a la quebrada, examinamos todo el camino sin éxito. Luego nos separamos: Lüders y Timmermann subieron por el valle, el primero hasta el Abanico, el segundo subiendo la variante Thier, Pfenniger y yo subimos la variante Farellones hasta el San Ramón.
Justo encima de donde perdimos la pista anoche nos encontramos de nuevo y seguimos rastreando durante horas. Nos llevaba cuesta arriba en la ladera, directamente a la cima de San Ramón. Ahora llegamos a las rocas duras, a pesar de nuestros mejores esfuerzos no fue posible volver a encontrar rastros. Además, la quebrada se vuelve complicada, es empinada y frágil. Todo es rocoso, pero no son piedras firmes y no se puede confiar en ningún paso. Alguien sólo pasaría aquí si fuese estrictamente necesario, pero esto era distinto. «¡No está por aquí!», dijo Otto, «¡probablemente no habrá sido tan loco!» «No”, le contesté, ”¡sin duda subió la variante Farellones!». Así que nos inclinamos de nuevo hacia la izquierda y subimos lentamente por la ruta nombrada, que mira hacia arriba en un ligero arco a la izquierda a través de hermosas rocas visibles hacia el San Ramón. De vez en cuando recuperamos la pista, pero pronto se perdía otra vez.
Alrededor de las 10 de la mañana miramos hacia abajo, justo debajo de la cabaña, apareció un escuadrón de personas. A través de los prismáticos pude reconocer a mi hermano y Herbert Rentzsch, eran camaradas del club que vinieron a ayudarnos. Después de una breve reunión, decidimos que Otto siguiera hacia subiendo y yo bajé en tranco rápido para explicarles lo que estábamos y qué hacer ahora. Habían llegado ocho hombres: H. Rentzsch, C. v. Plate, A. Mundt, S. Schwarzhaupt, B. Rautenberg, R. Boettger, F. Fuchslocher y H. Behn. Después de haber comido algo, partieron y se fueron en parejas a las diversas quebradas que conducen al San Ramón. Fuchslocher y Behn bajaron por la quebrada en el lecho del arroyo porque tenían que estar de vuelta en Santiago por la noche.
Subí de nuevo a la variante Farellones que siguió Otto, me encontré con él en la cima que conduce a la cumbre. Había buscado por esta cima por una larga distancia hacia nosotros y también hacia abajo, pero no encontró rastro. Descendimos de nuevo, buscando en otra quebrada sin poder descubrir nada.
Cuando oscureció, llegamos de vuelta al refugio, nos encontramos con los otros amigos allí que tampoco habían encontrado nada. Sólo los Lüders habían visto una nueva huella en el sendero que conducía al Abanico pero ¿habrá ido Setz de repente para allá desde acá? Difícilmente posible. El arriero del fundo había vuelto a aparecer y trajo comida. A 20:30 nos metimos en nuestras mantas, pronto estábamos dormidos.
Al amanecer empezamos de nuevo. Como el día anterior, fuimos en parejas, hoy subimos las laderas y en las quebradas que no pudimos buscar ayer. Lüders y Timmermann subieron a Punta de Damas, Mundt y Böttger también, pero en otra ruta, Schwarzhaupt y mi hermano trataron de subir más profundamente a la quebrada de Punta de Damas, pero no llegaron muy lejos, trataron de evitar las pendientes más empinadas y pronto se encontraron con Otto y conmigo, que seguíamos más a la izquierda y también tratábamos de evitar las desagradables rocas sueltas. Desde ahí seguimos subiendo juntos. Seguía avanzando pegado contra las rocas, sobre un espacio estrecho y empinado, de pronto una roca una roca grande se desprendió y me arrastró al barranco con ella.
Después de unos 10 metros pude detenerme, afortunadamente sólo tenía sus brazos rasguñados, nada más. Pero había perdido mi piolet, estaba unos 50 metros más abajo, en la salida del barranco. Bajé con cuidado para atraparlo y posteriormente decidí avanzar por un terreno mejor hacia la derecha. Primero subimos una roca y luego volvimos a la tierra y a los arbustos pequeños. Ahora estábamos en la meseta que se puede ver a la derecha de abajo, cuando se sube la última cresta a San Ramón y en la que se encuentra la nieve hasta el verano. A medida que subía lentamente hasta allí – un susto helado me sacude de pronto- veo un nuevo rastro delante de mí, reconozco claramente la ya conocida gran huella de bota sin clavos, se dirige por la meseta y luego sobre la nieve en dirección recta hacia la cumbre de San Ramón.
Así que Setz había llegado aquí a lo largo del miserable desfiladero, en línea directa. Bueno, siempre fue un tipo loco para este tipo de cosas. Y también era un caminante empedernido. Yo ya estaba seguro de que había planeado subir a la cumbre a pesar de la hora en la que subió. El ascenso de los 3300 metros de altura de San Ramón es un esfuerzo considerable y usualmente se hace en 1,5 días, para Helmuth Setz, era sólo un paseo. Grité a los otros que había encontrado el rastro de nuevo y poco después de que Otto, Rentzsch y Rautenberg vinieron a mí, continuamos siempre siguiendo los pasos.
Fue una buena lectura de pistas. Al principio la nieve era más suave, ya que la bota se presionaba profundamente y avanzamos rápidamente, pero más arriba la nieve se volvió dura y sólo con dificultad pudimos seguir la pista. Era una imprudencia grave el que Setz había subido hasta aquí. Sin picos de hielo y sin clavos debajo de sus botas, había caminado descaradamente sobre la nieve dura congelada, dejando casi nada de huellas. A veces era complicado incluso con nuestras botas. El hecho de que Setz no se hubiera caído mucho antes de alcanzar este punto sigue siendo un misterio para mí hasta hoy en día.
Luego vinieron secciones de roca nuevamente, donde no se podían ver más rastros y tuvimos que seguir por instinto. Pero si pensábamos que debía haber subido a este lado porque era más fácil, entonces la mayoría de las veces había ido tras el otro, porque era más directo a la cumbre. De vez en cuando, los demás gritaban: «¿Todavía tienes el rastro?» No podían imaginar que Setz se hubiera seguido subiendo. Schwarzhaupt y mi hermano también se habían unido a ellos, se habían reunido en la cumbre y nos dieron señales de que no habían encontrado nada. Más tarde les gritamos que todos descendieran y nos esperaran en el refugio. Unos 100 metros por debajo de la cumbre perdimos la pista de nuevo y pronto llegamos a la cresta de ascenso sin nieve. «¡Bueno, entonces vamos a ir a ver si podría haber salido en la cresta hacia Punta de Damas!». No había nada arriba, no había venido. «Así que abajo de nuevo!».
Un poco más abajo pronto tuvimos la pista de nuevo, pero no por mucho tiempo, pasaba por encima de una cresta nevada, luego en un tramo congelado, pero al otro lado del tramo no había rastros. Otto se puso sus crampones, se los amarró fuerte y bajó hacia el medio del tramo empinado. Hasta ahí, la pista sólo estaba ligeramente presionada, pero todavía perfectamente reconocible. Entonces vio un último paso, por encima de él una impresión redonda, donde se habría golpeado con su trasero, más abajo dos marcas de golpes… y nada más.
Aquí se había caído. Otto subió más 100 metros más de lado a una roca, desde la que todavía podía ver el barranco de unos 500 metros, pero no se podía ver nada del accidente. Ya era tarde y hacía frío, me congelé enormemente mientras esperaba allí y estaba feliz cuando Otto regresó. Ambos estábamos completamente convencidos de que Setz ya no podía estar vivo, caer por una pendiente de hielo de ese tipo es extremadamente grave, y si todavía tuviese la suerte de sobrevivir a este resbalón, entonces de seguro quedaría herido y no sobreviviría 3 días de frío y hambre en esas condiciones. De todas formas, los dos no podíamos hacer nada aquí esta noche y debíamos tuvimos que bajar a buscar gente fresca y lo debíamos hacer tan pronto como sea posible, el sol seguía bajando y estábamos 50 metros por debajo de la cumbre del San Ramón y no nos podría sorprender la oscuridad. Casi corriendo bajamos por la cresta que conduce al Abanico, dejamos atrás la variante Farellones a la izquierda y también pasamos la variante Thier, cuando ya apenas podíamos ver, alcanzamos a pasar por las rocas que nos encontramos en el cruce entre San Ramón y Abanico. A partir de ahí no había más peligro, conocíamos exactamente el valle y sólo tropezamos con algunos arbustos, para llegar seguros cerca de las 21:30 al refugio.
Rentzsch, Rautenberg, Schwarzhaupt, y mi hermano estaban esperando impacientemente por nosotros, ya estaban a punto de salir a buscarnos. Otto Setz, el hermano de la víctima, que previamente había dirigido la búsqueda en el campo de abajo, había llegado con G. Ebesperger y D. Hundt por la tarde. No le dimos buenas noticias. Los otros amigos ya se habían ido con Lüders en su auto a Santiago. Ahora rápidamente comimos nuestra cena y luego decidimos volver a Santiago. Sin cuerdas y crampones y sin gente fresca, no podríamos hacer nada por el momento. Además, teníamos que mirar nuestros negocios porque el lunes los dejamos sin alguna preparación. Ebensperger y v. D. Hundt se quedaron en el refugio cuidando nuestras cosas, los demás fuimos con la luz de nuestras linternas eléctricas rápido a la casa del fundo. Allí nos subimos al auto de Otto Setz, que casi no frenó en el regreso a Santiago y a la 01:00 de la noche finalmente estábamos de vuelta a casa.
A la mañana siguiente – ya era jueves, pasé rápidamente por la tienda, a las 12 en punto reunión en el club y a las 14:30 en punto nos encontramos de nuevo bien equipados con cuerdas y crampones en la Plaza Pedro de Valdivia. Esta vez éramos 9 hombres, condujimos en el coche de Pfenniger y en mi Nautilus: O. Pfenniger, H. Rentzsch, K. Walz, G. V. Hein, R. Böttger, Mitehrung, Schaub, A. Jürgensen y yo. En Lo Hermida, O. Setz se unió a nosotros.
Por la noche trabajamos en el refugio de Macul al lado de una fogata, se prepararon los crampones y todo lo necesario para el día siguiente quedó listo. Todo el grupo iba a subir, sólo Jürgensen tuvo que quedarse en la cabaña para cuidar las cosas.
Era un grupo silencioso el que salió al amanecer del viernes del refugio en dirección al San Ramón. Avanzábamos lentamente, la mayoría de nosotros ya estábamos cansados. Con el fin de rescatar al accidentado, habíamos tomado algunos esquís viejos, que habían estado escondidos allí en el refugio durante años. Subimos de nuevo casi a la cima de la montaña, a la altura del accidente. Ahí nos pusimos los crampones. O. Setz, Ebensperger y Schaub, que no tenían ninguno con ellos, permanecieron en la cima de la cresta. Poco después de las 12 bajamos con Otto y Gehrung directamente hacia hueco congelado donde el Setz se había deslizado. Yo estaba un poco incómodo así que bajé a la derecha por el sector por el que habíamos llegado con Otto 2 días antes. Por cierto tiempo no fue tan empinado. Después quise atravesar hacia la izquierda. Walz se había ido conmigo mientras que los otros vinieron más arriba tras nosotros. Caminaban por rocas sueltas que se soltaban y caían muy cerca de nosotros. Para evitar esto, Walz apura el paso, pero se enreda sus crampones en los pantalones, se cae y se desliza hacia abajo. En vano intenta frenar con el piolet, la caída se hace cada vez más rápido por la pendiente. Vi cómo llega hasta una pared de donde cae, se escuchan unos leves gritos de dolor y luego desaparece de mis ojos detrás de una roca. Olvidando de todo cuidado, corro hacia estas rocas para asomarme y ver dónde cayó, y lo veo estrellado sobre una pequeña roca que sobresalía a la nieve y sin moverse.
¡Dios mío, qué suerte tuvo! ¿Pero sigue vivo? ¡No se mueve en absoluto! Tan pronto como pude, bajé y grité a Otto para avisarle lo que había pasado. Este hombre tuvo una suerte increíble, un metro a la izquierda o a la derecha hubiese seguido deslizándose hacia el acantilado y caído sin posibilidad de salvación. Cuando llegué a él, me miró pálido y aterrorizado. «Me rompí la rodilla!» Gracias a Dios, aún estaba vivo, pero la caída le había destrozado la rodilla de su pierna derecha, torcido su pie izquierdo y herido los brazos. Con la ayuda de los demás que llegaron lentamente, intentamos reubicar la rótula, lo que no funcionó porque volvía a deslizarse hacia arriba. Cuando Otto llegó, sonrió y dijo: «Voila le malade imaginaire«. Bueno, ¿qué pasó aquí? ¡Oh, nada grave, todavía lleva puestos sus anteojos! De hecho, no nos habíamos dado cuenta de que, a pesar de la caída no había perdido sus anteojos. Una vez que inmovilizamos al herido lo más que pudimos, comenzó el trabajo de cargarlo.
A Helmuth Setz, por supuesto, tuvimos que dejar de buscarlo por el momento, con seguridad llevaba mucho tiempo muerto; ahora teníamos que encargarnos del herido lo antes posible. ¿Pero cómo? Desde aquí habríamos cruzado todo el camino hasta la cresta de la cima, pero hacer eso con un herido es imposible. Hacia abajo sólo estaba el desfiladero. Así, no quedaba nada más que volver hacia arriba con él. Eran cerca de 250 metros a la cima y el camino era empinado y la segunda mitad aún más. Pero no había nada que hacer, debíamos hacia allá. Para estar más seguros debíamos excavar 2 hileras de escalones en la nieve. ¡A trabajar que no hay tiempo que perder!
Mientras unos comenzaron inmediatamente a hacerlo, uno de ellos permaneció con Walz, Gehrung y yo decidimos descender más para al menos mirar dónde podría estar Setz. Primero fuimos un buen poco hacia abajo, luego a la de la izquierda. Cuando llegamos a la planicie en la que el hombre podría haber estado, Gehrung bajó y yo subí. Un poco más arriba, el terreno se hizo más plano ¿estaría ahí? Bien, ahí es donde estaba.
Ahí estaba frente a mí el cuerpo del que una vez había sido el fuerte y saludable Helmuth Setz. Recostado, yacía allí, perfectamente preservado, sin ningún daño. La cara estaba un tanto enterrada, probablemente la nieve se derritió por el calor del cuerpo y luego se volvió a congelar. No había señales de movimiento alrededor, ninguna señal de pelea con la muerte. Estaba claro que ya había muerto cuando cayó aquí. ¡Pobre muchacho, nos hubiera encantado haberte ayudado!
Un sentimiento muy particular me envolvió estando ahí, sólo junto a la muerte en este enorme ambiente. Me sentí tan pequeño, tan impotente. ¿De qué le servía ahora a Helmuth el ser tan joven, tan fuerte, tan confiado? Como casi todos los domingos, se había ido a sus queridas montañas, sólo, cómo usualmente lo hacía. Ya era tarde, ¿hubiera alcanzado a escalar el San Ramón? Era posible si lo hacía en línea recta, volvía derecho hacia abajo.
Él quería estar de nuevo allá arriba en la cumbre, en una gloriosa soledad, mucho más allá de la estrechez de la ciudad, por encima del valle lleno de hombres. Con largos y elásticos pasos avanzaba, apenas descansaba, no lo necesitaba. Avanzó sin obstáculos por la quebrada y llegó a la nieve. ¿Conocía el peligro? ¿Alguna vez se había deslizado en la nieve dura? No creo, con el equipo que traía hubiese tomado una ruta diferente. Ahora ya está casi arriba, sólo este tramo, y luego la cumbre. De repente un pie resbala, cae, en vano trata de sostenerse con las manos y los pies, pero no hay agarre sobre la superficie dura, y ya baja la montaña a una velocidad vertiginosa. Un grito sacude el aire, luego los sonidos del golpe del cuerpo contra las rocas. Más de 1000 metros tomó el loco viaje va cuesta abajo, sólo duró unos segundos y aquí, en frente de mí, había encontrado su trágico final. En su casa de Santiago, los padres esperan a su hijo. «Tú no sabes el miedo que tengo siempre que vas a las montañas solo!», la madre le había dicho en la mañana. «Y tú no sabes, madre, lo hermosa que es la soledad en las montañas», fue la respuesta alegre y final del hijo. ¿Fue una coincidencia o fue el destino que me haya resbalado el miércoles y haya encontrado la pista de nuevo? Difícilmente lo habríamos encontrado de otra manera, jamás hubiéramos sospechado desviarnos tanto hacia a la derecha.
Ahora, ¿dónde está Gehrung? ¡Lo había llamado hace una eternidad! Finalmente llegó, lento, cansado. Construí sobre las rocas junto al cadáver, un hombre de piedra, para poder encontrarlo más rápidamente, luego buscamos algunas piedras en la zona y cubrimos la cabeza de la víctima. Nos hubiera gustado haberlo cubierto por completo, pero había pocas piedras pequeñas allí, habríamos perdido demasiado tiempo con él y de todos modos ya era muy tarde.
Descansamos un poco, luego subimos de nuevo, directamente en el hueco. Luego vimos en todas partes las huellas del accidente: manchas de sangre, impactos, y unos 50 metros más arriba estaba su mochila que recogí. Llegamos muy despacio, los dos estábamos muy cansados. Luego atravesamos a la izquierda con mucha precaución porque no podíamos arriesgarnos a tener otro accidente. Cuando finalmente llegamos donde nuestros compañeros, todavía estaban excavando escalones para subir al herido.
Subí a la cima, donde O. Setz, Schaub y Ebensperger todavía estaban esperando. En silencio, entregué a Setz la ensangrentada mochila de su hermano. Después de haber revisado sus cosas, lo envié hacia abajo junto Ebensperger ya que en el estado que se encontraba no podría habernos sido de más ayuda. Le dije a Ebensperger que se dirigiera lo más rápido posible hasta Santiago y se pusiera en contacto con Sebastian Krückel. Le debía solicitar gente fresca, una camilla, un médico y provisiones.
Ahora, debía volver abajo a ayudar al equipo a excavar los escalones en la nieve, al llegar no había mucho más para ayudar, pronto terminamos con él. Después de cinco horas de trabajo minucioso, Pfenniger y sus asistentes habían excavado una hermosa escalera de doble fila hasta la cima.
Ahora todos nos reunimos abajo junto al herido. A partir del par de esquís que habíamos tomado con nosotros, dos picos de hielo y una cuerda, se construyó una especie de trineo. Walz fue introducido por Rentzch a un saco de dormir y posteriormente atado al trineo. Dos pares de cuerdas estaban amarradas por cada lado del trineo, y una quinta fue envuelta alrededor del cuerpo de la víctima. Alrededor de las 7 en punto finalmente terminamos y pudimos salir. Cinco hombres tiraban: Pfenniger en frente, detrás de Miter y Schwarzhaupt, luego V. Heim y Böttger. Detrás del trineo iba yo, tenía que dirigir, cuidar al paciente, empujar y frenar en el trineo. Schaub esperó en la cima, Rentzsch se sentó en la roca más baja para asegurarlo desde allí, pero sólo pudo hacerlo en los últimos 100 metros, aunque estos eran los más empinados
Así, comenzamos: «A-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, halt!». Pausa. ¡próximo! «»A-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, halt!». Así luchamos lentamente, paso a paso. Cada «A-hoi» indicaba avanzar un escalón más. De vez en cuando tenía que acomodar a Walz a un lado, a veces a otro, cuando se resbalaba del trineo debía que aflojar la cuerda en su pecho y también darle de beber. Al principio nuestro camino era ancho y poco peligroso, luego llegamos a una parte estrecha, extremadamente empinada, en el que las escaleras eran de una sola fila y se volvió muy complicado. De vez en cuando un escalón se rompía y nos debíamos aferrar firme a lo que podíamos. Si sólo uno se hubiera deslizado, excepto yo que iba suelto tras el trineo, hubiera arrastrado a todo el grupo con él y estaríamos perdidos. Rentzsch había sido capaz de asegurar el trineo desde arriba, pero ¿nos habría soportado a todos en una emergencia? En cualquier caso, fue un muy buen apoyo psicológico.
A estas alturas ya había oscurecido y como resultado no nos dábamos cuenta de lo peligrosa nuestra peligrosa situación. Yo admiraba a Walz, cómo soportaba la operación sin quejarse. La cuerda envuelta alrededor de su cuerpo apretaba su pecho, se había vuelto extremadamente y como no podía hacer ningún movimiento, estaba casi congelado. Además, debe haber estado sufriendo enormemente, porque una rodilla dislocada no es una maldita pequeñez, lo sé por mi propia experiencia. Además, iba mirando hacia abajo, viendo constantemente el abismo que yacía bajo de él, en el que podía caer por cualquier leve error de sus camaradas. ¡Verdaderamente unos nervios de acero! Sólo la última vez, cuando todavía no podíamos llegar a la cima, tuve que calmarlo: «¡Estamos allí, sólo 20 metros!» … «¡Ahora sólo 10 metros!» Fue muy lento la última vez. «»A-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, a-hoi, halt!». Los descansos se hicieron cada más largos. Cuando estábamos a través de la cuneta, fuimos un poco a la izquierda y luego directamente hacia arriba otra vez. Desde ahí Rentzsch y Schaub fueron capaces de asegurarnos desde la cresta, y luego uno tras otro fueron llegando para poder tirar desde arriba. Pronto logramos traer al accidentado a salvo a arriba. A las 21:30 en punto, después de 2 horas y media de trabajo, todos estábamos felices en la cima.
Pero aquí no podíamos quedarnos, había un viento frío y helado que llegaba a los huesos, así que a continuar, no hay tiempo para el cansancio.
Con las cuerdas amarramos el trineo y lo llevamos hacia abajo. Dos fueron delante para suavizar el camino lo mejor posible y ver el camino. El resto lo tuvimos que arrastrar, a pesar de llevar nuestras linternas eléctricas encendidas, fue un constante tropiezo por el camino empinado. Casi cada 20 metros tenía que descansar y tan pronto como habíamos puesto cuidadosamente nuestra carga en el suelo, nos acostábamos a un lado. Siempre fue un gran esfuerzo el volver a levantarse y a menudo Walz era el que nos daba ánimo.
Pero finalmente lo logramos también, y después de aproximadamente una hora llegamos a un lugar que era bastante plano y relativamente protegido del viento. Allí pasamos la noche, una «noche triste» a 3000 metros de altitud.
A pesar de estar un tanto protegido del viento, hacía un frío terrible y no teníamos. «Construyamos un muro de piedra alrededor de nuestro campamento», dijo Pfenniger, «en primer lugar nos da protección y en segundo lugar nos calentaremos». Trajimos unas piedras, pero nada más, ya habíamos tenido suficiente arrastrando, preferíamos congelarnos. Entonces sugerí hacer fuego. «¿Cómo así un fuego? ¿De dónde quieres sacar leña?» «¡Ya voy a ver!» Fui con Rentzsch un poco abajo a los primeros arbustos. Allí buscamos palitos secos y raíces de «cuero de vaca», pronto tuvimos nuestras mochilas llenas de leña. Con eso hicimos una pequeña fogata cerca de los pies de Walz. Era un fuego pequeño y fumaba enormemente, pero era un fuego y podías calentar tus manos y pies. Luego los otros fueron a buscar más leña. Uno tenía una lata de «Leche condensada», de la que preparamos una bebida caliente. En una taza derretimos nieve y luego añadió leche condensada en esta agua caliente. Todos tomaron media taza, no sabía muy bien, pero estaba agradablemente caliente. No pudimos dormir a pesar del cansancio. Intentamos acomodarnos a un lado y otro, pero el frío nos mantuvo despiertos.
Finalmente, finalmente llegó la mañana, poco a poco comenzó a amanecer. Cuando ya estaba claro, buscamos nuestras últimas sobras de pan, queso y chocolate, y luego todo se distribuyó equitativamente. Toda la comida estaba bastante seca, pero no habíamos comido casi nada desde ayer por la mañana. Luego pusimos nuestras picas bajo el trineo y lo convertimos en una camilla al que estaba amarrado nuestro hombre herido. Alrededor de las 08:00 en punto partimos con ánimo fresco. Uno de los hombres fue partió adelante para buscar el mejor camino, otros 6 llevaban la camilla y el octavo hombre iba atrás asegurando la camilla con una cuerda. Primero fuimos un largo camino cuesta arriba, después cuesta abajo por una cresta y luego giramos a la izquierda sobre nieve hacia la variante Farellones. Alrededor de las 10:00 en punto entramos en una planicie sin nieve, habíamos decidido unánimemente hacer un descanso largo cuando de pronto apareció G. Göpfert con A. Jürgensen y un amigo chileno.
¡Fue una alegría enorme, finalmente fuerza fresca! Y también traían comida y bebida. Esto último era lo principal para nosotros, todos teníamos una sed loca, nuestras cantimploras estaban vacías desde ayer. Göpfert había viajado desde el sur para ayudar a encontrar y rescatar a su amigo y compañero montañista Setz, y desde ahí pude indicarle aproximadamente donde yacía. Ahora teníamos dos ayudantes más -el chileno no participó en el transporte- y podíamos alternar varias veces.
Continuando con la variante de Farellones debíamos subir por unas rocas, nos pareció complicado y decidimos descender a la derecha hacia el desfiladero, aunque también fue extremadamente difícil. De todas maneras sirvió y pudimos pasar empleando todas nuestras fuerzas. Lento, pero sin tomar grandes descansos, poco a poco nos acercábamos a nuestra meta. Continuamos hora tras hora y no nos hubiéramos dado cuenta de no ser por la maldita sed, nuestras lenguas se pegaban al paladar bajo el sol resplandeciente. En ese punto Otto y yo nos turnábamos el ir adelante para guiar el mejor camino por donde descender.
Habíamos avanzado poco cuando vimos tres figuras aparecen delante de nosotros, era Krückel, Ebensperger, y un obrero del campo. ¡Dios mío, qué alegría tuve al reconocerlos! Ahora todo estaba bien, ¡habían llegado refuerzos! ¡Si no hubiera tenido tanta sed!
Ahora que el refugio no estaba tan lejos y que habían llegado fuerza fresca, decidí descender a buscar agua. Krückel, que había en la mañana de Santiago, trajo una buena camilla y la alegre noticia de que un grupo más grande del Club Andino venía en camino. Mientras yo seguí hacia abajo, ellos subieron para unirse a los demás que los esperaban en una pequeña meseta. Ahí traspasaron al herido a la nueva camilla y lo siguieron transportando más abajo. Poco antes del refugio me encontré con mi primo, el Dr. R. Wygnanki, que había traído Krückel por su condición de doctor. Además, 10 trabajadores del campo, que el Sr. Hielbig había enviado para ayudar. Inmediatamente los mandé montaña arriba armados con varias cantimploras con té. Con tanta fuerza fresca ya no tenía que preocuparme y pude descansar por primera vez. Y también beber, beber, no podría parar de tomar líquido.
A través de los prismáticos, mi primo y yo observamos cómo avanzaba la caravana a través de las rocas. A pesar de las fuerzas frescas no avanzaban más rápido, los trabajadores del campo poco pudieron ayudar en el terreno pedregoso y sólo ayudaron en el terreno plano.
Estaba a punto de volver a subir cuando apareció mi primo B. Timmermann, poco después Rautenberg, Lüders, mi hermano y uno tras otro, ocho hombres del Club Andino. Inmediatamente siguieron subiendo y no pasó mucho tiempo, justo cuando comenzaba a oscurecer que pudieron llegar con Walz al refugio.
Apenas llegó el herido fue examinado por el doctor, le dieron algo para comer y beber, y después de una hora y media fue levantado y cargado hacia abajo. Esta vez sólo transportado por el equipo que había llegado hoy, nosotros ya habíamos hecho suficiente.
Ahora comimos, bebimos, hicimos un buen descanso y luego partimos. Dejamos todo nuestro equipo en el refugio ya que Heller y Hagelauer se quedarían aquí y al día siguiente transportarían todo con animales de carga. Un poco después de los «Riscos negros» alcanzamos a la caravana con el herido. No era fácil transportar al herido a través del camino estrecho.
Por suerte Walz, a pesar de su dolor y de lo difícil y peligroso del camino, se mantuvo de buen humor todo el viaje. Mientras los otros seguían hacia abajo, llegamos al primer coche en el que Pfenniger llevó algunos del grupo hacia Santiago. Poco después llegamos a mi Nautilus ¡Qué felices estábamos de haber llegado! Al fin podríamos dejar de caminar, sólo nos faltaba simplemente conducir a casa a dormir.
Pero -oh, las vueltas del destino- el Nautilus no quiso arrancar. En vano trabajé buscando la avería. Simplemente no prendía. Tuvimos que bajar sin motor y sin luces. Por suerte el camino iba mayormente hacia abajo y sólo en algunas partes tuvimos que empujar. Schwarzhaupt iluminaba el camino con su pequeña linterna hacia los árboles del lado y yo intentaba manejar por el medio del camino. Así que llegamos cuidadosamente al camino principal, apagamos la linterna y pronto llegamos a las casas del campo. Allí pedimos un taxi y finalmente estábamos en casa poco después de la medianoche.
Mientras tanto, el resto del equipo con nuestro hombre herido habían llegado a las 00:30 al auto de Krückel, exactamente 36 horas después de su accidente. A las 01:30 fue ingresado a la Clínica Alemana.
Tuvimos que descansar por un día, el lunes queríamos subir nuevamente con gente fresca para recuperar el cuerpo de nuestro camarada, pero el padre no lo permitió, no iba a arriesgarse que nadie más saliera herido. Por un monto considerable, contrató a un hombre dueño de una mina de Rancagua, que guiado por Göpfert, subió el lunes por la tarde acompañado por su gente y varios animales de carga. Ellos abrieron un camino por las rocas y la nieve hasta el lugar del accidente. El miércoles por la noche entregaron los restos en Santiago y el viernes por la mañana lo acompañamos a su tumba.
Traducción: Matías Timmermann A.
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1938