En la cumbre del San José (5880 m) el 6 de marzo de 1931
Con 15 fotografías del autor Seb. Krückel – Santiago
Junto con el cerro Marmolejo el San José forma ese gran macizo que no tiene interrupciones entre el Paso Piuquenes (4024 m) por el Norte y el Paso Nieves Negras (3837 m) por el Sur. Una media docena de cumbres de casi 6000 m de altitud coronan este gigantesco baluarte cuyo punto cúlmine es el Marmolejo con 6100 m de altitud.
Tremenda es la impresión cuando uno se introduce en este mundo de montañas. Especialmente el lado Este pertenece a ese grupo de zonas salvajes y «alpinas» de la cordillera. Glaciares enormes, a menudo cubiertos por penitentes de 10 a 20 m de altura, provienen de montañas de más de 6000 m y se mueven hacia profundos valles. Sobre las verdes vegas, que llegan mucho más allá de las lenguas del glaciar, retozan cientos de guanacos y el cielo es cruzado por el rey de la cordillera, el cóndor.
El volcán San José, sobre el que se va a hablar acá, es el macizo más austral y fácil de acceder de esta zona. Debido a la cómoda ruta de aproximación ha sido desde siempre el objetivo de montañistas y exploradores. Como se puede ver en la foto de la página 89, el cerro está partido en dos cumbres principales. Éstas a su vez se dividen en varias otras elevaciones. La cumbre más al norte, a la izquierda, es un antiguo volcán, lo que se puede reconocer claramente en su cráter desmoronado. La cumbre Sur tiene las puntas más altas (5880 m y 5830 m) y fue incorporada en la carta de Risopatrón, ingeniero jefe de la Comisión Chilena de Límites con las coordenadas 33° 47′ 40″ de latitud Sur y 69° 54′ 10° de longitud Oeste.
Según el Dr. Brüggen sola la parte superior del San José, aproximadamente sobre los 4500m, sería de origen volcánico. Sobre su actividad eruptiva se encuentra información ya en 1822. Se acepta que la ceniza que cayó sobre el pueblo de San José el 19 de noviembre de ese año provenía del volcán San José. En 1831 sus explosiones fueron confirmadas por Meyen. En 1838, según Pissis, se detuvo su actividad. Las enormes erupciones, que según el mismo investigador, ocurrieron en 1843 en la parte superior del valle del Yeso le fueron erróneamente atribuidas al San José puesto que esa zona está fuera de su radio de acción. La causa es quizás algún volcán ubicado en la desconocida zona entre el río Colorado y el Yeso. Si uno considera esa enorme cantidad de material y los diferentes colores con que se levantan del terreno por unos 4 a 5 km lomas y colinas, entonces se vuelve claro para los no geólogos que acá hubo gigantescas transformaciones relacionadas con enormes derrumbes. C. Darwin, que en marzo de 1835 cruzó la cordillera por acá, no notó nada de la deformación del valle, una prueba de que ésta todavía no había ocurrido. En abril de 1896 Risopatrón nuevamente confirma la actividad del San José cuando él acampa en la parte superior del valle del río Colina. De la misma forma fue observada la columna de humo en marzo de 1897 desde su campamento en el río Salinillas, en el lado argentino. Brant no pudo constatarlo en 1899 y desde entonces el volcán se considera como apagado.
***
En el año 1831 intentó el ascenso el naturalista alemán Meyen quien logró llegar hasta 500 pasos de distancia de la cumbre. En mayo de 1899 fueron nuevamente alemanes quienes asediaron el cerro. Brant y sus valientes compañeros que tuvieron que pelear con nieve fresca y mal tiempo llegaron aproximadamente hasta 5400 m.Hans Gwinner del DAV Valparaíso tuvo éxito el año 1920 al alcanzar en medio de una tormenta de nieva la cumbre Norte (5740 m). Gwinner creyó equivocadamente estar delante del macizo principal. Aparte de los ascensos mencionados, según han mencionado pobladores locales, han existido otros intentos de los cuales no hay mayor información. Así, por ejemplo, Brant escribe sobre el intento infructuoso de un ingeniero español.
A fines de diciembre de 1922 el conocido montañista R. M. Barrington preparó una expedición. Fueron 11 miembros de un equipo internacional. Sólo tres consiguieron llegar cerca de la cumbre. Aproximadamente a una hora del objetivo tuvieron que regresar debido a lo avanzado de la hora y probablemente también debido al agotamiento por lo que renunciaron al éxito.
Cuando nosotros, mi amigo Otto Pfenniger y yo, al mediodía del 28 de febrero de 1931 nos encontramos en la estación de El Volcán, punto de partida de nuestra expedición, ninguno pensó que esta vez volveríamos con el San José en el cuerpo. El cerro Castillo, aquella fortaleza de casi 5500 m de altitud ubicada al sur del paso Colina debiera haber caído esta vez. Nuestra ruta que aproximadamente delineada así: pensamos seguir el valle del río Volcán y luego el de Colina hasta las vegas de Nieves Negras. Desde ahí queríamos seguir por el valle llamado según el famoso Vaquero Caraguino tan lejos como fuera posible para así acercarnos a nuestro objetivo, montar el campamento base y por medio de un campamento de altura alcanzar la cumbre.
En El Volcán nos esperaba el antiguo guía de la cordillera, don José María Castillo con sus animales de montura y de carga. Tras un corto refrigerio se cargaron las mulas y se puso en movimiento la caravana por el valle del río Volcán hacia arriba. A las 16:30 pasamos por Lo Valdés, donde se construirá el primer refugio de montaña. Cuando el sendero más arriba pasa junto a enormes laderas cubiertas por acarreo se nos ofrece una buena vista al macizo del San José y estamos de acuerdo en que ese cerro, ubicado en las inmediaciones del refugio, debe ser ascendido por primera vez por uno de los nuestros. Por otro lado, no estábamos completamente seguros si la cumbre principal y el cráter de donde provino la actividad volcánica del siglo pasado, alguna vez habían sido pisados por alguien.
A las 18:15 armamos nuestro primer campamento en las Yeseras a unos 2400 m de altitud. Tuvimos que pasar al lado izquierdo del río puesto que al lado derecho no encontramos espacio para el campamento. Cuando a la mañana siguiente, después de una buena noche, nos despertamos los animales habían desaparecido. En la búsqueda de mejor comida se habían alejado una hora. Así que recién a las 8:45 dejamos el campamento. Cabalgamos de regreso hacia el puente del río que desde acá se llama Colina y seguimos el sendero por el lado derecho de éste.
Cuando pasamos por las vegas Carreño nos saludó don Federico Aniter, un ganadero chileno probablemente de ascendencia inglesa, famoso por sus sobresalientes conocimientos de la cordillera. No tenía buenas noticias para nosotros. El venía justamente del valle Colina superior y nos informó que los ríos traían un gran caudal por lo que encontraba imposible llegar al valle de Caraguino.
La única posibilidad que nos quedaba era intentar aproximarnos al cerro desde el paso Colina; tampoco podíamos subir directamente desde las vegas Nieves Negras al paso Colina, sino que teníamos que dar el gran rodeo por detrás del cerro Amarillo. Al mediodía pasamos por las vegas Nieves Negras y a las 13:45 armamos campamento bajo el cerro Amarillo (3100 m). La noche parecía fría así que armamos la carpa.
El 2 de marzo dejamos este campamento a las 8:00. Zigzagueando avanzamos hasta llegar al corte en el que a mano derecha el Amarillo, con sus vívidos colores y forma de castillo, reina. Seguimos un buen rato por nieve y acarreos en dirección Este y luego, en lugar de tomar la dirección Norte hacia el paso Nieves Negras, giramos hacia el Sur. Siempre por el filo limítrofe alcanzamos un paso a unos 4000 m de altitud. Después de cruzarlo comenzamos a descender hacia un valle llamado Azufre por los locales porque acá se explotó alguna vez un campo de azufre. Pronto tenemos a nuestra vista la primera vega en la que a mediodía nos instalamos cómodamente. Después de habernos revitalizado continuamos.
Queríamos alcanzar el paso Colina y al mismo tiempo ver donde podíamos montar al día siguiente el campamento de altura. Después de 1 hora y media de cabalgata nos encontrábamos aproximadamente unos 150 m bajo el hito fronterizo. Acá dejamos a don José María devolverse con los animales y alcanzamos, tras una hora de rápido ascenso, la frontera.
El paso (4087 m) es inalcanzable con animales y probablemente no se había vuelto a ascender desde la instalación del hito fronterizo en el año 1901. Nos tendimos cubiertos del viento y deliberamos acerca de nuestra posición. Delante nuestro en dirección sur se encontraba el cerro Castillo unido por una arista con su vecino innominado de 5300 m de altitud. Con el largavista observamos en detalle el macizo y comprobamos que era ascendible. Lamentablemente todavía nos encontrábamos muy lejos de la cumbre como para intentarla desde ahí. Sacamos las cuentas que podíamos alcanzar nuestro objetivo con 2 campamentos de altura de por medio, pero no estábamos tan seguros puesto que nos encontrábamos en un terreno desconocido. Si nos dábamos vuelta y mirábamos hacia el Norte teníamos al San José brillando con la luz del atardecer en todo su esplendor y grandeza. En silencio nos quedamos admirando este majestuoso mundo de montañas. Tras unos instantes, tomamos la decisión que era mejor intentar el conocido San José en lugar de hacerlo con el desconocido cerro Castillo. Así que decidimos regresar de inmediato al valle de la Engorda desde donde se habían realizado todos los intentos previos al San José.
***
Seguimos la misma ruta de nuestra aproximación y así llegamos el día 4 a las 12:30 el Mesón de la Engorda, la vega a mayor altura a 3000 m. Acá armamos el campamento base con todas las comodidades. En la misma tarde se prepararon las provisiones y el equipo para el campamento de altura. La cosa se puso seria y nos preguntamos si en realidad íbamos a conseguir nuestro objetivo.
El 5 de marzo salimos a las 8:45 del campamento y nos alegramos de encontrar una huella. Ésta llevaba unos 100 m más arriba hasta otra vega que se encontraba llena de flores. Alrededor de los 3500 m encontramos grandes rocas y nuestro guía nos explica que la expedición Barrington, que él también guió, instaló acá uno de sus campamentos de altura. Desde acá en adelante vienen neveros en forma ininterrumpida. Con asombro observamos que aún no nos encontramos en el cerro propiamente tal sino que sobre una arista que hace una curva por el oeste del cerro. Todavía nos separa del macizo principal una quebrada que está completamente cubierta de nieve. Esta quebrada que corre desde el punto de unión entre la arista y el macizo con seguridad estuvo antes cubierta por el glaciar con penitentes que cae entre la cumbre Norte y la Sur.
Lentamente seguimos subiendo por lomas nevadas que podrían servir todo el año para esquiar. Estamos muy contentos con nuestro avance y con la seguridad con la que progresan nuestros animales. Aproximadamente a 4000 m el terreno se vuelve tan empinado que tememos que las mulas podrían resbalar. Descendemos un poco hacia la derecha hacia la ya mencionada quebrada. De pronto nos damos cuenta por las grietas que se abren por todas partes que nos encontramos a caballo sobre un glaciar. Sin embargo, no nos apeamos sino que rodeamos cuidadosamente la zona peligrosa. Nos parece muy dudoso que podamos llegar al campamento Barrington a 4400 m con los animales. Sin embargo, para nuestro guía es una cuestión de honor no dejarnos ni un metro más abajo. Incluso cuando los animales ya no quieren seguir él no afloja y a las 14:00 llegamos a nuestro destino y decidimos armar el campamento en una isla de piedras.
Del campamento de Barrington no encontramos rastros. Avalanchas deben haberse llevado los últimos restos. Después de que hemos armado la carpa pequeña y tenemos todo preparado para el ascenso nocturno nos acostamos al sol sobre las rocas y nos deleitamos ensimismados en esta soledad y grandeza de la naturaleza. Cuando el sol ya se está poniendo en la cordillera de la Costa todavía estamos sentados en mangas de camisa y disfrutamos la magnífica vista hacia el Sur y hacia el Oeste.
Luego nos metemos a nuestra pequeña carpa puesto que a la 1:00 de la noche vamos a salir. Gracias a nuestros sacos de dormir dormimos muy bien hasta que a las 24:00 suenan nuestros despertadores. Hay algo de viento afuera. Pensamos si es que ya nos levantamos. Con malestar recordamos aquella noche, exactamente 4 semanas atrás, en el Nevado Piuquenes a 5600m en que tuvimos que regresar debido a que no podíamos soportar el frío y a la tormenta a pesar de que teníamos el mejor equipo contra ellos. De esta forma decidimos dormir una hora más. A la 1:00 en punto salimos de los sacos de dormir. En la carpa preparamos una Ovomaltina; luego salimos, echamos las últimas cosas a la mochila, desarmamos la carpa y la aseguramos con piedras.
A las 2:00 comienza el ascenso. ¡Qué placer! Finalmente ha llegado la hora de actuar. No hay viento y no sentimos nada de frío. ¡Una noche de luna de en la cordillera! ¡Qué magia sobrenatural cuando la luz pálida y fantasmal cae sobre los espectrales penitentes! Y nosotros dos hombres solitarios somos los únicos seres que sentimos la silenciosa, pero sin embargo tan elocuente, naturaleza de Dios.
Después que dejamos nuestra isla de piedras ingresamos a un empinado nevero cubierto por penitentes. Gracias a Dios están lo suficientemente separados unos de otros para que nosotros podamos pasar con comodidad. En dirección hacia la arista que se levanta a la izquierda del glaciar nos encontramos con pequeños penitentes que nos sirven como escalones. Con gusto seguiríamos ascendiendo de esta forma. Progresamos de forma perfecta, pero ahora debemos llegar a la arista para orientarnos desde ahí. Fatigoso es el ascenso por el empinado acarreo. A pesar de todos los cuidados no podemos evitar provocar avalanchas de piedras que literalmente sacan chispas y dejan un olor a chamuscado. Sobre nosotros nos amenazan grandes bloques de roca que en cualquier momento se sueltan.
Finalmente llegamos arriba y vemos nuestra ruta claramente trazada. No vemos ninguna dificultad técnica. Sólo fuerza y perseverancia nos darán la victoria. El altímetro señala 5000 m. Con manifiesta tranquilidad comenzamos el ascenso. Hay que evitar cada nuevo esfuerzo para así regular el uso de la fuerza. Así ascendemos hora tras hora por la arista. Nos mantenemos tanto como es posible sobre la roca y el acarreo para así mantener los pies secos y calientes.
Nos encontramos a 5400 m cuando comienza a aclarar. Pronto comienzan a colorearse las puntas más altas del glaciar de los Picos del Barroso hacia el Sur. Ya notamos que nuestros corazones y pulmones se deben esforzar. Al mismo tiempo aparece un viento gélido. Todavía ascendemos por la sombra. En el portezuelo entre los macizos Norte y Sur ya hay sol – ¡hacia allá queremos ir!
Usando toda nuestra energía llegamos al portezuelo a 5700 m a las 8:45. Otto se ha adelantado un poco para buscar una pasada. Entre dos bloques de roca hacemos una pausa de 15 minutos. Hay té caliente con Ovomaltina. Dejamos acá crampones, cuerda y otras cosas y partimos con renovadas fuerzas y ánimo.
Tenemos la sensación que vamos a conseguir la victoria, venga lo que venga. Pueden juntarse ya las primeras nubes alrededor nuestro, no nos vamos a asustar. A las 10:00 estamos sobre el macizo plano y observamos dos cumbres más altas hacia el Sur, de las cuales estimamos que la más alta es la del Oeste que da hacia el lado de la Engorda.
Mientras intento tomar una fotografía, Otto va en búsqueda de alguna señal. Pronto regresa con una caja verde que contiene dos tablillas con las siguientes inscripciones:
Tablilla 2: «R. M. Barrington, R. S. Lutz, Marcelo Bonnefoy.»
Nos alegramos mucho con este hallazgo puesto que ahora sí va a ser seguro que vamos a ser los primeros en alcanzar la cumbre. En castellano agregamos que encontramos la caja en orden y que se pueden buscar nuestras tarjetas de visita en la cumbre. Tras dejar la caja en el lugar en que la encontramos continuamos hacia la cumbre Sur.
Debimos haber avanzado una media hora más y quedamos cautivados por la presencia de un enorme cráter delante nuestro. La impresión es abrumadora. El cráter, sobre el que estamos parados en su margen Oeste, tiene un diámetro de unos 600-700 m, una profundidad de 200-250m. Desde sus fauces se levantan en dos lugares columnas de vapor de azufre desde pequeñas aberturas, así mismo como de las grietas y fisuras del hermoso glaciar colgante del lado Oeste. La cara Norte está compuesta por roca sólida. Las caras Este y Sur muestran una estructura más suelta de color amarillo. A 2/3 de altura las paredes del cráter son casi verticales en parte cruzadas por capas grises. Se toma una fotografía y se sigue hacia arriba a la cumbre, a la que llegamos a las 11:30 todavía en buenas condiciones.
Las rocas de la cumbre parecen estar formadas principalmente de azufre y yeso. Justo 5 m más abajo del borde, hacia el lado del valle de la Engorda, hay grandes depósitos de azufre verde oscuro. Junto al gran cráter se abre un segundo, más apagado, de aproximadamente 70 m de profundidad y 1000 m de diámetro. El fondo plano está cubierto por una laguna.
Protegidos por las rocas de la cumbre podemos disfrutar la vista panorámica. Hacia el Norte del cerro podemos distinguir los glaciados Marmolejo y Nevado de Piuquenes. Tenemos una muy poco frecuente vista a la gran cuenca glacial del Olivares. Hacia el Este la pampa argentina está tapada en parte por la gran cordillera de la Llareta. En las profundidades se encuentran las grandes zonas de caza de Corrales Negros. Hacia el Sur llama especialmente la atención el cerro Castillo y el extendido macizo de los Picos del Barroso. Desde el Oeste nos saludan nuestros ya familiares cerros chilenos.
Después de armar un pequeño hito de piedra, introducimos nuestras tarjetas de visita en una lata de Ovomaltina que pusimos adentro del hito. Es hora de partir. Una neblina gruesa nos rodea, el viento sopla fuerte y hace mucho frío. Rápidamente, bajo estas condiciones poco favorables, tomamos una foto en la cumbre.
Luego comenzamos a descender a eso de las 13:00. El descenso al campamento alto a 4400 m se transformó en una «lluvia en el desierto». Mientras más abajo llegábamos, más calor hacía. Cada par de cientos de metros nos sacábamos otra prenda de ropa que iba a parar a la mochila haciéndola más pesada. Descender por acarreo con mochilas agobiantes después de una noche cansadora no es precisamente un placer y estamos contentos cuando llegamos a un nevero desde el cual podemos deslizarnos hasta nuestro campamento, el que alcanzamos a las 16:00.
Entonces ordenamos rápidamente nuestras cosas puesto que nuestro guía quería esperarnos hasta las 17:00 unos cientos de metros más abajo. Además del peso extraordinario de las mochilas cada uno tiene un gran paquete que acarrear. Nuestro guía, que no tenía reloj, abandonó demasiado temprano el punto de encuentro y así debimos continuar con el corazón oprimido puesto que debíamos llevar todo el peso hasta el campamento base.
El descenso transcurre casi únicamente por neveros. A veces tiramos nuestros paquetes por delante nuestro. Somos algo cuidadosos con esto ya que todavía recordamos el reporte de G. Brant que no tuvo suerte con este experimento. El sol ya se está poniendo a las 19:00 cuando cansados y hambrientos, pero satisfechos con nuestro trabajo llegamos al campamento.
Al día siguiente, 7 de marzo, nos vamos a casa, lejos del valle de la Engorda, hacia abajo a regiones más profundas. Una vez más miramos hacia atrás a nuestro derrotado cerro y pensamos en toda la belleza que nos develó. Hoy, en contra de sus costumbres, se mostró desde temprano envuelto en nubes de forma que tuvimos suerte con el tiempo que tuvimos.
Como ya se mencionó, los pies del volcán son fáciles de alcanzar. (Desde la estación El Volcán son unas 5 horas a caballo). Quien tenga persistencia y paso seguro en la montaña realmente debiera atreverse a hacer del San José su tarea personal. No sólo la magnífica vista panorámica hace que valga la pena sino que también hay mucho por descubrir al rodear ambos cráteres. A nosotros lamentablemente nos faltó tiempo para eso. Bien equipado y protegido por el gran cráter apagado es con seguridad posible hacer un bivak. Entonces se podría explorar con toda calma el humeante vecino y quizás, teniendo cuidado, descender a su interior y así volver a casa lleno de interesante material.
***
Traducción: Álvaro Vivanco
Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Andina de 1931 Heft 4