El Primer Ascenso de la Cumbre Sur del Aconcagua
«Tanto nos da un cerro como nosotros sepamos sacar de él.» (Jürg Weiss)
Después de que mis dos camaradas y yo habíamos conquistado el 8 de enero de 1948 la cumbre Norte del Aconcagua surgió con frecuencia la pregunta de por qué subir cerros, de «jugarse la vida», de «entregar hasta las últimas fuerzas». Una respuesta clara era difícil de encontrar, sin embargo, había ciertos aspectos que jugaban un papel: la obsesión con una idea, la llamada de una voz interna, o lo uno o lo otro, ser o no ser, desafiar al destino, el juicio de Dios…
Muy diferente fue cuando un año más tarde conquistamos la invicta cumbre Sur del Aconcagua. Ahí yo ya sabía exactamente por qué había iniciado esa batalla. Hay que admitir: esta vez no había razones «románticas», sino que por el contrario algo más específico y corriente. Y como puedo destacar estas razones en la revista de los montañistas chilenos me alegra poder mostrar algo acerca de sus predecesores.
Durante el estudio de la historia del montañismo para mi libro sobre el Aconcagua me encontré en repetidas ocasiones con el relato de como los miembros del Deutscher Turnverein Santiago (Club Gimnástico Alemán de Santiago) se prepararon por años para derrotar al rey de los Andes. Otros llegaron antes que ellos. Eso me quemaba por dentro…Y con frecuencia me preguntaba: ¿cómo se puede hacer de esta derrota alemana -ella fue honrosa y digna- algo bueno? ¿No estaba allá la cumbre Sur? ¡Todavía sin conquistar! El acceso se consideraba imposible. ¡Si es que resulta, sería recién ahora en los tiempos más negros de nuestra historia! ¿Y podría haber para este objetivo un mejor año que el 1947? Justo 50 años después del primer ascenso de la cumbre Norte.
Así nació el plan y se concretó aquel luminoso y despejado 7 de enero de 1947, es decir, casi en el día del medio centenario después de la conquista de la cumbre Norte.
No quisiera extenderme acá demasiado en detalles acerca de esta realización, ya hay suficiente en diarios, revistas y está mi propio libro sobre el Aconcagua. Sólo quisiera describir el ascenso propiamente tal ya que acá tengo camaradas de montaña con ideas afines. Para este efecto dejo la historia anotada en mi diario:
7 de enero de 1947 – Refugio 6400 m
Una gran madrugada, pero llena de preguntas. A las 5:30 nos levantamos. ¿Va a ser derrotada por primera vez la cumbre Sur del Aconcagua? ¿Vamos a ser nosotros alemanes quienes lo consigamos?
Pequeños detalles quieren darnos un aviso: una vela se cae sin quemar nada. El alcohol estaba demasiado frío por lo que no se enciende la cocinilla. ¿No son estos malos presagios? ¡Fuera con esos estúpidos pensamientos antes de una gran obra!
Rápidamente bebemos el té preparado el día anterior y comemos pan con mantequilla y miel.
A las 7:00 partimos.
Las huellas son conocidas. En el campamento a 6600 m, donde falleció Schiller, encontramos una gran lata con un magnífico jamón (como más tarde pudimos comprobar).
Tenemos una experiencia maravillosa: hacia el Oeste se extiende una sombra con forma de cono por sobre los cerros chilenos hacia el mar, la sombra matutina del rey de los Andes…
El «resbalín» del año pasado lo dejamos a la izquierda y avanzamos hacia las «rocas de Güssfeldt» donde alguna vez este gran alemán dejó la caja con la «flor azul». Subimos teniendo la gran ladera, que nos saluda como un viejo amigo, desde el otro lado. ¡Ella lo es! Elegimos por la ladera una huella bastante horizontal para cruzar unos 500 m por ella. Luego giramos hacia una sección de rocas. Karl está siempre un poco más atrás: tiene 47 años sobre sus hombros que no son 41 ni 34. Me prometo con Lothar: delante nuestro hay un gran objetivo, una tarea más grande -sino más alta- que la del año pasado. En esos instantes la decisión se vuelve difícil. Quiero aplazar esa decisión hasta el acarreo. Karl viene y decidimos entre todos que Lothar y yo seguiremos subiendo y Karl regresará. Discutimos acerca de su «regreso a casa»…
De esta forma se devuelve nuestro compañero a las 12:30 a unos 6.800 metros. Fueron una despedida y desearse suerte extraños. ¿No era Karl un triunfador? Con su renuncia a la cumbre Norte, que nosotros habríamos alcanzado juntos, posibilitó el primer ascenso de la cumbre Sur por alemanes… ¡A Lothar este suceso lo conmovió tan profundamente que le cayeron unas lágrimas!
Nosotros dos seguimos por rocas hacia el acarreo. A las 14:00 lo alcanzamos, al igual que el año pasado. Con una marcha pesada pasamos por el «lugar de Link». Cruzamos un poco por abajo el lugar donde el año pasado estaba la señora Link muerta hacia la derecha hacia la arista cimera, la que alcanzamos a las 15:30. Un descanso: decidimos intentar el ataque a la cumbre Sur sin tomar en cuenta lo que podía pasar.
¡Tenía que caer!
Teníamos una tarea que completar. La cumbre estaba clara delante de nosotros: por superar una arista que une las dos cumbres del Aconcagua, que hacia su izquierda cae unos 3000 metros casi verticales y hacia su derecha, al contrario, sólo cae unos cientos de metros. Una arista que Sekelj en su libro llamó «inaccesible».
A las 16:00 comenzamos el ataque decisivo. Resulta magnífico caminar por una arista sobre abismos; se eleva y vuelve a bajar. Entre las dos cumbres vemos, de pronto, un cadáver. ¿Otra tragedia humana? ¿Pero quién? ¿Quizás Freile que no fue encontrado en 1947? Al acercarnos lo reconocemos de inmediato: es un animal. ¡Un guanaco! Acurrucado, recostado sobre piernas dobladas con restos de piel solo en el abdomen. La cola nos la llevamos como prueba del animal. Hizo crac al sacarla. ¡Un animal a casi 7000 metros de altitud! ¿Qué lo trajo hasta acá? ¡Para venir a morir!
La nieve de la arista, en parte, está en forma de cornisa por sobre la pared de 3000 metros. Es una caída vertical hacia el Oeste -no, en realidad, eso es el «camino de Nietzsche»…
Hicimos nuestro último esfuerzo en este terreno. Tuvimos que trepar por lo bloques de roca que se levantaban como una pirámide.
Llegamos juntos al punto más alto, un pedazo de la Tierra que todavía no ha pisado ningún hombre, y transpirando nos damos las manos, dos alemanes, el 7 de enero de 1947 a las 19:00 a 7000 metros de altura sobre el nivel del mar.
La experiencia no se puede expresar en palabras, ésta debe ceñirse a los eventos externos.
Lo siguiente es la vista. En forma natural la vista se fija en el Aconcagua, una vista que ningún otro hombre ha disfrutado hasta ahora. Desde acá esta elevación es realmente el ¡Rey de los Andes! La caminata «espiritual» desde la cumbre Sur a la cumbre Norte es magnífica, así como la continuación hacia el Sur… Y luego la vista a todas las montañas alrededor, las nubes viajeras, la luz cambiante, el azul de Chile y el azul del mar imaginado. Y los profundos valles bajo nosotros…
Mientras Lothar deja listo el libro de cumbre que teníamos preparado y registra nuestro primer ascenso, «recorro» el terreno para estar seguro de que nadie había estado acá antes. El «refugio» que a la distancia -horror- habíamos visto resultó ser no más que rocas. Se ve todo perfecto, así que Lothar puede terminar,
El libro de cumbre, hecho de un cuaderno escolar (casualmente la marca es «El Vencedor»), se pone dentro de una lata. Nuestra entrada dice:
«Cumbre Sur del Aconcagua
Primer Ascenso
7 de enero de 1947
Participantes: Thomas Kopp
Lothar Herold
Karl Schade (hasta 6800 m)
Partimos desde el campamento Link a las 7:00, llegamos a las 15:30 a la arista principal y alcanzamos la cumbre Sur a las 19:00. Una gran satisfacción nos llena porque pudimos conquistar esta cumbre para los 50 años del primer ascenso de la cumbre Norte.»
El piolet encontrado a 6.850 m -Lothar talló las letras T. K. y L. H. en él- lo ponemos en el hito de piedras levantado por mí junto a la lata y a una tabla de madera de Misiones.
La estadía fue agradable, ¡nuestro termómetro señaló 1°! Pronto descendió y tomando «acogedoras» fotografías me congelé las puntas de los dedos. Ojalá que la foto de cumbre (vista hacia la cumbre Norte) resulte bien. Ninguna cámara en el mundo ha podido ver hasta ahora lo que vio la mía…
A las 20:00, luego de que habíamos echado algunas piedras de la cumbre en nuestras mochilas, comenzamos a regresar…
Suficiente con mi diario.
Que durante el descenso nos cayera la noche en una canaleta siniestra que para algunos había sido una trampa, que yo sufriera serios problemas de visión, que con -20° no encontráramos el refugio y hasta las 5:00 de la mañana diéramos vueltas por el terreno, primero descender desde los 7000 a 5800 metros y luego de nuevo ascender a 6400 metros donde Karl nos esperaba preocupado, pero que nos saludó con una enorme felicidad y se ocupó de nosotros. Todas esas experiencias mentales y físicas formaban, en realidad, sólo pequeñeces que desaparecieron en medio del indescriptible ambiente.
Más tarde en la carpa escribí unas palabras sobre un pedazo de papel:
Aconcagua
Glaciar y sol: el consuelo de la soledad.
Grandes horas llenan el ser.
Con la montaña nos volvemos grandes y tranquilos.
Esta es una vida profunda alejada del colorido mundo.
Sospechamos finalmente cual es nuestro verdadero objetivo:
Sé, quien realmente eres
Como las montañas, completo
Sublime como la luz
¡Y fuerte como las piedras y las estrellas!
Quisiera dedicar estos versos -cuando los escribí tenía puestos zapatos de montaña con clavos- al Club Gimnástico de Santiago, a ellos estirarles la mano en el espíritu sobre el tiempo y la cordillera y llamarlos:
¡Tras 50 años ustedes -a través nuestro- han triunfado!
Thomas Kopp
Misiones, Argentina
Traducción: Álvaro Vivanco
Fotos de la expedición publicadas en el libro 50 Jahre Kampf um den Aconcagua:
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1948