Expedición en Cordillera Real Bolivia
Relato de José Ignacio Contreras
Participaron de esta expedición: Matías Bascuñán, Paris Capetanópulos, José Ignacio Contreras, Camilo Novoa, Thomas Schulze-Boing y Tomás van Wersch
Primera Parte – Planificación & Organización Previa
Poco después de ascender el volcán Maipo y a propósito de una promoción para viajar a la ciudad de La Paz por la aerolínea Latam, Thomas resucitó la idea originalmente propuesta por Paris de realizar una expedición a la Codillera Real, con un ascenso al Illampu y Ancohuma o en su defecto al Illimani durante las primeras semanas de Julio. Algunos priorizaban la altura y otros el desafío técnico que cada cumbre ofrecía. Por mi parte, siempre he priorizado el desafío técnico y la verticalidad del ataque. Las montañas del valle central se caracterizan por sus largas aproximaciones y sus porteos extenuantes. La invitación al altiplano boliviano era una oportunidad sin precedentes para realizar un ascenso desde la base misma de la montaña y con un clima perfecto durante el mes de Julio, temporada de nevadas en nuestra latitud y por lo tanto poco idónea para la práctica del montañismo. Luego de mucho debatir, lanzar y recibir dardos vía Whatsapp, resolvimos atacar dos objetivos: El Pequeño Alpamayo (5340 msnm) ubicado el Parque Condoriri y el Nevado Illimani (6462 msnm); sin duda el macizo más emblemático y visible desde la ciudad de La Paz. Ambos ascensos serían realizados entre el 4 y 16 de Julio. Del grupo, sólo Paris Capetanópulos comunicó su decisión de ascender únicamente el Illimani. Cada uno estudió las rutas publicadas en Andes Handbook y comunicó al resto del equipo sus apreciaciones. Ambos objetivos se encontraban a nuestro alcance, demasiado a la mano para mi gusto, por lo cual propuse ascender el Pequeño Alpamayo por su pared suroeste; una ruta de 200 metros de desnivel con una pendiente máxima de 60 grados la cual habríamos de escalar protegiendo con estacas o tornillos dependiendo del estado de la ruta.
Mi propuesta fue bien acogida por algunos, otros la recibieron con recelo desde el comienzo. La ventaja es que podríamos separar las cordadas que estuvieran dispuestas a escalar, el resto podría ascender por la ruta normal o decidirlo in situ. En un grupo de montaña como el nuestro es difícil garantizar que todos los integrantes tengan el mismo nivel de preparación física o manejo técnico. Algunos poseen una excelente aclimatación, manejan al dedillo la progresión en glaciar, otros tienen más nivel de escalada en hielo o son esquiadores expertos, etc. Sea como fuere, debíamos prepararnos, pues contábamos con menos de dos meses antes del viaje. Se propuso realizar algunos ascensos previos como aclimatación. Paris, que trabaja en turismo de montaña ya tenía tres o cuatro ascensos planificados antes de Bolivia. Con Matías y Thomas nos pusimos en campaña para aprovechar las bajas temperaturas que se registraron desde Mayo y escalamos hielo en Yerba Loca, la Disputada y el Estero Las Placas. Por su parte, Camilo Novoa y Tomás van Wersch ya tenían su propio itinerario de preparación. En paralelo Camilo Novoa creó un documento compartido en Google Docs para asistirnos en la logística del viaje. En dicho documento se consignó el equipo requerido por cordada, detalles el alojamiento, el transporte, botiquín de primeros auxilios, etc.
Con un par de semanas de anticipación al viaje, Latam nos informó de un cambio en el horario de salida de su vuelo, producto de lo cual ofrecía a sus pasajeros cambios sin coste en su itinerario aéreo. Algunos integrantes del grupo aprovecharon esta oportunidad para comunicar que sólo ascenderían el Illimani. El primero fue Thomas por razones laborales, a quien le siguieron Matías y Tomás van Wersch. Esto nos dejaba a Camilo y a mí en una situación compleja, pues no nos conocíamos personalmente y ascenderíamos el Pequeño Alpamayo por la directa, un cerro de menor altura, pero de mayor desafío técnico que el Illimani. A pesar de todo confirmé a Camilo que el viaje seguía en pie en las fechas establecidas. Sólo al comenzar a armar mi maleta y equipo de montaña descubrí que el viajar solos nos obligaba a transportar una monstruosa cantidad de equipo. Nos faltaría ingenio para no pagar sobrepeso. El 4 de Julio nos conocíamos con Camilo Novoa en el aeropuerto. Camilo estaba comenzando un resfrío y yo venía saliendo de uno leve pero prolongado. Le manifesté mi preocupación por su salud, a lo que él respondió que estaba todo bajo control y que por lo demás, dormiríamos en carpas separadas para evitar el contagio. Más tarde entendí a qué se refería. Como buen médico, Camilo contaba con un agresivo plan de automedicación; un ingente cóctel de paliativos, tónicos y somníferos capaces de llevar a un desahuciado al Himalaya. Vi, no dos, no tres, sino ¡ocho! coloridas píldoras desaparecer por su gaznate y me persigné mentalmente al ser testigo de aquella aberración de la medicina alopática.
El primer día en La Paz ya sufríamos algunos síntomas de altura geográfica. Visitamos la calle Sagárnaga con el fin de cotizar en la agencias turísticas el transporte al Parque Condoriri y las mulas a la laguna Chiar Khota, luego de lo cual hicimos algunas compras para la cena y el desayuno. Debimos caminar cerca de 3 horas, pero fue suficiente para acabar con una sensación de fatiga general y fuerte deshidratación. De vuelta en el hostal sufrí de un intenso dolor de cabeza. Cura de espanto por los excesos de mi compañero, ingerí 1 gramo de paracetamol que me permitió dormir decentemente mi primera noche en altiplano boliviano. El siguiente día lo dedicamos íntegramente a comprar la comida y las raciones de marcha para nuestra visita al Parque Condoriri. Camilo estuvo revisando en Andes Handbook otros cerros ubicados en el mismo parque y me sugirió la cara sur del Pirámide Blanca (5230 msnm), un ascenso que podíamos realizar perfectamente estirando un poco nuestro itinerario en Condoriri antes de la llegada de nuestros compañeros a La Paz. Revisé la ruta y me pareció un buen entrenamiento de progresión en glaciar y algo de escalada en hielo. Una vez sellado nuestro nuevo objetivo, nos fuimos a descansar para emprender rumbo al día siguiente a Condoriri.
Segunda Parte – Ascenso Nevado Pequeño Alpamayo (5340 msnm)
El taxi nos llevó a Tuni en dos horas y luego de un par de desvíos y confusiones, alcanzamos Rinconada, última localidad con apenas un par de casas donde pueden contratarse mulas para el porteo de equipo hasta la laguna Chiar Khota (4670 msnm), campamento base para todos los cerros del grupo Condoriri. Chiar Khota sorprende por su belleza escénica. Las montañas nevadas se reflejan en ella como en un espejo. Un paisaje que recuerda en algo a la Patagonia, pero que se diferencia notablemente por la altura de los macizos, la vegetación y el aire seco del norte. Instalamos nuestro campamento en una de las pircas del parque y comenzamos a interrogar a los guías locales sobre las condiciones de la ruta para el Pequeño Alpamayo. Dos guías independientes nos comentaron que la vía directa por la ladera suroeste no estaba en condiciones de ser protegida, ni con estacas ni con tornillos, por lo cual la desaconsejaban. Como varios grupos habían realizado el ascenso en los días previos, la huella de aproximación, que primero asciende hasta el Tarija, era perfectamente visible desde la carpa. Con Camilo decidimos llevar el equipo necesario para el directísima y decidir in situ si las condiciones nos permitirían enfrentarla, de lo contrario ascenderíamos por la normal como todo el resto. El clima era estable, con algunas nubes pero muy poco viento. Organizamos el equipo y nos fuimos a dormir cerca de las 7 pm, pues todos nos recomendaron comenzar el ascenso a la 1 am, con el fin de realizar cumbre antes del mediodía, horario en que las condiciones suelen empeorar en la Cordillera Real.
Al día siguiente partimos a la 1:30 am desde la carpa. Camilo tenía la garganta obstruida, evitaba hablar y si lo hacía era a través de monosílabos. Al poco andar percibí que su ritmo era lento. Éramos la primera cordada en atacar el cerro y en breve comenzamos a divisar otras linternas aproximándose a un paso más acelerado. Yo hacía pausas cada 15 minutos con el fin de no alejarme demasiado de Camilo. A la hora de caminata alcanzamos la base del glaciar y nos equipamos. A estas alturas coincidimos con el segundo grupo que se equipó con mayor agilidad y comenzó encordado la progresión por el glaciar. Mi impresión, después de haber observado el glaciar desde la carpa y consultar a los guías locales sobre el estado de las grietas es que no sería necesario encordarse. Por otra parte, como lo hemos discutido en varias ocasiones en nuestro grupo, encordarse de a dos, representa muchas veces un riesgo mayor a no encordarse en absoluto, pues la caída de uno puede significar fácilmente la caída de dos montañistas encordados y la imposibilidad de realizar un rescate en caso de accidente. Es por esta razón que llevábamos la cuerda, dos estacas y dos tornillos a mano, pero comenzamos la progresión sin encordarnos. Al cabo de media hora de progresión, observé que Camilo avanzaba diez pasos y debía hacer una pausa, un ritmo preocupante considerando que apenas comenzábamos la jornada. Hice un alto y esperé que me alcanzara. Llegó el momento de la verdad y Camilo me confesó que le sería imposible continuar. Le pregunté si tenía fuerzas para llegar a la cumbre del Tarija y decidir allí si quería continuar. Prefirió no hacerlo, lo cual fue criterioso. Su resfrío había empeorado mucho con la altura y el aire helado de Condoriri. Debía volver a la carpa. Le dije que lo lamentaba y él me deseó éxito en el resto del ascenso, el cual había resuelto por la ruta normal. Encendimos las radios y nos despedimos. No me fascinaba la idea de continuar –de noche– un ascenso en solitario por un campo de grietas. Sin embargo, hasta el momento la progresión por el glaciar había sido perfecta. Las pocas grietas que divisé no tenían más de 50 centímetros de ancho, la huella estaba firme y los grupos de montañistas no estaban a más de 50 metros de distancia, uno delante de mí, varios grupos ascendiendo detrás mío. Decidí continuar, siempre con cautela, mi progresión por el glaciar. Me detenía cada doscientos pasos a realizar una pausa. Era mi primer ascenso de altura luego de dos meses y no quería acelerarme innecesariamente. Sin embargo vi una cordada sobrepasarme con un ritmo envidiable y el espíritu competitivo nunca falta. Claro, ellos estaban probablemente aclimatados, pero esto no era más que una buena racionalización; lo que mi cuerpo y voluntad percibían era una insuficiencia, la de estar quedándose atrás. Siempre he pensado que el montañismo es una disciplina de autosuperación, donde lo importante es el sacrificio personal que estamos dispuestos a asumir por una cumbre, no la competencia con otros. Lo cierto es que esa idea abstracta que es una cumbre, esa fascinación que nos da tantos dolores de cabeza y alegrías se construye socialmente. Nos resulta fácil comprender que existan montañistas que están a años luz de nuestras capacidades. Los vemos en revistas, en videos, la comunidad habla de ellos y los tenemos por referentes. Pero, si por casualidad ves pasar cerca tuyo a alguien para quien no representa ningún sacrificio lo que te está dado tanto trabajo, tu esfuerzo se pone en perspectiva y es fácil frustrarse. La fortaleza está en reconocer nuestra debilidad, en administrar bien nuestra energía y en ocuparnos de lo que podemos controlar. Si miramos lo que no podemos controlar dirigimos nuestra energía hacia un pozo sin fondo, pues tanto en la montaña como en el resto de la vida, lo que controlamos es una modestísima porción de realidad.
Luego de tres horas de progresión por el glaciar y una ruta bien marcada que transcurría sobre gigantescas grietas, alcancé la cumbre del Tarija, desde la cual pude observar por primer vez el cono del Pequeño Alpamayo. Recién amanecía y la belleza del cerro me dejó sin aliento. Saqué un par de fotografías, las primeras de la jornada, pues toda la progresión anterior fue nocturna. Llamé a Camilo por radio y le comuniqué que comenzaría el ascenso por la ruta normal del Pequeño, estimando que estaría de vuelta en el campamento al mediodía. El primer grupo que me había sobrepasado un par de horas atrás estaba a pocos metros de la cumbre. El segundo grupo acaba de descender del torreón Este del Tarija y se preparaba para atacar el cono por la normal. En el filo del Pequeño Alpamayo las linternas de los andinistas daban una idea muy exacta de las proporciones del cono, cuya pendiente parecía desde lejos mucho más abrupta. Sin mayor preámbulo comencé el descenso por el torreón de rocas y en breve me encontré en la base. A partir de este punto el cerro ofrece un filo bastante aéreo y muy disfrutable. La ausencia total de viento y el amanecer hicieron de estas últimas decenas de metros una experiencia perfecta e inolvidable. A la mitad del filo me encontré con el primer y segundo grupo de andinistas. Los guías bolivianos me daban palmadas en la espalda por ir en solitario, algo que me pareció curioso pero bienvenido. A las 7:45 am logré cumbre en el Pequeño Alpamayo, al parecer la cima más oriental de todo el cordón, pues ningún macizo obstruía el amanecer. Hacia el este el sol brillaba en todo su esplendor sobre un lecho de nubes que mantenían la selva boliviana totalmente encapotada mientras la Cordillera Real triunfaba sin mácula sobre un cielo azul cobalto. Estaba solo en la cumbre, lo cual le daba a este momento algo especial. Al cabo de unos minutos disfrutando el momento llamé por satelital a mi familia. Sólo atendió a esas horas de la mañana mi padre a quien comuniqué la buena noticia. Luego de sacar algunas fotos emprendí el camino de vuelta con el objetivo de atravesar temprano el campo de gritas que me esperaba. En menos de tres horas estaba de vuelta en el campamento, sano y salvo luego de mi primera aventura en la Cordillera Real.
Llegué al campamento base a las 11:26, media hora antes de lo que había previsto. En total fueron 10 horas de carpa a carpa. Luego de felicitarme por la cumbre, Camilo me contó que había decidido no subir otro cerro en el Parque Condoriri y volver cuanto antes a Santiago, renunciando en consecuencia al Illimani, pues su salud empeoraba y sospechaba una laringitis aguda. Me recomendó revisar mis opciones de un segundo ascenso con otros andinistas del parque. Hablé con un guía francés y descubrí que había sido él quien me sobrepasara durante el ascenso al Pequeño Alpamayo. Me contó que estaba muy contento por su grupo, pues habían logrado la cumbre y vuelto a la carpa en menos de 5 horas. ¡Exactamente la mitad del tiempo que yo había tardado! Me sorprendió la velocidad de la cordada y los felicité. Partieron a las 4:00 am y estaban de vuelta a las 9 am para tomar desayuno. Esto sólo para poner en evidencia la ventaja que significa una buena aclimatación. Me comentó que ascenderían el pico central del Nevado de Condoriri (5648 msnm) al día siguiente y si quería, podía seguir su huella. Era evidente que no podría seguir el paso de su cordada y por supuesto, no querría atrasarlos. Le dije que lo evaluaría. Ante este escenario, luego de meditarlo durante algunas horas observando el cerro y más tarde, mientras estaba acostado en mi carpa, resolví abstenerme de seguir a la cordada del francés. Un ascenso en solitario a este cerro que presenta mucho mayor desafío técnico que el Pequeño Alpamayo, era exponerse demasiado. Por lo demás, significaba optar por el itinerario alternativo CB – Cumbre – CB, una jornada extenuante que probablemente nos dejaba en una situación compleja para el retorno que ya habíamos programado con el transportista. Al día siguiente volvimos a La Paz y nos reunimos con el resto del grupo.
Tercena Parte – Nevado Illimani (6462 msnm)
Nuestro grupo había crecido dramáticamente y con él, el caos, el desorden del hostal, las bromas, la cantidad de comida, cerveza y pebre. Del grupo, conocía a todos muy bien, excepto a Tomás, el más joven del grupo (25) quien se integró rápidamente a nuestra particular dinámica. Una de las cosas que no termina de sorprenderme es la afinidad natural que se genera en grupo de montaña. Quizá se deba a que el montañismo reúne espíritus afines; una mezcla entre curiosidad, osadía y tozudez. O tal vez sea el resultado espontáneo de actividades tan simples como cocinar juntos, derretir nieve, reír o contarse historias antes de irse a dormir, verdaderos privilegios para cualquier amistad. No sé hasta qué punto ocurre lo mismo con todos los deportes, pero es una de las tantas perlas de la práctica del montañismo. Teníamos el fin de semana para organizarnos, comprar lo necesario y organizar el transporte. El lunes, luego de que el contacto que inicialmente nos llevaría a la base del Illimani nos fallara, partimos al pueblo de Pinaya cerca de las 12:30 desde el hostal. Fue un recorrido de apenas 100 kilómetros, pero agotador por su cantidad de curvas, subidas y bajadas. En Pinaya contratamos un segundo furgón, que llevó nuestro equipo hasta Punte Roto, campamento base del Nevado (4400 msnm). Desde aquí se pueden apreciar los tres picos del macizo, de los cuales la cumbre sur es la más alta. Las otros dos picos ofrecen ascensos más técnicos con pendientes más agresivas, un desafío interesante para los que están dispuestos a pasar más tiempo en este sector. Habíamos preparado la cena más contundente para esta noche, en conocimiento que las próximas serían forzosamente más frugales. En altura la alimentación debe ser moderada, especialmente antes de irse a dormir, pues el metabolismo disminuye y es más probable que aumenten los síntomas de la puna si los vasos sanguíneos no obtienen la oxigenación necesaria. Yo había decidido no ingerir acetozolamida –un fármaco que estimula la irrigación sanguínea y en consiguiente la oxigenación– pues consideraba que mi ascenso al Pequeño Alpamayo me había aclimatado suficiente para el Illimani. Todo el resto, excepto Matías Bascuñán, se encontraba bajo sus efectos, una decisión prudente considerando la escasa aclimatación que tenían. Los efectos secundarios de la acetozolamida pueden ser desagradables. Los más conocidos son la deshidratación producto de la micción constante y el hormigueo en las extremidades del cuerpo. Por lo tanto el consumo de este fármaco es un quid pro quo. Nada reemplaza una buena aclimatación.
A la mañana siguiente desayunamos con toda la tranquilidad del mundo. Preparamos las raciones de marcha y separamos las cosas que de frentón dejaríamos escondidas en el campamento base. Comenzamos la ascensión a las 10:45 am por el marcadísimo sendero. Cabe señalar que durante el 2017, ascendió el Nevado Illimani un grupo de glaciólogos para extraer un testimonio de hielo de 18.000 años de antigüedad. Producto de esta expedición que duró semanas y contó con el apoyo de rescatistas, guías y porteadores, las condiciones de la ruta han mejorado muchísimo en comparación con años anteriores. Nido de Cóndores (5400 msnm), el campamento alto de Illimani, nos esperaba a 1000 metros de desnivel. Tardamos cerca de 5 horas y media en alcanzar este punto. La sección más fuerte de la travesía se encuentra a las 3 horas de caminata, al comenzar un acarreo de lajas donde la pendiente aumenta dramáticamente. En este punto nos encontramos con varias cordadas que iban descendiendo. Me llamó la atención el equipo que porteaban algunos montañistas, en su mayoría europeos. Se limitaba a una mochila de 30 litros, casco fuera de la mochila, una botella, bastones y ropa del catálogo 2017. Detrás de ellos iban los guías, igual de cargados que nosotros y más atrás, los porteadores. Aquí el contraste era feroz. Evidentemente los porteadores eran pobladores del pueblo Pinaya. Un grupo compuesto por viejos, mujeres y niños, calzados con ojotas, porteando en sacos, sábanas o como fuera, cargas de hasta 30 kilos. Dentro de esos modestos sacos y sobre las espaldas de estos verdaderos ekekos humanos, iba por supuesto el resto del costoso equipo de los héroes del primer mundo, que volvían de la montaña ligeros como dioses hiperbóreos luego de haber domeñado al monstruo altiplánico. Lo cierto es que la proporción de montañistas y equipo de apoyo revelaba de inmediato la farsa. Hacía falta un grupo de 5 bolivianos para llevar un solo europeo a la cumbre. Comentamos la situación en el grupo, la repudiamos unánimemente y continuamos nuestro camino. Los últimos 100 metros de desnivel se nos hicieron verdaderamente extenuantes. Nido de Cóndores se hallaba mucho más lejos de lo que pensábamos. Por otra parte habían algunas trepadas de cuidado, considerando el peso que llevábamos en la espalda. Inevitablemente pensé en los porteadores, que subían con ojotas o zapatillas de caña baja, una carga incluso superior a la nuestra y me fustigué mentalmente por mis quejas de hombre amilanado por la civilización.
En el campamento alto literalmente nos tumbamos. 5400 msnm es una altura decente para muchas cumbres de los Andes de la zona central, sin embargo aquí estábamos recién en el campamento alto. Faltaba armar la carpa, derretir nieve, cocinar y preparar el equipo para el día siguiente. Quedaban pocas horas para la puesta de sol y anticipábamos que la temperatura descendería bastante, por lo cual nuestra tregua fue breve. Me sentía borracho por la altura. Si bien estaba perfectamente en mis cabales, hablar me resultaba cansador y arrastraba las palabras. Por fortuna mis compañeros estaban en mejores condiciones y asumieron la tarea de armar y estacar la carpa. Por mi parte pagaría derritiendo nieve y cocinando. El atardecer nos regaló una vista sencillamente espectacular. En Nido de Cóndores comienza el manto glaciar el Illimani. Hacia el norte se pueden ver los otros picos del macizo, el accidentado glaciar y las bellas formaciones que el viento dibuja en la nieve. A pocos metros hacia el norte del campamento caían cada media hora pequeñas avalanchas con gran estruendo, de las cuales nos encontrábamos totalmente a resguardo. Cenamos y nos acostamos temprano, pues al igual que en mi cumbre previa habríamos de comenzar el ascenso en la madrugada, idealmente antes a las 3 am. Dormir en Nido de Cóndores me resultó imposible. Sentía la sangre bombeando con fuerza en mi cabeza y me veía forzado a tomar grandes bocanadas de aire. Intentaba cerrar los ojos, acurrucarme, abrir y cerrar el saco para regular la temperatura y veía a mis compañeros durmiendo sin problemas. La situación me angustiaba y por lo demás el tiempo pasaba muy lento. Cuando sonó la alarma agradecí que el suplicio terminara. Prefería levantarme al frío y comenzar la marcha que seguir en esa situación absurda y frustrante.
Luego de equiparnos, comenzamos el ascenso nocturno por la huella bien marcada y dura que semejaba una verdadera autopista. Junto a la huella la nieve es honda y abrirla hubiese sido un martirio. A las pocas horas llegamos a un sector de grietas en que debíamos forzosamente encordarnos. La maniobra nos tomó algo de tiempo pues éramos cinco en una sola cuerda y el número ideal para encordarse es de 3 o 4 personas. La progresión a partir de este punto fue lenta y por momentos exasperante. Thomas que lideraba el grupo descansaba cada 100, 20, o 50 pasos y aquella inconstancia tenía repercusiones en el resto del grupo, pues unos aceleraban y otros detenían la marcha. Yo, que me encontraba tercero, recibía tirones desde adelante y atrás por lo cual hacía llamados constantes para que mantuviéramos una marcha uniforme. Cuando ya amanecía la temperatura llegó a su punto más bajo. Nos detuvimos brevemente a hidratarnos y comer algo. Poco después Paris sugirió que yo pasara adelante, pues evidentemente me estaba quejando por el ritmo desordenado que llevábamos. Una vez liderando el grupo me preocupé de elegir un ritmo que me permitiera hacer el menor número de paradas posible y que fuera suficientemente fácil de sobrellevar para todos. Esto nos ayudó a progresar de forma más uniforme hasta la llamada Escalera al Cielo, un tramo de la ruta en que aumenta la pendiente y sólo ves el horizonte. A estas alturas todavía estábamos bajo la sombra del inmenso cono que veíamos proyectado sobre el oeste. Mis dedos estaban realmente entumecidos y hacía grandes esfuerzos para mantenerlos calientes. Luego de 1 hora ascendiendo en estas condiciones salió el sol y alcanzamos una grieta estrecha pero de abominable profundidad (cerca de 80 metros). Con un pequeño salto crucé la grieta y esperé al resto del grupo del otro lado, preparado con mi piolet para bloquear a Tomás que venía segundo.
Terminada la Escalera al Cielo llegamos a un punto donde ya se puede ver la última loma antes de alcanzar la cumbre del Illimani. Decidimos desencordarnos, pues el riesgo objetivo de caer a una grieta era inexistente. Para todos éste fue un momento liberador. La progresión encordados por en glaciar puede llegar a ser bastante extenuante, pues te obliga a un ritmo poco natural. Paris que iba cerrando el grupo en todo el ascenso previo subió a muy buen ritmo el último tramo. Lo siguieron Tomás, Matías y Thomas. Para mí estas últimas decenas de metros fueron realmente una tortura. Por momentos creí que no alcanzaría la cumbre. Desde los 6100 metros comencé a sentir un leve malestar que no había sino incrementado hasta los 6400 metros. Los últimos 60 metros de desnivel me obligaban a hacer paradas constantes. Le dije a Thomas, que esto era demasiado para mí. El me respondió que de eso se trataba, que la fuerza física no basta, que hay que sacar fuerzas de otra parte. Matías pasó junto a mí, me dio una palmada y me dijo que ofreciera este sacrificio a algo o alguien más. No podía caminar siquiera 20 pasos sin quedarme sin aire y para rematar veía alejarse a mis compañeros velozmente. En ese momento resolví quitarme la mochila, llevar sólo el agua, la cámara y un puñado de hojas de coca que mastiqué con fruición extrayendo el valioso jugo que me permitiría ascender los últimos metros hasta la cumbre. Llegué como un autómata hasta allí. Me felicitaron pero no pude abrazar a nadie. Más tarde comprendí que situaciones límites como ésta nos hacen perder la perspectiva y quedamos reducidos a una suerte de bestialidad. Conservar la templanza el cariño por los amigos, o la simple urbanidad, puede ser verdaderamente un desafío cuando llegamos a este punto. Luego de unos minutos pude recuperarme y participar de la foto cumbrera. Matías no se sentía bien, de un momento a otro comenzó a vomitar y cogió la mano de Tomás como apoyo moral. Fue una escena enternecedora a pesar de lo brutal. Thomas por su parte, confesó tener un fuerte dolor en la rodilla izquierda. En ese momento decidimos de forma unánime comenzar el descenso, el que se realizaría en dos grupos luego de atravesar la gran grieta de la escalera al cielo. Luego de varias horas de descenso bajo un sol implacable, llegamos sin mayor novedad a nuestro campamento alto. La jornada de cumbre consistió en 12 horas de esfuerzo continuado que nos recompensaron con la sensación de haber estado a la altura del desafío y, lo más importante de todo, volver sanos y salvos. Dada la hora de llegada, habríamos de pasar una segunda noche allí. Una perspectiva desalentadora para todos. Nuevamente me fue imposible conciliar el sueño. Cerca de las 4 am le pedí a Thomas un ¼ de clonazepam y pude babear durante una hora en el sopor de las benzodiazepinas. Matías despertó con la cara inflada y los ojos salidos. Se le administró una tableta de acetozolamida con el fin de prevenir un edema.
El ascenso al Nevado Illimani nos enseñó entre otras cosas la importancia de la aclimatación, la necesidad de practicar la progresión encordados y que la integridad del grupo es la prioridad si se quiere lograr un ascenso sin percances. Creo que los últimos metros fueron para mí uno de los más exigentes de todo mi curriculum de montaña (mi primer 6000), tanto física como psicológicamente, pues por un momento quise convencerme de que no podría hacer cumbre. Si abajo alguien me preguntara porqué subo a los cerros y me someto libre y voluntariamente a condiciones por momentos tan miserables, le diría que una parte, la que ocurre allá arriba es inexplicable y sólo puede ser descubierta subiendo. La parte explicable se relaciona con lo que ocurre aquí abajo, cuando estás de vuelta. Simplemente las cosas saben mejor. Una comida caliente, un lecho mullido, el abrazo de la mujer amada… La verdad es que las montañas, siendo tan inhumanas, nos humanizan. Desde Pinaya el transporte nos llevó en un par de horas de vuelta a La Paz. En el hostal tuvimos la suerte de preparar nuestro propio asado chileno, con cortes de filete, lomo y chuletas, ensalada de quínoa, tomate, palta y papas hervidas con mantequilla y pebre para acompañar. Nuestra expedición se coronaba con un banquete y el recuento de los momentos más memorables o cómicos de la jornada; sencillamente sublime.