Reflexiones de un montañista tardío en una salida de randonée
Una de las cosas que disfruto en las salidas con mi amigo Wolfhart, son las conversaciones improbables sobre filosofía y otros menesteres. Wolfhart, filósofo, trabaja sobre la ética de la Inteligencia Artificial, y nuestras pláticas suelen girar en torno a esos tópicos. Mientras nos detenemos a observar los nidos de Loros Tricahue camino a las Termas del Flaco, con su característico alboroto y su particular plumaje amarillo, debatíamos si la “Naturaleza era mala”. Resulta que Wolfhart había asistido a una ponencia del doctor en filosofía Eze Paez, quien plantea que la mayoría de los seres sensibles (incluidos, por cierto, los animales) sufrían: hambre, frío, dolor, muerte. Ergo, “los procesos naturales en el entorno de esos seres sensibles son enormemente perjudiciales para su bienestar” o “las capacidades naturales de los seres sensibles no se han optimizado para el máximo bienestar”. Su conclusión post-darwiniana y esencialmente utilitarista plantea la posibilidad de “corregir los defectos naturales siempre que sea beneficioso para los individuos sensibles y evitar perpetuar esos defectos cuando se diseñen futuros individuos sensibles artificiales y ecosistemas”.
Por mi parte, intentaba aportar al debate citando el libro Las Leyes del Serengeti (2017) del profesor Sean B. Carroll, el cual nos demuestra las múltiples formas en que la naturaleza está regida por las Leyes de la Regulación -a toda escala- y cómo esto ha permitido, durante siglos, el mantenimiento de los equilibrios ecológicos en la biósfera. Adicionalmente, Marcia Bjornerud en su libro Timefulness: How Thinking like a Geologist Can Help Save the World (2018) nos agrega un factor que como especie solemos obviar en nuestros análisis: la escala del tiempo.
Lo que nos caracteriza a su vez como especie, es que a diferencia de la Naturaleza, los Homo sapiens seríamos una de las pocas especies en propiciar sufrimiento por causas indirectas al metabolismo y reproducción (aunque, probablemente, a una escala mayor, todo el comportamiento y determinación humana esté finalmente regido por las mismas leyes). Pero de ahí a determinar que la Naturaleza es mala, aparece como un sofisticado sofismo para justificar una tesis ya predefinida. Un asunto de escala, mientras a esa altura ya avanzábamos sobre nuestros esquíes por un valle de cumbres cercanas a los 4 mil metros de altura. Y aún faltaba para almorzar y armar más adelante nuestro campamento base.
La mañana siguiente amaneció helada, pero no lo suficiente para congelar mi desayuno de huevos con tocino, que ya se ha vuelto tradicional en mis salidas de randonnée. Ya bien encaminados en nuestra ruta, Wolfhart y yo intentamos poner nuestro mejor esfuerzo en avanzar sobre nuestros esquíes por la dramática cordillera chilena, en un panorama de naturaleza que muchos buscarían en los Himalayas afganos, las montañas de Alaska o un cruce de Groenlandia. Las fuertes oscilaciones térmicas de octubre que derriten la nieve en la tarde la congelan de madrugada. Por lo que avanzar en pendientes fuertes a tempranas horas del día, hace que la travesía sea un acto de fina precisión, equilibrio, determinación y sobre todo control. Cuando nuestras pieles de foca bajo los esquís ya no son suficientes, los crampones en las fijaciones realizan la tarea fina y fundamental de evitar resbalarse pendiente abajo.
Durante esa progresión, los tiempos de cada uno se van construyendo entre los debates internos sobre nuestras destrezas, capacidades físicas y temores que fácilmente se pueden fundir en trastornos como el vértigo, hasta llegar a inmovilizarte.
Entrar tarde al mundo del montañismo te da la perspectiva del “estado de las cosas”. Cuando muchos van de salida, otros entramos con una visión muchas veces prístina, en esa necesidad de construir comunidad en torno a lo que rápidamente se vuelve una pasión. Pero no pasa mucho tiempo cuando descubres que en el corazón del montañismo bullen drásticos debates, principalmente en torno a los objetivos del montañista. Citando a Álvaro Vivanco en la introducción de la Revista Andina 2019, existió una corriente “marcial” en el montañismo la cual asocia a las salidas conceptos como el estoicismo, la lucha, la reivindicación. Adicionalmente, Vivanco asertivamente hace mención a la forma de fotografiar las “cumbres” logradas: en el pasado, la imagen de algún compañero a cierta distancia, como usando la escala humana y el contexto para probar el lugar de la foto; hoy es la selfie en primer plano. Si bien desvinculados en el tiempo, ambos gestos contribuyen a resaltar la ambición y vanidad que muchas veces impregnan al montañero, lo que se ve exponenciado a mil por el uso de las redes sociales. Queremos ser héroes de nuestras propias batallas, atentos al rating de los likes de nuestras producciones. Adicionalmente las cumbres fueron siempre el objeto de nuestras obsesiones en la edad moderna, muchas veces venenosas, las cuales nos cierran el campo de visión y van anulando a la experiencia de la promenade, debate que pretendí generar en mi charla sobre los inicios del ski en Chile.
Con mi compañero de cordada, llegamos a la feliz conclusión de que para el tipo de salida que nos acomodada realizar, la cumbre no es más que un artilugio de segundo grado que nos indica una dirección a seguir, como un faro, pero que en ningún caso se impone como objetivo.
Wolfhart me menciona la relación con la muerte de los montañistas de “cumbres”.
Probablemente estemos más viejos y no nos excite tanto “lograr” algo. Somos padres, y deseamos pronto volver a abrazar a nuestras hijas. Probablemente en nuestros tiempos es difícil ser pionero. Entonces, esta ausencia de objetivo, nos libera. Primero la vista, luego el tiempo, luego el bienestar. Nos abre las opciones, no otorga el beneficio de la contemplación, de la pausa, de la “deslocación”.
A 4 horas de distancia, menos de 200 km en línea recta de Santiago, estamos al costado del glaciar que se desprende del Volcán Tinguiririca hacia el sur, y pienso en el desfase que produce Territorio y Democracia: el tiempo de un glaciar y el de los cambios sociales exigidos. Sentado en la roca de este pequeño promontorio secundario al sureste del Volcán Tinguiririca, al que bautizo oficialmente como Punta Wolfhart , en honor a mi amigo austriaco, saludo a la distancia a John Muir, sentado los pies colgando del Half Dome, y saludo también a los miles de montañistas anónimos. Saludo a Eberhard Meier fotografiando a su amigo Enrique Heini Schneider en la cumbre del Pirámide, saludo a Jozsef Ambrus por su expedición en esta misma cordillera de Colchagua (un poco más al norte) 56 años atrás.
Este valle del Río de las Damas nos ha ofrecido un par de jornadas de montaña, de las cuales volvemos sin duda con la certeza de nuestra pequeñez, de nuestros límites, defectos e incapacidades, y darnos cuenta cómo la naturaleza -con todo su dramatismo- no hace otra cosa que poner en perspectiva nuestro concepto de bienestar. No necesitamos mejorar o corregir nuestro entorno; necesitamos aprender a prescindir de los objetivos y los artilugios que nos inventamos como humanidad para llegar a ellos.
Philippe Boisier. Salida DAV de Ski de Randonnée. 2 al 5 de octubre 2020.