Expedición de Brant al San José de 1899
(Extraído de las Discusiones de la Sociedad Científica Alemana de Santiago. Tomo IV, Cuaderno 1)
A las 10:30 llegamos a Baños Morales, una fuente termal de unos 30° de temperatura con fuerte contenido de arsénico. A pesar de que con frecuencia vienen persona a bañarse hasta acá, todo se encuentra en un estado primitivo. Ahí donde brota el manantial desde el suelo se han cavado tres hoyos en los que una persona puede pararse en ellos con el agua hasta el pecho. Ácido carbónico asciende en incontables burbujas con el agua desde el suelo de forma que se ve como si el agua estuviera hirviendo. Por todas partes alrededor de estas aguas se ha formado un sedimento café rojizo, barroso en el que uno se hunde a cada paso. Algunos visitantes alojan en una especie de gruta que se hizo con los depósitos de la misma vertiente.
Como tomamos desayuno acá, tuvimos tiempo de mirar los alrededores. Nuestra gruta es tan pequeña y baja que uno apenas se puede sentar dentro de ella. Quizás dos personas acostadas en ella podrían encontrar protección contra la lluvia. Un muro de piedras se ha construido delante de la cueva y unos palos sostienen una ramada que los visitantes arreglan a su gusto. El entorno es encantador. Verdes vegas cruzadas por un claro estero, todo esto enmarcado por cerros abruptos y cubiertos por nieve. De haber un poco más de comodidades y la respectiva posibilidad de alojamiento, una persona de cultura podría pasar algunos días acá.
A las 11:30 seguimos avanzando a caballo. El volcán se cubierto de nubes de forma que no podemos reconocer ningún punto de referencia para un ascenso. Las paredes de los cerros a la izquierda y a la derecha están llenas de derrumbes. Abruptas líneas de chimeneas dominan por delante y hacia el Norte se abren canaletas a más de 5000 metros de altitud en cerros glaciados que no tienen nada que envidiar al Matterhorn ni en pendiente ni en inaccesibilidad.
El valle del río Volcán, en el que nos encontramos, permite dos cruces hacia el lado argentino, ambos al sur del volcán. Uno, el Paso de Nieves Negras a 3870 de altitud, recibe su nombre del fino polvo negro que también nosotros conocemos en nuestro ascenso y que proviene de las cenizas expulsadas por el volcán. El segundo cruce está más al Sur y se llama Paso de Colina, se encuentra 200 metros más arriba y lleva, como el otro, a la zona del río Tunuyán y a San Carlos.
En el lado chileno se encuentran unas termas, llamadas Baños de Colina, que no debe ser confundido con los baños del mismo nombre en las cercanías de Santiago. Sobre la naturaleza de estas termas no pudimos averiguar nada. Nuestro guía nos informa que en verano son visitadas con frecuencia.
El camino a estos baños y pasos se encuentra por la otra orilla del río, pero como éste no es cruzable en ningún punto, hemos utilizado desde un comienzo la orilla derecha para nuestra marcha para así poder llegar sin obstáculos al volcán, pero también hemos tenido que esforzarnos para cruzar innumerables arroyos que normalmente parecen inofensivos. la extraordinaria cantidad de nieve caída durante el último invierno ha producido tanta agua de deshielo que uno puede estar contento cuando al cruzar a caballo uno de estos esteros sólo se moja la punta de los pies.
A las 13:30 dejamos el valle principal del río, que acá da una curva hacia el Sur, y nos esforzamos por avanzar por un terreno desmoronado por el cual caen tres cascadas desde los deshielos. Dos de estos esteros son blancos, provienen del volcán San José; el tercero es rojo y proviene desde el Norte, desde un valle que en hielo y nieve mira fijamente y cuyo final forma un cerro que, más tarde desde el río Yeso, creemos reconocer como el Mesón Alto. Por sobre esta terraza llegamos a una planicie cubierta por acarreo arrastrado por el río que se abre más allá y rodea los pies del volcán.
En esta planicie sobresalen algunos bloques de roca que por haber caído ahora parecen castillos destruidos. Los diversos fragmentos de estos bloques de roca aglomerada son iguales a las paredes que se levantan junto al valle. Se puede ver con claridad que desde allá se han desprendido enormes masas de roca que han caído, sin embargo, nos resulta difícil de entender como nuestro montón de escombros llegó hasta acá puesto que se encuentra completamente aislado y parece haber crecido en medio de la planicie.
Toda la planicie está más o menos cubierta por matorrales y pasto, los que en algunas partes alcanzan a formar unas pobres vegas sobre las cuales hay ganado. El orgulloso nombre «La Engorda», que recibe el lugar, no es merecido.
Junto al bloque de roca más grande hacemos una pausa para levantar nuestro campamento para el cual las rocas ofrecen protección del sol y del viento.
Nos encontramos a unos 2475 metros de altitud y nos separan de la cumbre más de 3400 metros de subida. Por el contrario, la distancia horizontal es pequeña, tanto así que esperamos terminar el ascenso en dos días con el levantamiento de un campamento a unos 4500 metros.
A pesar de que en el valle brillaba el sol, el San José y los cerros que lo rodean están cubiertos por nubes que recién al atardecer comienzan a iluminarse. La noche nos trae un tiempo claro. Como por arte de magia la atmósfera se mantiene pura y la luna creciente brilla clara en un cielo despejado.
Con confianza en el buen tiempo durante los próximos días nos quedamos dormidos para, al despertar a la mañana siguiente, hacer el descubrimiento que toda la zona se encontraba cubierta por gruesas nubes. ¡Qué una gran decepción! No tenemos idea por donde debemos iniciar el ascenso. Hasta ahora sólo hemos podido ver pedazos del cerro según como las nubes nos permitían echar una mirada por acá o por allá.
Un tiempo tan caprichoso como éste yo nunca había vivido. Un cielo claro, absolutamente despejado de nubes se transforma en pocas horas en la atmósfera más recargada desde la cual llueve, nieva, caen rayos y truenos y tras otras pocas horas todo está de nuevo de un vanidoso azul y brilla el sol.
¡Esto cambia más rápido que la risa y el llanto en un niño!
Tuvimos un consejo de guerra y decidimos realizar un reconocimiento para explorar tanto como fuera posible de la posible ruta de ascenso sin importar como se comportara el tiempo.
Sin embargo, tuvimos una vista, aclaró y cuando partimos a las 8:45 desde nuestro campamento el sol brillaba sobre las montañas de los alrededores. Nubes solitarias revoloteaban por aquí y por allá, se pegaban a las superficies de hielo, pero luego desaparecían y toda la naturaleza sonreía al igual que nosotros.
En 20 minutos alcanzamos los pies de las estribaciones del volcán y comenzamos un empinado ascenso sobre nuestras mulas ahí donde un arroyo, en gran parte cayendo en cascadas, ha formado una quebrada.
Pronto encontramos un sendero poco marcado que probablemente ha sido usado por el ganado para llegar a las aún más pobres vegas de más arriba. Arrieros deben haber llegado hasta allá arriba para arrear los animales perdidos.
A las 10:15 alcanzamos a 3060 metros de altitud la vega más alta. Qué contraste con Las Condes y hace poco con la zona del Aconcagua donde el ganado puede encontrar el mejor forraje hasta los 4000 metros. He encontrado, en general, la zona del Maipo mucho más inhóspita que las otras zonas mencionadas.
Acá hay un árbol a 1800 metros, una rareza, mientras que allá quillayes, lunes y maitenes forman colonias por sobre los 2000 metros y proveen de los mejores lugares de campamento. Incluso a 2300 metros de altitud se encuentran grupos, algo achaparrados, de maitenes.
Nuestra vega se encuentra en parte cubierta por nieve, una prueba de la extraordinaria caída de nieve durante el último invierno. Poco a poco se acaba toda la vegetación. Nuestro ascenso nos lleva por suaves acarreos, primero apenas cubiertos por nieve y luego cubiertos por una capa gruesa de ésta, hasta que a las 11:00 a 3570 metros de altitud llegamos a un nevero continuo. Acá nos desmontamos y tomamos nuestro desayuno en el último lugar libre de nieve.
La vista del volcán que se encontraba delante nuestro y de los alrededores es magnífica lo que lleva a nuestro arriero a bautizar el lugar como «Bellavista».
Acá tenemos finalmente la oportunidad de orientarnos acerca de la ruta propuesta. Tanto como nos es posible ver, la cara Oeste del cerro que tenemos en frente está glaciada desde los 3000 a los 5000 metros. Una vez superada esta zona, el cono ya libre de nieve no ofrece más dificultades. Pero ¿cómo se superan esos glaciares? La arista sobre la que nos encontramos es una estribación del cerro que no proviene en forma radial desde éste sino que más bien forma un arco alrededor de la cara Oeste del volcán; entre la arista y el macizo principal se ha formado un valle que se encuentra completamente cubierto por nieve y que asciende suavemente hasta la unión de la arista con el macizo.
Nuestra siguiente tarea se trata de confirmar si es que avanzando por la arista podemos superar la zona glacial sin obstáculos o si es que es preferible cruzar el valle e intentar avanzar por la ladera del macizo entre los glaciares. Como ambas teorías tienen partidarios, nos dividimos en dos grupos. Yo elijo con otro compañero la arista. Estoy sorprendido con la buena calidad de la nieve, está lo suficientemente blanda para plantar el pie sin hundirse en ella. Se va ascendiendo por el terreno en forma regular lo que permite, para esta altitud, un ascenso muy rápido. No hay grietas ni hay que pasar por algún lugar donde uno tema algún peligro.
Mientras ascendemos, observamos a nuestros compañeros a la derecha nuestra que pronto se convencen de lo imposible de su plan y cambian su dirección hacia nosotros. Los glaciares más allá son empinados, así como la roca desnuda. Para superarlos se requiere de un guía alpino experimentado con la ayuda de sus herramientas y ellos también tendrían problemas con el glaciar a esta altitud. Además aparecen numerosas, anchas y profundas grietas y pedazos de roca caen continuamente sobre las hondonadas y campos de hielo.
Se ven los efectos de estas avalanchas de roca por todas partes sobre del hielo que se ve como si hubiese sido labrado. En resumen, todo nos llamaba a «Noli me tangere«.
¡Afortunadamente era diferente entre nosotros! Tras dos horas de cómodo ascenso por la nieve, en partes cubierta por una fina capa de polvo negro, llegamos a los 4400 metros de altitud sin estar agotados al llegar al final del valle congelado y podemos, a pesar de la neblina que impide la vista, estar convencidos que el paso hacia al macizo principal es posible de realizar sin obstáculos; acá comienza la hermosa nieve de la parte inferior a transformarse en los temidos penitentes, pero las agujas son pequeñas y relativamente fáciles de superar.
Llenos de felicidad por el resultado de nuestro reconocimiento, descendemos. Unos 100 metros más abajo descubrimos en medio de una isla de acarreo un lugar protegido que se presta para nuestro campamento de altura. Incluso encontramos agua acá murmullando por debajo de los bloques de roca, por cierto, un regalo valioso que nos ahorra el esfuerzo de derretir nieve: en todo caso, una rareza en esta zona.
De regreso entonces a nuestros compañeros que encontramos en Bellavista y con quienes compartimos nuestras experiencias. A las 5:00 de la tarde estamos de vuelta en nuestro campamento, ahí acordamos el plan de campaña para el ascenso del día siguiente y hacemos los preparativos necesarios de ropa, provisiones, y equipo restante.
La única preocupación la provoca la inestabilidad del tiempo que en la tarde se ha vuelto de nuevo amenazante. Tememos meternos en un periodo poco favorable y algunos proponen esperar mejores condiciones, pero ¿para qué esperar? Hemos visto que una mañana hermosa se puede transformar en un mal día y a la inversa también.
Entones mañana no tenemos ni una mejor ni una peor oportunidad que pasado mañana o más tarde y estar más tiempo inactivos no va con nosotros. Así que se decidió la partida para mañana temprano y volvemos con nuestros arrieros y el guía que hemos reclutado -con esto no nos referimos a un guía de montaña sino que a alguien que conoce los caminos y huellas en los valles- al campamento para repartir las instrucciones a la gente.
Un vaso de vino caliente –grog así como todas las bebidas alcohólicas antes de un ascenso es mal visto- suelta la lengua de nuestro silencioso guía y tras preguntarle nos cuenta todo lo que sabe acerca del volcán. Ante nuestra duda si es realmente que nos encontramos ante un volcán periódicamente activo, nos responde con seguridad con un sí y nos describe la parte del cráter que reiteradamente tiene humo y en la que en la noche se puede ver como se levantan llamaradas. Él había estado acá hace algunos años con un ingeniero español que con muchos instrumentos, al igual que nosotros, quería ascender el volcán. Exactamente en este mismo lugar acampó y vio una erupción del volcán. Toda la montaña tembló y una fina capa de ceniza negra cubrió todo el campamento; el ingeniero se llevó una gran cantidad de esa ceniza para estudiarla.
Como todos confirmaban la actividad periódica del San José, no era para dudar de ella a pesar de que lamentablemente nosotros no pudimos observar algo que demostrara con positiva certeza esta actividad.
Para nuestro pesar nada pudimos sacar de este hombre acerca del nombre del «ingeniero español», el que para mí, dicho abiertamente, suena algo improbable. Por lo demás, a consecuencia de una preparación insuficiente y de la poca ayuda, el susodicho no logró ni de cerca llegar a la cumbre, como asegura nuestro guía se dio la vuelta aproximadamente en el mismo lugar donde nuestros compañeros se convencieron de la impracticabilidad de su ruta de reconocimiento.
A la mañana siguiente el nerviosismo nos despierta temprano, sin embargo, recién a las 9:00 salimos. A las 11:00 llegamos a Bellavista y cabalgamos una media hora más tarde las hondonadas de nieve reconocidas el día anterior hasta el lugar de campamento que teníamos considerado.
Nuestros caballos y mulas avanzan sorprendentemente bien por la nieve que parece estar hecha justo para las pequeñas pezuñas. Ninguno de los animales se hunde, ninguno resbala. Antes no habría tenido por posible hacer un ascenso como éste montado; como la nieve se encuentra realmente en las mejores condiciones, es un alivio extraordinario para nosotros.
El tiempo se ha vuelto a echar a perder. Mientras más arriba estamos, más gruesa es la neblina que nos cubre. Comienza a nevar. Llegamos al lugar de campamento a tiempo antes de que se vuelva irreconocible puesto que la nieve que cae cubre de a poco todo con una capa blanca que no permite reconocer las condiciones del terreno.
Nuestros arrieros nos ayudan a descargar el equipo, luego se apuran a regresar para llegar lo antes posible a la protección del campamento base abajo en el valle.
Mientras tanto trabajamos con el sudor de nuestra frente en aplanar y limpiar el lugar de la carpa. Finalmente podemos levantar la carpa y luego que hemos conseguido esto ponemos bajo techo nuestros sacos de dormir y resto del equipo todos cubiertos con nieve. A pesar del fuerte trabajo, nuestras manos y pies están helados. Con un sentimiento de felicidad tras el trabajo terminado nos metemos en nuestros sacos de dormir. Nos da lo mismo que afuera el tiempo empeore. Sólo los rayos y truenos de una tormenta que se acerca y que desde hace un rato observamos nos trae algo de intranquilidad. Ojos y oídos sienten al mismo tiempo la descarga eléctrica. Intentamos determinar si es que la punta de fierro de la vara de la carpa atrae al rayo o no; finalmente nos consolamos con el pensamiento de que el mundo es grande y que si el dios Thor quiere lanzar su martillo contra la tierra, hay espacio suficiente a nuestros alrededores y no necesita elegir justamente nuestra carpa.
La caída de nieve no se interrumpe, aunque con diferente intensidad, hasta las 2:00 de la noche. También la tormenta nos hace una visita a medianoche. A pesar de todo eso estamos acostados cálida y cómodamente en nuestros sacos de dormir. La única incomodidad la provoca la nieve que cae por la carpa y que nosotros cada tanto debemos sacudir para que no haga presión sobre nosotros. Poco a poco comienza a formarse una pared de nieve alrededor de la carpa que con su peso hace más estrecho nuestro espacio en la carpa y quedamos acostados como sardinas. Luego se decide uno u otro a salir para quitar la nieve de las orillas de la carpa con lo que tenemos tranquilidad por un rato.
A las 5:00 de la mañana nos levantamos, preparamos con el anafre en la carpa una taza de té fuerte para cada uno. Como el tiempo se ha despejado, a las 6:10 partimos con el mejor ánimo. La caída de nieve de la última noche había cubierto con aproximadamente un pie los lugares que quedaban libres de forma que ahí donde había que pisar sobre acarreo se puso más difícil puesto que no se puede evaluar el terreno. Si, por ejemplo, uno cree pisar una piedra puede pasar que pisa nieve honda y, al revés, se tropieza uno con una piedra que uno no adivinó en la nieve.
Tales condiciones dificultan la marcha significativamente, sin embargo, logramos avanzar bien, subimos a la arista y cruzamos luego los penitentes, los que nos separan del macizo principal; éste lo alcanzamos a los pies de un espolón por el que debemos ascender. El ascenso es extremadamente agotador porque la nieve fresca no ofrece apoyo a los pies en las superficies empinadas. Poniendo toda nuestra energía nos esforzamos por ascender y llegamos agotados arriba. Lo que queda por delante nuestro se ve bastante favorable: una arista que asciende en forma suave y regular sin interrupciones hasta el borde del cráter. También la distancia parece tan menor que no podemos creerle al barómetro aneroide que muestra un poco sobre los 5000 metros. Algunos de los compañeros tienen el atrevimiento de aseverar que ningún barómetro aneroide sirve y que son poco confiables, debemos encontrarnos más arriba. Es imposible que todavía falten 900 metros hasta la cumbre, a lo más 400 o 500 que por el excelente terreno en entre 1½ hora hasta 2 horas podíamos superar. ¡Auch, mi barómetro aneroide funcionaba correctamente! Tras 1½-2 horas de ascenso aparentemente estamos tan lejos de la cumbre como antes. El altímetro señala 5200 metros.
Ahora me quedo detrás de mis compañeros, mi anterior tan buena disposición a subir se transformado en lo contrario. Puede ser el agotamiento por el ascenso de la ladera empinada, puede ser que el equipo que llevo colgando de las correas y del cuello me molestan al respirar, en todo caso, es suficiente. Me siento tan mal y miserable que, tras algunos intentos infructuosos de seguir ascendiendo, veo que no puedo continuar.
Nuevamente se forman nubes que cubren momentáneamente al sol y un viento que trae nieve enfría las manos de forma que con esfuerzo se pueden sostener los bastones. Como en la arista no encuentro ningún lugar libre de nieve donde pueda protegerme del viento, descansar y recuperarme, me doy la vuelta. pronto estoy rodeado de nubes que me impiden la vista y sólo logro reconocer la ruta de regreso en las huellas de las pisadas que con esfuerzo intento remarcar para mis compañeros que vienen más atrás; a pesar de esto me equivoco dos veces porque la caída de nieve ha comenzado a borrar estas huellas. En un caso como éste es necesaria la máxima precaución; así como uno se ha convencido de que se ha salido de la ruta, se debe volver hasta encontrar el punto en que se salió de ésta y cada paso innecesario debe ser evitado porque podrían borrar las huellas.
Para mí el peligro de perderse en la niebla es el más grande que un montañista puede tener en la alta montaña, pero que se puede evitar teniendo especial cuidado. A la 1:30 llego al campamento, el que encontré con esfuerzo en medio de la niebla y del paisaje uniforme.
Ahora sólo tengo preocupación por mis compañeros que espero lleguen pronto. Caliento agua para esperarlos con un té caliente, pero recién casi a las 3:00 oigo sus llamados a la distancia.
Tras gritar por largo rato conseguimos orientarnos y veo una figura tras otra aparecer en el mar de niebla. Todos vienen agotados y dura un buen rato hasta que se recuperan.
El largo descenso unido a la gran cantidad de pasos en falso quebranta todo el cuerpo y casi siempre trae dolores de cabeza con él; también las rodillas están débiles y duelen.
Los compañeros me cuentan su experiencia de la siguiente manera: «A las 11:45 habíamos superado las principales dificultades del terreno ya que acá se acaba la arista. Sólo una suave hondonada nos separaba de la cumbre. Acá hicimos la primera gran pausa para descansar y decidimos ascender hasta las 2:00. Como nos encontrábamos a 5400 m de altitud, es decir, que sólo nos faltaban 500 metros para la cumbre, esperábamos poder alcanzarla a pesar del agotamiento físico. A consecuencia de eso seguimos ascendiendo por un nevero en el que, en parte, nos hundimos hasta la rodilla hasta que el mal tiempo que se avecinaba nos exhortó a regresar.
Casi nos demoramos demasiado porque arriba y abajo nuestro estaba todo cubierto por nubes que se iban poniendo cada vez más gruesas. Comenzó a nevar y temimos que las huellas que debíamos seguir se borraran. Vientos huracanados, como sólo conocen la alta montaña y el mar, nos empujaron con fuertes ráfagas por el borde de la arista y nos obligaron más de una vez a acostarnos en el suelo.»
El resto de su descenso hasta acá fue como el mío que acabo de describir. Ellos también se equivocaron de ruta un par de veces por lo que finalmente mis llamados fueron la única forma de encontrar la dirección correcta.
Ahora estamos acá y deliberamos que hacemos a continuación. A veces parece que la neblina se va a disipar y en un instante decidimos dejar nuestro campamento para llegar a Bellavista antes de las 5:00 pues allá deben esperarnos los arrieros con sus animales hasta las 5:00 según lo acordado.
Sin embargo, hay opiniones que dicen que es preferible quedarse en este lugar, pero nuestro entorno es tan incómodo y nosotros ansiamos estar en nuestro campamento abajo en La Engorda de tal manera que nos parece que representa la imagen de todo lo hermoso y deseable, así que partimos de inmediato a pesar de que sabemos que nuestras huellas del día anterior ya no existen y a pesar de que la neblina lo cubre todo y sólo permite ver unos pocos pasos más allá. Ayer llegamos hasta acá por un terreno tan bueno que creemos que incluso en la neblina no nos vamos a perder. Esto fue indiscutiblemente una locura y más aún cuando, al mismo tiempo, realizamos el experimento nunca antes probado de armar un paquete con todo el equipo y lanzarlo enrollado ladera abajo. Son las 4:00 cuando estamos listos para comenzar la marcha. Ya los primeros pasos nos muestran que hemos cometido un error.
Nos cuesta un gran esfuerzo hasta que logramos llevar al «monstruo» hasta la ladera donde hemos decidido deslizarlo. Entonces el nevero está suave e inclinado. Dos hombres tiran con inteligencia de las cuerdas y dos se ubican más atrás para frenar. Suena el grito de partida y el paquete se va a lo profundo.
Estamos en la nieve y observamos lo que hemos hecho. Afortunadamente el paquete queda atrapado en una segunda hondonada de acarreo. Otra vez intentamos acarrear por las piedras y deslizar por la nieve y de nuevo tuvimos el mismo resultado. Mientras tanto son casi las 5:00 y si es que queremos llegar a tiempo abajo debemos apurarnos.
Dejamos nuestro paquete ahí donde quedó tras la segunda caída, al lado enterramos un bastón con un pañuelo rojo para poder encontrarlo más tarde y comenzamos a bajar rápidamente ya libres de todo el equipo. Las diferentes equivocaciones con el paquete nos han desviado de la dirección correcta y, tras unos 100 metros de descenso, no sabemos realmente donde estamos. La oscuridad comienza a acercarse y las nubes ya no se iluminan, al contrario, la ventisca de nieve aumenta. Nuestro estado de ánimo está muy deprimido. Pero ¿qué hacer? Si es que continuamos nuestro descenso, arriesgamos bajar en una dirección completamente falsa y quizás por donde hay grietas y despeñaderos por donde correríamos peligro obligados a pasar la noche con nuestra ropa mojada y sin protección en la nieve, con viento y granizo. ¡No nos podemos arriesgar a eso! Por lo tanto, hay que volver cerro arriba antes que nuestras huellas se borren.
Es una decisión difícil la que tomamos, pero debe ser así. Luchamos con todas nuestras energías para recuperar 400 metros de altura, lo que después de todos los esfuerzos del día no es tarea fácil. Por suerte pudimos encontrar el paquete abandonado y, en el entretanto, cubierto por nieve. Lo abrimos y deliberamos acerca de cómo repartir su peso. Cada uno toma tanto como es capaz de llevar. Dos hombres toman cada uno un paquete de sacos de dormir, el tercero toma la carpa que como está mojada y con nieve es lo que más pesa y el cuarto se lleva el resto. Todavía tenemos 100 largos metros para subir con nuestra carga. Ya casi está oscuro cuando llegamos arriba. El antiguo lugar de la carpa se prepara con rapidez, se levanta la carpa y agotados, pero felices por la tranquilidad, nos metemos en nuestros sacos de dormir.
No estamos exactamente cómodos: nuestras almohadas son unos pedazos de leña que trajimos el día anterior, pero no importa -el «cazador de Transilvania» duerme tanto sobre espinas como sobre cojines cuando está cansado, así como lo estamos nosotros.
Al despertar a la mañana siguiente, vemos que el tiempo sigue cubierto, al menos en el nevero bajo nosotros no se ve nada. Parece haber un indicio de mejoría por lo que con confianza contamos con la posibilidad de bajar hoy. Salimos uno tras otro de nuestros sacos de dormir; hacerlo al mismo tiempo es un lujo que no nos podemos dar debido a que nuestra carpa de altura, para ahorrar peso, es tan pequeña que apenas cuatro personas acostadas caben en ella. Toda la leña que todavía tenemos se apila en la entrada de la carpa donde la encendemos para descongelar nuestras botas al fuego. Tenemos que poner los zapatos prácticamente dentro del fuego para conseguir nuestro objetivo. Todo lo que tenemos de ropa que no hemos metido en los sacos de dormir está congelado y nos dificulta de forma desagradable los movimientos. Más allá hacemos el descubrimiento que nuestras dos cámaras fotográficas no funcionan puesto que se les ha metido suciedad en los obturadores. Por lo tanto, no podemos tomar fotos de este campamento.
La comida que hemos traído casi no la hemos tocado. Es increíble la poca comida que pide el cuerpo en estas condiciones. El apetito se presenta y con redobladas fuerzas recién cuando han pasado las fatigas y el cuerpo tiene nuevamente tranquilidad.
El tiempo se aclara. Los preparativos para partir los terminamos rápidamente y nuevamente es posible descender con el peso repartido sobre nuestros hombros. Me parece que no puedo confiar en el veleidoso tiempo, como si a cada instante la neblina se pudiera juntar de nuevo alrededor nuestro. Me apuro como si estuviera poseído por descender, dejando en lo posible huellas visibles de modo que si mis temores se cumplen, mis amigos puedan ver mis huellas. En una media hora estoy en Bellavista donde nuestros arrieros justo vienen llegando.
Los saludo apurado y los envío de inmediato hacia arriba para tomar los paquetes que traen mis compañeros. Tras un cuarto de hora llegan ellos a caballo, los arrieros a pie al lado con el peso sobre los hombros. Estamos salvados, ahora puede nevar o comenzar una tormenta -lo que dicho sea de paso no ocurre, puesto que el sol brilla tan esplendidamente como es posible- y no nos va a pasar nada.
Al mediodía llegamos al campamento base y no sabemos qué hacer con toda la tranquilidad y toda la buena comida que creemos nos hemos ganado en forma honesta.
Traducción: Álvaro Vivanco
Fotografías: Sebastian Krückel
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1931 Heft 4