Lee acá el relato de esta expedición del DAV a este poco visitado valle de la VII Región y los ascensos a los volcanes San Pedro y Pellado.
Fecha: 12 al 19 de febrero del 2011
Participantes: Verónica Bornhardt, María Elena del Valle, Natalie Tabensky, Ernesto Heise, Richard Waetjen, Gabriel Muñoz y Alvaro Vivanco
Arrieros: Lelton y su ayudante Eliecer
Expedición que contó con auspicio del DAV
Una expedición «encandungada»
De todas las definiciones que he escuchado del montañismo, hay una que debe ser la que mejor se ajusta a lo que vivimos en esta expedición: estar en contacto con la naturaleza, pero con dificultades. Las nuestras comenzaron con la elección del destino al que iríamos. Luego de planificar por aproximadamente 6 meses una excursión al Tinguiririca, los trabajos de una nueva central eléctrica nos obligaron a pensar en otro destino. Así es que considerando el tiempo del que disponíamos y buscando algo parecido al Tinguiririca nos decidimos por el valle del Melado y sus poco conocidos volcanes San Pedro, Pellado y si es que las condiciones lo permitían, el más difícil San Pablo.
Las dificultades continuaron cuando finalmente llegamos a la casa de la señora Margarita en el valle del Melado, donde nos encontraríamos con nuestros arrieros. Una fina lluvia nos había acompañado la mayor parte del día, por lo que tras saludar a la señora, lo primero que nos dijo es que los «chiquillos» no iban a salir ese día porque arriba estaba «tormenteando». Tras algunos tira y afloja, logramos convencer al hijo de la señora y a su acompañante para que partieran con nosotros. El objetivo del primer día era el «Corral de las Yeguas», el que debíamos alcanzar en unas 3 horas de marcha. Como estábamos partiendo como a las 3 de la tarde, parecía un buen objetivo para la primera jornada. Además tuvimos la suerte que nuestro contacto con los arrieros, el «Pollo» Contreras se ofreciera a traer de vuelta una camioneta desde el final del camino a la casa de la señora Margarita, con lo que nos ahorramos unas 2 horas de caminata.
Luego de ver partir al «Pollo» conduciendo de regreso la camioneta comenzamos nuestra marcha por el camino que conducía por el valle del río de la Puente o San Pedro al poco andar a un retén de carabineros donde nos tuvimos que registrar.
Poco a poco, a medida que íbamos avanzando la suave llovizna se iba transformando en lluvia, por lo que infructuosamente hicimos alguna pausa para esperar que esta amainara. Poco antes de llegar al corral, nos topamos con nuestro arriero, de quien todavía no lográbamos entender el nombre. Nos cruzamos con él justo en un lugar donde en una modesta cabaña vivía Joelito, un hombre que dedica su vida al cuidado de las cabras y que al parecer todavía no puede contar otra cosa que no sean estos animales.
Al llegar al corral, la lluvia había aumentado su intensidad y decidimos cruzar el río Sazo para acampar junto al puesto que tienen los arrieros al otro lado de este río. En caso de que se desatara una tormenta durante la noche, este puesto podía servirnos de refugio a todos. Justo durante el cruce del río, la lluvia nos cayó con toda su fuerza y se mezcló con algo de granizo. Los arrieros nos mostraron el lugar en que podíamos armar el campamento junto a su puesto, en otro corral, donde el piso estaba formado por una gruesa capa de excrementos de cabra. Al momento de armar el campamento ya era casi de noche y todos estábamos mojados por lo que nos metimos a nuestras carpas casi sin decirnos palabra.
Lelton, pero “seguron”
El amanecer al día siguiente debe ser uno de esos grandes momentos que el montañismo le puede dar a uno. Con la tierra todavía húmeda, el sol comenzó a calentarnos y a iluminar las montañas. Por primera vez pudimos ver nuestro volcán San Pedro, que no podía verse mejor todo cubierto de nieve.
Con la reconfortante sensación de que las cosas podían mejorar y de que nuestro objetivo valía la pena, preparamos nuestras cosas para seguir camino. Recién por ahí por el mediodía ya con casi todas nuestras cosas secas, estuvimos listos para partir. Se suponía que teníamos una jornada relativamente fácil, en que teníamos que ascender apenas unos 500m para armar un campamento a los pies del San Pedro y del Pellado, donde debíamos quedarnos 2 días para intentar ambas cumbres. Sin embargo, tenían que aparecer nuevas dificultades. El arriero, de quien todavía no sabía el nombre, pero que sonaba a algo así como Elton o Lenton, nos dijo que no podíamos subir por el valle del Pellado que estaba frente a nosotros, puesto que el camino por ahí se había borrado con la crecida del río y que, por lo tanto, debíamos tomar la ruta por el siguiente valle hacia el este. Según él, este desvío sólo significaba dar una vuelta un poco más larga por detrás de la loma. Así que de esta forma partimos cruzando el río Botalcura y nos adentramos en el Valle Chico, por el cual al poco andar pudimos divisar los volcanes San Pablo y Pellado.
Por ahí, en alguna parte delante de estas cumbres teníamos que encontrar un portezuelo que nos dejara pasar hacia el valle del Pellado, donde teníamos que encontrar nuestro campamento.
Tras algunos problemas para encontrar la ruta correcta, puesto que el valle se abría en numerosas ramas, todas llenas de cabras pastando (unas 4000 según nuestro arriero), tuvimos que cruzar un nuevo estero que se veía algo correntoso y casi al fondo del valle parecía verse una ladera que suavemente se dirigía hacia el oeste. Al buscar la mejor pasada para cruzar el estero, el arriero nos hizo uno de sus primeros aportes a nuestro vocabulario: “No crucen por ahí, porque ahí el estero está muy encandugado”. Así que sin mayores problemas cruzamos el estero donde éste se «encandungaba» un poco menos.
En un par de horas ya estábamos llegando al portezuelo, que como es común en estos lugares era ventoso y tenía una gran vista. Además del Pellado y del San Pablo que teníamos casi encima nuestro, resultaba impresionante ver la torre rocosa del inescalado Campanario hacia el este y hacia el oeste nuestro San Pedro, que todavía veíamos muy lejano.
Siempre mirando el San Pedro comenzamos a descender hacia el valle del Pellado. Al poco andar y tras pasar por unas bonitas vegas, el arriero nos confesó que llevaba mucho tiempo sin hacer esta ruta, por lo que necesitaba tiempo para encontrar la huella correcta y no meterse en zona de “bardas”. Como no se veía ninguna huella que seguir nos sugirió quedarnos en una vega a unos 2200m de altura, desde la cual nosotros podríamos intentar más fácilmente el ascenso del Pellado, mientras él buscaba la huella para descender al campamento desde donde intentaríamos el San Pedro.
Con la idea de subir el Pellado y por la tarde descender con todas nuestras cosas al campamento a los pies del San Pedro, todos los miembros del grupo, menos Ernesto y Richard, salimos temprano en la mañana del tercer día. Tras subir por unos acarreos poco amistosos, nos topamos con la pared sur del Pellado, la que rodeamos por su base, que tenía algunos restos de glaciar y morrenas. Tras darle la vuelta a la pared sur, nos topamos con la cara este del cerro la que se veía más accesible aunque no tan simple. Parecía inevitable algún paso por las rocas, las que por tratarse de un volcán eran de mala o muy mala calidad. Luego de buscar la mejor ruta, encontramos una pasada que con algún gateo nos condujo a los acarreos finales, junto al glaciar que caía desde el San Pablo y que llevaban sin mayores problemas a la cumbre. En esta, que resultó ser amplia y llena de rocas que por su origen con sólo tocarlas se deshacen, no encontramos rastros de ningún otro ascenso. La vista ese día estuvo impresionante. Un cielo completamente despejado nos permitía ver con claridad no sólo al San Pedro y al Campanario, sino que además al Longaví, el gran Domuyo en Argentina, los Nevados de Chillán, los Chillanes Viejo y Nuevo y parecía que más al sur incluso hasta la Sierra Velluda, además de un sinnúmero de lagunitas por todas partes.
Desde la cumbre echamos una mirada al filo que seguía hacia el San Pablo, pero por lo inestable que se veía este, sumado a que teníamos pensado volver a desarmar campamento para continuar la marcha más tarde y a que en el descenso del Pellado alguna dificultad podíamos encontrar en las rocas, preferimos dejar el San Pablo para otra oportunidad.
Con menores dificultades que las esperadas descendimos del Pellado tomando una ruta un poco diferente y más corta hacia nuestro campamento.
Al llegar a este último, nos encontramos con la nueva e inesperada dificultad. El arriero durante el día no había podido encontrar la huella que baja hacia el campamento al fondo del valle, por lo que, al menos, ese día no podríamos bajar al campamento. Después de conversar con nuestro arriero, lo convencimos de que explorara un poco la ruta que nosotros habíamos hecho y desde la cual habíamos visto dos lagunitas, bastante más arriba que el campamento oficial del San Pedro. Nuestra idea era poder acampar junto a estas lagunitas, más cerca del San Pedo, aunque el agua no fuera tan buena ahí como lo es en las vegas del otro campamento. Cuando volvió el arriero, nos dijo que no había problema. Al día siguiente podíamos partir con toda la carga y él nos dejaba acampando junto a las lagunas, mientras él volvía a dormir a las vegas, donde sus “bestias” tenían buen pasto. Antes de partir hacia este otro nuevo campamento nos decidimos a aclarar el nombre nuestro arriero. Según él, se trataría de un nombre argentino: Leltón. Podíamos seguir tranquilos con la excursión, íbamos “lelton, pero seguron”.
En este campamento aprovechamos también de maravillarnos con la flora y fauna del sector, que incluía grandes lagartijas y un insecto que nosotros conocíamos como tabolango, pero que Lelton nos enseñó que en la zona se conoce como chinchimolle.
Continuando con la superación de las dificultades, partimos la mañana del cuarto día en dirección a los desconocido, buscando un posible campamento que ojalá contara con agua tragable. Tras pasar por lo que Lelton llamaba el “volcán”, que consistía en unas fumarolas que emergían de la ladera del cerro, logramos divisar las lagunas a poca distancia. Desde este punto concluimos que nos convenía bajar otro poco, para quedar realmente a los pies del San Pedro, en el último lugar donde se veía algo plano y en donde confluían numerosos esteros. Ahí teníamos la esperanza de que uno de estos bajara con aguas claras.
Desde este punto también podíamos ver claramente todo el San Pedro y las posibles rutas de ascenso. Se veía más de una alternativa factible de realizar. Todas, por supuesto, más fáciles cuando el volcán estuviera con nieve y no tan seco como lo estábamos viendo.
Para nuestra sorpresa al llegar al fondo del valle, en el lecho de uno de los ríos que bajaba desde los glaciares del San Pablo, había una explanada con espacio más que suficiente para instalar todas nuestras carpas y además para nuestra alegría una vertiente con agua cristalina.
El resto del día lo dedicamos a discutir acerca de posibles rutas de ascenso y a disfrutar del hermoso y a la vez extraño paisaje que teníamos en frente, con la colorida cara oeste del Pellado en primer lugar y el San Pablo más atrás.
A la mañana siguiente, salimos temprano antes del amanecer por la ruta que habíamos decidido y que era la más directa de todas. Fuimos subiendo por entre medio de dos glaciares terminales, a lo largo de un filo que resultó ser más amable que lo que parecía a primera vista. Luego de hacer una primera pausa nos comenzamos a abrigar porque una suave brisa estaba soplando. A poco andar, la suave brisa se transformó en un viento insoportable que casi nos hace abandonar el ascenso.
Después de dejar el filo cruzamos por la parte superior del glaciar, que era casi plana y sin grietas para conectar más arriba con otro filo que venía desde el norte y que llevaba casi directo al cráter. Debido al intenso viento y a lo suelto del terreno volcánico, este tramo se nos hizo largo, muy largo, pero no eterno porque finalmente llegamos al cráter. Una vez en este había que rodearlo para llegar a la cumbre que estaba justo en el punto más al sur. Lamentablemente, el viento también había traído nubes que no nos permitieron tener uno de esos días grandiosos de cumbre, aunque algo alcanzábamos a ver a la distancia. Medio borroso veíamos hacia el norte al Azul y al Descabezado Grande y hacia el oeste el sorprendente cerro Toro. El resto lo habíamos visto ya mucho mejor desde el Pellado.
En la cumbre nos encontramos con una caja metálica con un libro en su interior. Ver Libro de Cumbres DAV. La fecha del libro era 1986 y lo habían dejado ahí miembros del regimiento de artillería de Linares. En él se mencionaba que lo único que ellos habían encontrado en la cumbre era el testimonio de Fernando Novoa dejado en 1969. Nosotros sabíamos que un viejo conocido nuestro, Sergio Kunstmann, había liderado esta expedición y que nunca estuvo completamente seguro de que se tratara de un primer ascenso. Ante la falta de más información, los montañistas nos hemos tenido que conformar con creer que sí fue un primer ascenso.
Ya con bastante frío y previendo que el cielo se podía cerrar aún más, luego de que logramos estar los 7 en la cumbre, iniciamos el descenso, que sin mayores complicaciones nos dejó en un par de horas en nuestro campamento.
Por el Bailón al «Zocorro»
Al día siguiente y casi con puntualidad germana, apareció nuestro fiel Lelton junto a su ayudante Eliecer y las “bestias”. En esta ocasión nos decidimos por una nueva alternativa para superar las dificultades del día. Los caminantes descenderíamos directamente por el valle del Pellado, mientras los arrieros y las mulas lo harían por el mismo Valle Chico por donde habíamos llegado. En teoría, Lelton había explorado la ruta hacia abajo y era posible realizarla a pie, pero no con animales cargados. Con este plan partimos en la mañana para juntarnos más tarde en el Corral de las Yeguas. Nuestro objetivo era, si teníamos tiempo, alcanzar las vegas del Bailón que veíamos en frente nuestro casi a la misma altura. Si alcanzábamos estas vegas podíamos continuar la ruta por arriba de los cerros, pasar por la laguna Bailón y desde ahí descender hacia los Baños del Socorro donde haríamos nuestro último campamento antes de volver a casa.
Pasando por un enorme escorial volcánico y cruzando 4 ríos, logramos juntarnos en la tarde con Lelton y luego de un breve encuentro con Joelito, volvimos a subir para tratar de llegar antes del atardecer a las vegas del Bailón, las que alcanzamos algo tarde, pero todavía con luz.
En este extraordinario lugar de campamento, Lelton además de entretenernos con sus historias nos sorprendió con un chivito que carneó durante el camino y del que pudimos probar unos buenos pedazos al fuego, acompañado de unos mates con bálsamo.
El penúltimo día de excursión lo pasamos recorriendo el sector llamado el Bailón, donde está la laguna del mismo nombre y desde donde tuvimos grandes vistas a todos los cerros de la zona.
Finalmente iniciamos un largo descenso, que como siempre no podía ser por la ruta más simple, sino que tenía que hacerse luego de dar muchas vueltas.
Las termas resultaron ser bastante rústicas, pero de la temperatura precisa que necesitábamos. Parte de la escasa infraestructura existente era una roca que decía pintada sobre ella: “Baños Termales el Zocorro”.
De esta forma, luego de un campamento a lo gitano cerca de las termas estábamos terminando esta excursión. No sé si todos habrán tenido la misma sensación que yo, pero al menos en mi caso, no sólo aumenté mi experiencia en montaña, haciéndome más persistente para perseguir un objetivo a pesar de las dificultades, sino que además creció mi vocabulario.
Alvaro Vivanco