Expedición chileno-japonesa a Patagonia de 1958
Desde el 20 de enero hasta comienzos de abril de 1958 se llevó a cabo la expedición chileno-japonesa, trabajo conjunto de la Universidad de Kobe con la Federación de Andinismo de Chile. Gracias a una nominación de la Federación y a la ayuda financiera del DAV Valparaíso tuve la fortuna de participar de esta empresa.
El campo de hielo patagónico se extiende desde Puerto Aysén por el Norte hasta el Sur del macizo del Paine. Eso corresponde a una longitud de 430 km. Esta barrera de hielo se encuentra dividida en la Provincia de Magallanes por el río Baker, el más caudaloso de Chile. En la vertiente Este de esta región glaciar se extiende la pampa argentina. Sus características son un gran calor y sequedad en el verano, en el invierno aquel conocido y temido viento de la pampa que por la transformación del agua de lluvia (del Pacífico) en nieve y hielo posibilita la existencia de las enormes masas glaciares. En el lado Oeste uno se encuentra con precipitaciones en forma ininterrumpida que en promedio superan los 7 m al año. Estas fuertes precipitaciones vienen acompañadas de tormentas extraordinarias. Ellas se forman como consecuencia de la gran diferencia de temperatura entre la abrasadora pampa y la mucho más fría zona costera.
El objetivo de nuestra expedición fue unir el trabajo deportivo con el científico así como estrechar relaciones de amistad entre miembros de dos naciones fundamentalmente diferentes.
Nuestra expedición exigió una preparación cuidadosa. A mediados de diciembre llegó el primer grupo de japoneses en el Chile-Maru a Valparaíso para comenzar los preparativos con el grupo chileno. El grueso de los japoneses llegó más tarde con el líder de la expedición, el Dr. Tanaka, unas semanas más tarde. Los miembros de la expedición estaban todos (9 japoneses y 8 chilenos) y se trasladaron por vía aérea -la FACH puso una máquina a disposición- a Estancia Colonia, el punto de partida de la empresa.
Es imposible describir todas las dificultades que senos interpusieron. Apenas se había decidido el lugar para el primer campamento y ahí aparecieron las primeras dificultades cuando una plaga de mosquitos se estableció convirtiendo el trabajo en ese lugar en una tortura. Con este buen augurio comenzaron una serie de adversidades. El lago Colonia, debido a la abrupto de su orilla, no era posible de ser rodeado. No había un bote disponible, así que debimos comenzar nosotros mismos a construir una balsa. Ya estaba casi lista cuando se hundió. El próximo medio de transporte fue bautizado con el nombre «Patagonia-Maru» y… flotó. A esta cáscara de nuez -desde Santiago se consiguió el correspondiente motor- se unieron un bote de goma y una pequeña barca que los habitantes de la zona y la amable policía transportaron. Con esta pequeña flota se transportaron 4 toneladas de equipo y alimentos al otro lado del lago. El lago tiene 7 km de largo, la orilla opuesta no había sido pisada por seres humanos.
El desplazamiento de orilla a orilla encontró su continuación con el levantamiento del segundo campamento a 4 km de distancia. Las cargas se repartieron a razón de 30 kg para cada uno de nosotros. El segundo campamento sirvió de punto de partida al cerro Arenales de 3.430 m de altitud y a 30 km de distancia.
Era un problema el acercarse a nuestro cerro. Grietas en el glaciar, empinadas laderas y profundos abismos nos interrumpían el camino. Desarrollamos un sistema de campamentos altos. El primer campamento alto fue levantado por 3 hombres y se encontraba a 7 km de distancia del segundo campamento. Al día siguiente partió el segundo grupo que pasó la noche en el campamento alto 1 donde se había quedado el primer grupo. Al día siguiente continuó su ruta el segundo grupo y levantó el segundo campamento alto para permanecer allá y esperar al tercer grupo. En ese orden se levantaron, en total, cuatro campamentos de altura.
Después de que el tercer campamento de altura se había levantado y organizado, las provisiones y el equipamiento estaban asegurados, se preparó el ataque a la cumbre. Este trabajo resultó extremadamente difícil por la persistente lluvia. Contábamos con tormentas, frío y nieve, sin embrago, no con nieve a esa altitud (1.600 m).
En el asalto a la cumbre se debieron escalar empinadas paredes y rodear grietas. No lejos del tercer campamento había que cruzar una peligrosa zona de seracs. Esto puso a la expedición delante de una tarea tan grande que se pensó en regresar. Los tornillos no se afirmaban en el hielo de mala calidad, el peligro de caer era grande. Tras un duro y pesado trabajo finalmente conseguimos acercarnos un buen tramo a la cumbre.
Se armó el último campamento de altura y desde ahí se conquistó la cumbre al día siguiente. En la tarde del 6 de marzo estaba la bandera del equipo chileno-japonés en los 3.430 m del cerro Arenales. Nos abrazamos de felicidad por esta victoria mientras al lado nuestro las banderas de Chile y Japón flameaban al viento. Todas las dificultades, privaciones y sacrificios fueron olvidados con lo que teníamos a la vista. Al Este brillaba con el sol del atardecer el grupo San Lorenzo. Como en un mapa se extendía hacia el Oeste el golfo de Penas. En dirección norte se presentaba el macizo del San Valentín con sus imponentes vecinos Titlis y Fiero. Al Sur teníamos el valle del río Baker y un pedazo del campo de hielo sur.
Un poco más abajo del portezuelo pasamos la noche en un improvisado vivac. Debido al frío nos juntamos como sardinas en lata. Al amanecer bajamos esquiando hacia el cuarto campamento.
Los grupos 2 y 3 disfrutaron uno tras otro del magnífico panorama de la cumbre. El objetivo de la expedición chileno-japonesa se había alcanzado.
En el tercer campamento hicimos una pausa para descansar. Aunque las provisiones casi se habían acabado, por razones físicas, no pudimos renunciar a ellas. Además, debíamos esperar al tercer grupo que se encontraba en la cumbre. Las raciones se limitaron a galletas y sopa. Nuestro buen amigo japonés Mori, a quien se le había acabado el tabaco hacía rato, se confundió con té negro.
Tras el regreso del último grupo desde la cumbre se reunió todo el equipo en el tercer campamento para celebrar. Los líderes de la expedición, el Dr. Tanaka y Germán Mills, valoraron el extraordinario trabajo en equipo que nos condujo al gran éxito final. Tras la parte oficial se profundizaron los lazos de amistad y fueron vaciadas las últimas botellas de vino en señal de esta amistad entre dos naciones tan diferentes en desarrollo y cultura. (Se usó el inglés como idioma de comunicación).
El retorno hacia Santiago transcurrió sin incidentes. Para el cruce del lago la embajada japonesa dispuso de un bote inflable para 20 personas.
En la capital tuvimos que soportar las consecuencias de una expedición exitosa. Se sucedieron invitaciones, cocktails y, como punto culminante, una invitación de S.E. Ibáñez.
El 15 de abril nos despedimos en el muelle de Valparaíso de nuestros buenos camaradas de la lejana tierra nipona con quienes habíamos compartido por 70 días alegrías y penurias. Ellos partieron de regreso a casa en el Peru-Maru.
Kurt Claussen
Traducción: Álvaro Vivanco
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1958