Cerro Juncal (6110 m)
Primer Ascenso desde el lado chileno por el Dr. P. Zanetti y G. Boccalatte
23 de febrero – 5 de marzo de 1934
Por F. Fickenscher
Cuando en el Congreso Anual de 1933 del Club Alpino Italiano en Cortina d’Ampezzo se decidió enviar una expedición con el nombre «Crociera dalli Alpi alle Ande 1934 – XII» a la cordillera chileno-argentina, el señor Felix Mondini, que había tomado a cargo la secretaría para Chile, me pidió ayuda con el programa.
Los «cañones» elegidos para esta expedición ya tenían en su cuenta de ahorro expediciones al Himalaya y muchos primeros ascensos en los Alpes; debido a esto es que se intentarían ascensos de primera clase. El Aconcagua (7010 m), como montaña más alta de Susamérica y sietemil – de los 63.377 miembros del CAI sólo dos habían alcanzado la zona de los sietemil metros -, el Mercedario (6670 m), el cerro Morado (5060 m), nuestro refugio de Lo Valdés ubicado al frente del que se ha defendido tan bien que ha impedido que la bota de uno de nuestros socios pise su cumbre, y finalmente el frecuentemente intentado Tronador en el Sur de Chile.
Ante un pregunta acerca de si nosotros no tendríamos no sólo algo para montañistas y escaladores de hielo sino que también algo para escaladores de primer nivel de las Dolomitas, me alegró especialmente ofrecerle a mis nuevos «compatriotas» un cerro sobre el cual Federico Reichert escribe en su libro «La Exploración de la Alta Cordillera de Mendoza» lo siguiente: «En forma de paredes lisas e inaccesibles se levanta esta magnífica montaña, dominando como obelisco gigantesco todo el valle Juncal chileno. Nunca perderá su virginidad, pues la accesibilidad de su cumbre nos parece fuera del límite de lo posible: EL ALTO DE LOS LEONES (5455 m)» un coloso que fascina a cualquiera que tenga la oportunidad de admirarlo desde el ferrocarril San Felipe – Los Andes, especialmente cuando la luz del atardecer muestra sus fantásticas formas.
El grupo de 10 montañistas dejó Nepal el 3 de febrero de 1934 en el barco Neptunis, pero la buena estrella no los acompañó. Durante su travesía una expedición polaca logró el primer ascenso del Mercedario, el señor Hermann Claussen en solitario el del Tronador y nuestros socios Sebastian Krückel y Otto Pfenniger el del Morado. El líder de la expedición, el conde Aldo Bonacossa, perdió durante el viaje a un fiel compañero de muchas escaladas en las Dolomitas, el rey de Bélgica. Dos italianos, Matteola y Durando, que querían adelantarse a sus compatriotas con el primer ascenso al Tronador, no regresaron de su expedición; sus cuerpos hasta el día de hoy no han sido encontrados.
Al llegar a Buenos Aires se separaron los integrantes del grupo. Dos de ellos partieron de inmediato hacia el Sur para participar de los esfuerzos de rescate en el Tronador. Otros cinco tomaron como primer objetivo Puente del Inca para desde ahí realizar el séptimo ascenso al Aconcagua y el primero al cerro Cuerno (5550 m).
Al resto de los miembros del grupo, Dr. P. Zanetti, G. Boccalatte y G. Brunner los recibí yo en Río Blanco el 22 de febrero para llevarlo a una zona de Chile que se cuenta dentro de las más extraordinarias y salvajes de la cordillera central. Se trata del grupo Juncal, ubicado entre el paso Navarro y el paso de las Pircas y que con el cerro Alto (5228 m), León Blanco (5193), León Negro (5151 m), Juncal (6110 m), Nevado del Plomo (5050 m) y Risopatrón (5750 m) forma una enorme cadena sobre la que corre la frontera chileno-argentina y desde la cual caen hacia ambos lados algunos de los glaciares más grandes de la cordillera central.
Desde Santiago traje todas las provisiones, mientras que los italianos equipados por la casa deportiva Schuster de Munich traían lo necesario para una expedición de altura. De origen italiano sólo era una larga cuerda de montaña de 80 m de seda cruda que no pesaba más que una cuerda de cañamo de 30 m. El señor E. Olderey de río Colorado nos consiguió un buen arriero (Andrés López, Calle las Heras 149 en los Andes), 2 mozos y 15 mulas. El Ministro de Guerra nos dispuso 7 soldados bajo las órdenes de un veterinario.
23 de febrero. Temprano salimos del hotel Río Blanco (1450 m) y tomamos la carretera por el valle del río Blanco. Tras una cabalgata de cinco kilómetros pasamos junto a l interesante piscicultura, en la cual se crían salmones y truchas, luego junto a hermosas casas de campo entre fértiles vegas y a continuación se acaba la civilización.
Se continúa por un sendero de mulas, pedregoso y de mala calidad, y a mediodía doblamos hacia el valle de Los Leones. Se asciende por una fuerte pendiente y de pronto está delante nuestro, como por arte de magia de la tierra, el coloso de 5400 metros del Alto de los Leones. Fantástica e su estructura con sus capas horizontales, uno podría creer que la naturaleza se dio el gusto de poner una capa sobre otra para construir la única montaña que según el Dr. Reichert nunca sería pisada por el pie de un hombre.
Un poco más arriba encontramos una pequeña vertiente y a la sombra de los últimos arbustos lunes almorzamos. Mis compañeros hablan poco y no le quitan la vista al cerro que les debiera traer los laureles de Sudamérica.
Al atardecer llegamos al final del valle de los Leones, 1100 metros más arriba de Río Blanco. A la derecha retumba una cascada que cae hacia el valle, el inicio del río de los Leones. A la izquierda hay una especie de vega cubierta con pasto y arbustos cuerno de vaca, también hay agua clara en las inmediaciones; es el lugar indicado para nuestro campamento. Este fue la primera salida a caballo para los italianos y se nota que los inexpertos han sufrido.
Mis acompañantes diseñan su plan de ataque, estudian la formación de la pared vertical que se levanta por casi 3000 metros, siguen las canaletas y pasadas, pero siempre se quedan en un lugar insuperable. Finalmente se deciden por un intento por la cara Norte puesto que la cara visible es inexpugnable.
24 de febrero. Dos arrieros y mulas ligeramente cargadas llevan a los italianos con su equipo y provisiones para cuatro días en dirección al portezuelo de las Yeguas Heladas y de esa forma alcanzan 3880 metros. Ellos envían a la gente y los animales de vuelta y llevan con gran esfuerzo sus cosas por acarreos hasta el paso a 4280 metros. Acá tienen una vista maravillosa hacia el Norte, abajo el final del valle del Juncal, más atrás una docena de gigantes de la cordillera y como telón de fondo el Aconcagua; desde el punto señalado con 4790 m ven caer un glaciar hasta el paso y por primera vez en su vida tienen la posibilidad de ver un gran campo de penitentes.
Zanetti y Boccalatte realizan por separado el reconocimiento para encontrar una ruta de ascenso mientras Brunner asciende el cerro de 4790 m para obtener una vista más amplia. Los primeros creen en la dudosa posibilidad de alcanzar la cumbre en dos días de difícil y peligrosa escalada en roca; el último encuentra que la pared Sur ofrece mejores posibilidades y propone intentar la ruta de Sattler.
En el intertanto había llegado vida al campamento base: el veterinario del Regimiento Andino de Los Andes, el señor León Dendal, con un suboficial y seis hombres había llegado para estar disponible en caso de un accidente. 15 personas, 30 mulas y media docena de perros poblaban ahora el campamento.
25 de febrero. A pesar de que Zanetti había dejado el encargo de ir a buscarlo recién al tercer día, partí al día siguiente con los arrieros y el señor Dendal hacia el punto 3880 que alcanzamos a mediodía. Entre medio Brunner había convencido a los otros dos de la baja probabilidad de tener éxito y no pasó mucho tiempo hasta que en las alturas se distinguieron tres puntos que se movían hacia abajo. Les envié los dos arrieros para encontrarlos, a los que se unión el señor Dendal para quitarles algo del peso que llevaban mientras yo me dedicaba a tomar algunas fotografías. Durante el descenso el señor Dendal tuvo la mala fortuna de resbalar y lesionarse su mano lo que llevó a declarar que ahora estábamos «fritos«. No pensé que yo podía ser la segunda víctima. El descenso era extraordinariamente empinado. A mitad de camino hice parar a la caravana para mirar las monturas. A pesar de eso a unos 500 m del campamento se soltó mi montura que se salió por arriba del cuello de la mula. No me quedó otra alternativa más que dejarme caer hacia la ladera del cerro.
Lamentablemente se enredó el pie izquierdo en el estribo y la mula me arrastró unos 40 m por arriba de las piedras hacia el valle. Como no podía detenerme con las manos, frené con los codos hasta que logré deshacerme del estribo. Luego me di vuelta y me golpeé la cabeza en una piedra que casi me tuerce el cuello. De los codos sólo quedaron los huesos y tendones, pero con el yodo marca «Caballo» del veterinario todo mejoró aunque mi viaje al cielo estuvo cerca.
26 de febrero. Temprano partió la vida en el campamento. El río Leones debía ser cruzado a primera hora puesto que éste, debido a los últimos calurosos días, traía una gran cantidad de agua. Toda la escolta militar no se quería perder la posibilidad de llevar a los italianos hasta el glaciar Leones; sólo el arriero y yo nos quedamos en el campamento.
La caravana cabalgó hacia arriba y hacia abajo y tras una buena hora creyeron haber encontrado un vado; como siempre el más valiente debe dar el primer paso, el arriero López espoleó su mula. Dio vueltas por la orilla y finalmente se lanzó al río. El caudal de las aguas era tan fuerte que de inmediato se los llevó y el arriero cayó bajo ellas. La mula dio algunas vueltas tras las que logró pararse y así salir del agua. López tuvo más suerte que razón porque aunque fue presionado por la mula contra el fondo pedregoso y su pesado poncho le quitó posibilidades de moverse, se salvó por milagro. Fue arrastrado hasta una roca desde donde fue rescatado por sus compañeros. Como el caballero de la triste figura regresó al campamento, un trago de pisco le devolvió el ánimo. Esa fue la tercera víctima.
Tras dos horas de búsqueda regresaron todos, ningún hombre ni algún animal fue más fuerte que el turbulento río.
Brunner, que desde el punto 4790 m había tenido la mejor vista sobre el terreno, creía no sólo en la posibilidad de alcanzar el mismo objetivo por el Potrero Escondido sino que también en la ventaja de poder llegar a un punto más alto del glaciar que haciéndolo a través de la ruta del portezuelo.
Desarmamos inmediatamente el campamento, cabalgamos todo el valle Leones hacia abajo, vadeamos el río en un punto conveniente, dimos la vuelta alrededor del cordón Piuquenes hacia el valle del río Blanco y llegamos al anochecer a la gran Casa de Piedra a una altura de 2210 m. De forma muy peligrosa continúa el sendero junto a enormes paredes verticales hacia arriba de modo que las mulas pierden el aliento, abrupto hacia abajo de modo que sus cuatro patas resbalan, todo el tiempo deben estar atentas a no ser arrastradas por una avalancha de piedras hacia el abismo. Además el calor y el polvo de 30 mulas.
Al llegar al sendero del valle del río Blanco nos encontramos con dos mineros que con sus pertenencias sobre la espalda se esforzaban por buscar un trabajo en la mina de cobre La Disputada. Pusimos dos mulas a su disposición y atendimos a los pobres diablos que no habían comido nada en todo el día y que con un poco de harina tostada y cebollas que habían comprado con sus últimas chauchas en Río Blanco pretendían llegar al valle de San Francisco.
27 de febrero. Los italianos que creían que ayer habían realizado algo extraordinario al rodear el pilar del cordón Piuquenes, debieron abrir sus ojos para ver lo que mulas y jinetes chilenos son capaces de hacer. Se sube hacia el Potrero Escondido, que le hace honor a su nombre puesto que nadie que suba por la profunda quebrada del río Blanco se imaginaría que cientos de metros más allá de la Casa de Piedra habrían grandes vegas en las cuales cientos de mulas del Regimiento Andino pasan el verano. El sendero se bifurca junto a un arroyo que cae en varias cascadas hacia el valle, haciendo zigzag entre los bloques de roca que uno pensaría que no tiene sentido intentar el ascenso por ahí.
Sin embargo, la mano del hombre ha conseguido cosas donde la naturaleza se las niega. Donde vertiginosas paredes de roca impiden el avance, los andinos han hecho perforaciones y construido puentes con barras de hierro y tablas hasta la entrada al valle. Los soldados cuentan que cada año durante el transporte de las mulas se les caen algunas, pero que las vegas son tan fértiles que valen la pena.
Los italianos mantienen el valor para no causar alguna mala impresión, sin embargo, prefieren apearse de vez en cuando puesto que no pueden saber que las mulas realizan las pasadas más difíciles con gran habilidad. En su reporte informan que el corazón casi se les sale por la boca, nosotros en alemán habríamos dicho: ¡hacerse en los pantalones!
Lamentablemente todo el esfuerzo fue en vano; la pared que cae al final del Potrero Escondido hacia el glaciar Leones impide cualquier intento para descender con carga. Ellos tuvieron, al menos, la oportunidad de estudiar la pared Sur del Alto y así convencerse de que no sólo no hay ninguna posibilidad de escalar la pared sino que además por esta cara existe el mayor peligro de avalanchas.
Tristes y frustrados regresan casi de noche. Tras la cena, sentados junto al fuego, intento consolarlos. Les cuento sobre las caídas de piedras que no perdonan a los montañistas. Les cuento de las maravillas de la cordillera, de grandes glaciares, lagunas glaciales como esmeraldas asentadas en el hielo, de penitentes con formas fantásticas, de cascadas rugientes, de hermosas vegas cubiertas con flores de todos los colores, de las maravillas naturales de los Baños Azules, de fuentes minerales que echan vapor, de los colores de las puestas de sol, del cielo estrellado de gran claridad, del cóndor, el rey de los cielos que por horas puede planear por el éter sin tener que aletear; también sobre el sentimiento de libertad, de la fortaleza y de la confianza en uno mismo, pero también sobre la lucha de la naturaleza contra el hombre, del calor abrasante, del frío gélido, de los vendavales que arrastran nieve, de las avalanchas y las caídas de rocas, de las tormentas, en las cuales los rayos se contraen desde el suelo hacia el cielo, de aguaceros y granizadas del peor tipo.
Todavía no necesitaban desesperarse, la pared Este del Alto aún está ahí libre y a la sombra de un seismil todavía no ascendido por su cara chilena.
28 de febrero. Bajamos por el valle hacia Río Blanco, almorzamos en el hotel y tras reaprovisionarnos cabalgamos por la achicharrante carretera hacia Juncal (2235 m). A las 9:00 de la noche llegamos al gran refugio del Regimiento Andino; tieso y torcido se apea cada uno de su mula. Los «inexpertos», mis amigos italianos, después de esta prueba se han convertido realmente en expertos.
1° de marzo. Subimos por el estéril valle del Juncal que no ofrece vistas a la alta cordillera. Sin embargo, en el estero Navarro el valle da una vuelta y de pronto se ofrece una vista que acelera el latido de nuestros corazones. A la derecha el Alto de los Leones cuya aterradora pared casi vertical cae con un desnivel de 2300 metros. Como telón de fondo se encuentra el gran Juncal por cuya mitad cae el glaciar Juncal. Al final del valle encontramos una fértil vega con agua clara para el campamento.
El Alto de los Leones sólo parece accesible por una empinada loma que lleva al portezuelo Sur. López cuenta que esa subida ya fue intentada dos veces por alemanes de Valparaíso sin que pudieran alcanzar su objetivo.
Debido a que tenemos los días contados mis compañeros desisten del Alto de los Leones y se vuelven hacia el Juncal, sobre el cual el Dr. Reichert escribió: «La mirada hacia esta ladera (chilena) da la impresión de poseer uno de los aspectos más feroces dentro de las altas montañas».
De inmediato tras la llegada juntan los italianos el equipo y comidas necesarios; una parte del grupo va al valle de Monos de Agua puesto que uno de los arrieros asegura que desde la parte de atrás de este valle se puede acceder por un portezuelo al glaciar del Juncal. Tras dos horas están de regreso; el acceso no era posible.
La vista es indescriptiblemente hermosa, al oscurecer un gran meteoro, sólo a pocos kilómetros de nosotros cruza en diagonal por la parte superior del valle del Juncal dejando tras sí rayas de pulverización de colores fabulosos.
2-5 de marzo. Con un tiempo estupendo se inicia la batalla final. Los arrieros y una parte de la escolta militar llevan a los montañistas lentamente entre paredes de roca y glaciar hacia las alturas. Las mulas realizan un milagro de habilidad para llegar hasta los 3200 m por un terreno de acarreo suelto y a veces más compacto. Con los mejores deseos de buena suerte se despide la comitiva.
Dejemos que el Dr. Zanetti nos cuente sobre el desarrollo de la excursión: nuestro equipaje consistente en mochilas con comida para tres días, sacos de pluma, cuerdas, cocinilla, cortavientos, ropa de lana y otros pesa tanto que decidimos que en caso de tormenta dejar la carpa de altura. A las 11:00 comenzamos el ascenso, atravesamos lentamente el glaciar del Juncal para alcanzar al otro lado morrenas sueltas. Nos cansamos bastante, pero ya luego alcanzamos rocas firmes de forma que podemos avanzar nuevamente con rapidez. Hoy queremos alcanzar una zona rocosa que nos debe servir para iniciar desde ahí el ascenso. A 3700 metros hacemos la pausa de mediodía. Alternando entre roca y acarreo seguimos ascendiendo; lentamente avanzamos con nuestras pesadas mochilas.
Al atardecer llegamos a una altura de unos 4350 m a un buen lugar para un vivac. 50 metros abajo nuestro hay un campo de penitentes de forma que podemos mirar como desde un balcón un campo de flores blancas iluminadas de forma muy especial por la luna. Comemos poco y nos metemos en los sacos de dormir. El termómetro muestra 5° bajo cero. El gorgoteo del agua bajo las rocas se acaba.
Tras una noche casi sin dormir esperamos hasta que salga el sol para que les dé algo de calor y vida a nuestros cuerpos rígidos. Es así como recién a las 7:00 partimos. Es tarde, esperamos avanzar rápido y estamos seguros que las horas que nos quedan del día son suficientes para alcanzar la cumbre y regresar.
Calculamos que subimos 200 m por hora. Hasta los 5000 m está correcta nuestra estimación puesto que no encontramos grandes dificultades. Para progresar de forma más liviana dejamos todo lo innecesario en el campamento. Nos esforzamos por avanzar por la arista. Aparecen pasos difíciles, hasta que de nuevo por roca o hielo se pone mejor. Necesitamos una pausa y la utilizamos para estudiar el resto de la ruta. El altímetro indica 4850 m. Desde este punto uno domina una buena parte del cerro y puede admirar su grandeza. A nuestra izquierda está el comienzo del angosto y largo glaciar lateral que habíamos cruzado ayer. Al frente hay una gran y empinada pared de la que cuelgan masas de hielo que tienen muchas ganas de seguir la ley de la gravedad como ya hemos experimentado varias veces durante el ascenso. Para alcanzar la parte superior del glaciar debemos rodear el cerro. Durante la partida, 500 m al lado nuestro, se desprende una gran avalancha de nieve y hielo desde el glaciar superior para caer aproximadamente unos 1000 m más abajo en el valle y llenar todo hasta el otro lado con polvo blanco. La nieve forma verdaderas nubes que ebullen como si vinieran de una olla hirviendo. Fue un espectáculo maravilloso que nos recordó a las avalanchas que los himalayistas cuentan.
Brunner estaba en tan malas condiciones que, a nuestro pesar, decidió regresar al vivac.
Entramos al canal entre el cerro y el hielo. Es una escalada difícil, nos movemos por entre medio de los penitentes que con frecuencia no sirven como escalones naturales. Se avanza lento; el cansancio del día anterior, que no quiere salir de los huesos, no está hecho para facilitar el difícil ascenso. En el canal debemos hacer escalones en el hielo duro con frecuencia; por todos lados caen piedras.
Sólo el meteorito de la suerte, que nos ha dado la confianza en la victoria, y las oraciones de nuestras madres en la lejana patria nos protegen de la lluvia de piedras que pasan por sobre nuestras cabezas cuando escalamos un muro de hielo. Algo así pone nervioso a cualquiera. Una vez fuera del canal, esperamos tener más tranquilidad, pero vienen nuevas cargas que amenazan con golpearnos. Hemos conseguido 5300 m, pero todavía no se ve el final del canal.
A continuación siguen dos horas intranquilas; a las 15:00 llegamos a la gran superficie inclinada de hielo. El glaciar, libre de penitentes, pero con profundas grietas, avanza en olas que se vuelven más pequeñas hasta la cumbre. Vemos que la carta de la cordillera (1° edición, entre medio modificada) muestra dos puntas de 5930 m y que la cumbre Sur es unos cientos de metros más alta que la Norte. Ambas cumbres están unidas por una arista con forma de montura cuyo punto más bajo se encuentra aproximadamente a unos 5700 m. A la derecha viene otra arista que pone el límite al nevero en que nos encontramos.
Para alcanzar el punto más alto deben faltar unas 4 horas. Mientras tanto el tiempo se echa a perder, el cielo se cubre con nubes negras y amenazantes, el viento toma fuerza. La situación se dificulta; nosotros estamos de acuerdo que bajo ninguna circunstancia vamos a volver, incluso cuando no sea para nada reconfortante la idea de llegar a la cumbre con la última luz y pasar allí la noche sin comida ni protección. Las cuerdas pesan como plomo y las dejamos sobre el hielo. La pendiente es cada vez más fuerte y el ascenso, debido a la fuerza de la tormenta y al frío intenso, más lento; también grietas impiden el avance. Boccalatte sube directo por el hielo mientras yo sigo por una ladera de acarreo. No podemos avanzar ni veinte pasos sin hacer una pausa para respirar. Se vuelve cada vez más difícil. La tormenta aúlla de forma terrible y la neblina ahora cubre la cima. En los instantes en que se reduce el poder del huracán, sólo parece juntar más fuerzas para atacar con más violencia.
Boccalatte vuelve tras superar con dificultades una empinada superficie de hielo, dura y lisa como vidrio, cubierto con un paño que algo lo protege del vendaval. Para eso debe cruzar una pequeña acumulación de nieve honda que pone a prueba su fuerza. Todavía le queda una pequeña arista y ya está en la cumbre. Yo (Zanetti) también llego a la arista final y alcanzo a mi compañero bajo el peor vendaval que alguna vez he visto. Son pasadas las 19:00 y el altímetro señala 6275 m.
Desde acá se divisa la gran arista que baja para luego levantarse hacia la otra cumbre. Desde ahí continúa un cordón rocoso hasta el portezuelo entre el Juncal y el Alto de los Leones. Hacia el lado argentino caen abruptas paredes cientos de metros hacia el valle que ya está a oscuras. Hacia el Este y al Sureste separados por una profunda quebrada se encuentran el Juncal Chico y el Nevado del Plomo, ambos notoriamente más pequeños que nuestra cumbre. Más atrás se levanta un bosque de cumbres; enormes glaciares cubren los valles. Maravilloso resulta observar al Alto de los Leones con su gorra de hielo. Sin embargo, la impresión más fuerte la hace el Aconcagua, el rey de los Andes.
Intentamos tomar algunas fotografías, ponemos en una fisura entre las rocas una lata con la bandera italiana e iniciamos el regreso junto con el atardecer. El cielo se cubre con nubes negras, sin embargo, bajo ellas se distingue la luz del crepúsculo que permite reconocer el perfil de los gigantes y los contornos de la costa Oeste. Una magnífica sinfonía de luz y colores, desde el más profundo azul hasta el violeta más intenso, un sutil rosado hasta verdadero fuego unida a la gran impresión que la soledad y la tardía hora ejercen, nos dejan impresiones inolvidables.
Comenzamos a descender tan rápido como nos es posible, buscamos nuestras cuerdas, pero no podemos avanzar mucho puesto que la oscuridad de la noche y los penitentes nos obligan a detenernos. El reloj muestra las 20:30 y el altímetro 5500 m. Una cavidad en el hielo entre dos penitentes nos sirve como protección. Esperamos la luz de la luna para con ella bajar hasta el vivac puesto que con el viento y el frío que hace no sobreviviríamos al día siguiente. El cielo se despeja lentamente y alrededor de la 1:00 brilla la luna. Congelados comenzamos el descenso. A las 5:00, con las primeras luces del amanecer llegamos al campamento donde Brunner nos saluda con gritos de alegría. Brunner sube en solitario hasta los 5300 m y regresa al mediodía.
Para el descenso cruzamos el glaciar lateral y un canalón de acarreo nos lleva rápidamente hacia abajo donde Fickenscher y Dendal nos reciben con gran alegría en el lugar donde hace 53 horas nos habíamos separado de la escolta militar. Demasiado tarde se da cuenta el Dr. Zanetti que una caída involuntaria le rompió el bolsillo trasero del pantalón y que ahora en alguna parte allá arriba hay una billetera con 5.000 liras italianas.
Vida en el campamento: la primera tarde la dediqué a buscar el punto para tomar la fotografía que acompaña este artículo.
Uno de los soldados se apunó de forma tan grave que no sólo él sino que nosotros también pensamos que había llegado su última hora. Recién después de un día y medio pudimos moverlo y darle una taza de té con pisco, lo que le produjo una mejoría.
La noche fue trágica. Terribles avalanchas cayeron al valle sin que las pudiéramos localizar. El eco que rebotaba por todos lados eran el crujir y rugir de las masas de hielo que caían de forma tan espantosa que se nos encogían los corazones. A las 22:15 comenzó el espectáculo infernal. Monstruosamente grandes deben haber sido las masas de hielo. Miro la hora y me persigno; quizás nuestros compañeros allá arriba habían encontrado una fría tumba. No se puede seguir durmiendo, la incerteza actúa como una pesadilla. A las 3:15 se vuelve más escandaloso, pareciera que las montañas se fueran a derrumbar. En veinte años de viajes a la cordillera nunca había estado en un infierno como el valle del Juncal. Las fuerzas de la naturaleza todavía no se habían desahogado. A las 7:00 escuchamos un estallido en el aire. Desde el Alto de los Leones se desplomó un pilar que cae casi 2200 metros en las profundidades. Un impacto terrible que hace temblar a la tierra, un pequeño estrépito y luego reina nuevamente la tranquilidad en la cordillera.
En completa intranquilidad debido a la ausencia de nuestros compañeros tras el almuerzo tomamos las mulas para cabalgar hasta el punto de partida del ascenso. Son las 4:00. Buscamos con los prismáticos inútilmente en las alturas. Dan las 5:00, las 6:00, las 7:00 y no aparece nadie. Volvemos al campamento antes que oscurezca.
La segunda noche transcurre en calma; la naturaleza se ha tranquilizado o celebra su victoria sobre los intrusos.
Hoy estamos a la 1:00 arriba para ponernos a vigilar. Nuevamente pasa hora tras hora y todo es en vano. Sombríos pensamientos nos oprimen. Entonces de pronto grita López: «¡Allí vienen! ¡Allí vienen!» Podría ser la estela de polvo tras la caída de una roca, pero los ojos de águila de los arrieros no se equivocan. Rápidamente se deslizan tres formas por una canaleta de acarreo y vienen por el glaciar hacia acá. Grande es la alegría cuando están entre nosotros.
Aunque no han conseguido derrotar al Alto de los Leones, con este primer ascenso del Juncal desde el lado chileno han logrado una gran hazaña.
5 de marzo. Desarmamos las carpas, las trompetas de los Andinos llaman a retirada. Queremos cabalgar hasta Río Blanco debido a que las provisiones se están acabando, sin embargo, arriba de Guardia Vieja nos encontramos con el señor Mondini que no dejó que le impidiéramos llevarnos en su auto. Los soldaos y los arrieros todavía tienen un largo viaje hasta Los Andes. Nosotros llegamos a las 9:00 a Santiago.
Un banquete organizado por la colonia italiana reunió a todos los participantes y personas que con consejos o actos ayudaron al grupo de montañistas. El líder, el conde Bonacossa, dio un discurso de honor en alemán e italiano por el espíritu montañista que no conoce fronteras y ofreció en reconocimiento a la ayuda prestada por el Club Alemán de Excursionismo (DAV) una donación en dinero para nuestro refugio de Lo Valdés.
Traducción: Álvaro Vivanco
Relato originalmente publicado en la Revista Andina de 1937