Hacia el Glaciar del Marmolejo
3 a 13 de febrero de 1927
F. Fickenscher – Santiago
Lo más desagradable de una expedición a la cordillera es la preparación: comprometer a un guía confiable con buenos animales, la compra de la comida -ni mucha ni poca- y su embalaje para que durante el transporte no se dañe y ahí soy siempre el que se lleva la peor parte: «Debido a su experiencia de varios años», dicen mis amigos. Fue mucho trabajo, pero nuevamente resultó todo. No faltó nada: de las 24 botellas de alcohol en diferentes formas ninguna falló en su tarea y de los 120 huevos embalados en aserrín, ni uno solo se rompió.
Cuando por la tarde del miércoles a las 6:00 entregué las 8 cajas con comida y dos bultos con carpas de más de 400 kilos de peso, me sentí contento de tener este trabajo detrás mío.
A la mañana siguiente, el 3 de febrero, nos encontramos puntualmente en la estación, el señor W. Eitel, el señor Dr. H. Dyckerhoff y el «patrón», como me bautizaron por see el organizador principal, con 3 mochilas grandes, cámaras fotográficas, 3 rifles y la misma cantidad de piolet y a las 8:00 partimos en el tren a Pirque hacia Puente Alto y desde ahí con el tren militar hacia la estación final de El Volcán, ubicada a 1400 metros de altitud, donde llegamos con una hora de retraso. Aunque era un día de semana, jueves, el tren no se pudo llenar y el olor a cebolla y a trabajo cristalizado no podía ser más fuerte puesto que todo el público se componía de trabajadores que buscaban un puesto en la gran obra de la hidroeléctrica Queltehues, la cual entregará electricidad para el funcionamiento del ferrocarril chileno, así como luz y energía para Santiago y Valparaíso.
Nuestro guía, Jorge Bustamante, nos esperaba en San Gabriel y viajó con nosotros a El Volcán donde estaba el mozo con 3 caballos y 9 mulas. Mientras nosotros tomábamos un modesto almuerzo en el Hotel Cordillera, se cargaban las mulas, se agregaron 15 kilos de pan y un gran cordero carneado y a las 3:00 ya estábamos listos para partir. El guía adelante con una yegua llamada «Madrina» a la que las mulas siguen ciegamente, el mozo y finalmente nosotros tres avanzábamos por el valle del río Volcán hacia arriba. Teniendo a la izquierda los baños termales de Morales llegamos a eso de las 7:30 de la tarde a las yeseras a unos 2.000 metros de altitud donde levantamos nuestro primer campamento. Al frente nuestro se encuentra un cerro de más de 3.500 metros de altitud de puro yeso, «Las Yeseras», el que es explotado por la Compañía Industrial del Volcán, la cual envía el yeso con un funicular de 18km de largo hacia el Volcán, donde es quemado para luego ser enviado por el ferrocarril a Santiago. La descarga resultó ser rápida y una vez liberadas del peso, las mulas se revolcaron en la arena y polvo, una práctica que realizan con regularidad los animales y que se hace más extensa cuando más dolorosa ha sido la presión de la carga sobre los lomos.
Debido a que la noche no fue fría no pusimos las carpas, sino que dormimos al aire libre sobre nuestras colchonetas.
A la mañana siguiente queríamos partir realmente temprano puesto que en el mismo día queríamos superar el Paso de las Nieves Negras de 3837 metros de altitud y llegar hasta el río Salinillas. Cuando al amanecer a eso de las 5:00 de la mañana llamé con un «arriba compañeros», el mozo ya había partido a buscar los animales; a uno de ellos no le gustó el aire fresco y el mozo debió regresar a Lo Valdés a buscarlo donde lo encontró en una vega. En eso pasó una hora y con una hora para preparar y tomar el desayuno y otra más para cargar los animales, recién a las 8:00 estábamos finalmente listos para partir.
Fuimos por el valle del río Colina hacia arriba y tras una hora debimos cruzar el río por primera vez lo que resultó relativamente bien puesto que en la mañana el río trae significativamente menos agua que en la tarde cuando es prácticamente imposible de cruzar. A las 10:30 alcanzamos el segundo cruce, en el cual nos mojamos las piernas hasta las rodillas, pero que se realizó sin peligro.
Poco antes pasamos por los baños termales de Colina, en los cuales había 3 personas bañándose y desde ahí no vimos más gente hasta el penúltimo día de nuestra expedición cuando de nuevo pasamos junto a las minas de yeso.
Tras cruzar un brazo del río Colina llegamos a las 12:00 en punto, tras la última vega en el lado chileno, a un lugar adecuado para la pausa de mediodía y para que los animales tuvieran la oportunidad de descansar y comer puesto que desde acá no hay más vegetación. Como todavía teníamos lo más duro delante nuestro, a la 1:00 estábamos de nuevo montados y comenzamos a ascender a las alturas teniendo a la izquierda el volcán San José de 5.600 metros de altitud. En el paso del Cerro Amarillo nos llegó un frío aire del glaciar que hizo que nos pusiéramos nuestros ponchos; también el cielo se cubrió y hacia el Sur llovía y nevaba, afortunadamente nosotros sólo recibimos unas gotas.
Luego pasamos por los primeros neveros que no presentaban dificultades puesto que todavía no tenían la forma de penitentes y a las 4:30 alcanzamos el Paso de las Nieves Negras a una altitud de 3.837 metros en el cual hay un hito fronterizo con la inscripción: «Chile-Argentina» que se encontraba quebrado y que se notaba que alguien había usado para practicar tiro al blanco. Desde el paso se tiene una hermosa vista hacia el Este y hacia el Oeste y colosal se ve el Nevado de Argüelles con sus 4.840 metros, también llama la atención hacia la derecha una pared vertical de unos 600 metros; hacia el Sur estaba lamentablemente todo nublado.
Hacia Argentina se extendía un cordón tras otro de Norte a Sur hacia lo lejos haciendo que la pampa no se pudiera reconocer a simple vista.
Debido al fuerte viento y lo avanzado de la hora no estuvimos mucho rato acá y en el descenso fuimos inmediatamente detenidos por un campo de penitentes que cruzaba toda la depresión bajo el paso. Intentamos con los piolet abrir un paso por la zona más angosta, pero pronto vimos que necesitaríamos horas para lograrlo y el tiempo era escaso. Debido a eso buscamos una zona más ancha, pero con penitentes de menor altura y, después de que el guía fuera y viniera varias veces, logramos abrirnos camino con los animales derribando los penitentes más grandes. Luego comenzó el camino por un fuerte zigzag que descendía hacia el valle de Salinillas y tuvimos todo el tiempo una vista maravillosa hacia la cara Sur del San José y el enorme glaciar Nieves Negras, por cuyo costado cabalgamos hasta el final.
Mientras que la huella por el lado chileno es empinada, pero fácil de seguir por los animales, por el lado argentino es tan empinada que a veces temimos que las mulas se caerían. Tuvimos la suerte que cuatro semanas antes el señor José Miguel Echepare regresó de su excursión a la laguna del Diamante y dejó la huella en buenas condiciones, sino no hubiésemos podido pasar. El camino lleva, en partes, por neveros empinados y duros hacia abajo y uno de ellos casi significó un desastre para el señor Eitel, llamado «Don Enrique», puesto que su mula se quebró una pata delantera lanzando al jinete hacia adelante. Afortunadamente en este caso un pie se quedó en el estribo y la mula no se movió de su lugar, nuestro compañero se ahorró un viaje involuntario hasta el final del nevero.
Cuando ya se ponía oscuro, llegamos a un lugar donde el camino se encontraba cortado por una pequeña, pero profunda quebrada; sin embargo, pudimos bajar al río y con los animales avanzar por el agua mientras nosotros escalábamos por la orilla del río hasta superar el obstáculo y así montar de nuevo. Poco antes se había soltado la correa con la que estaba amarrado a una mula un saco con sacos de dormir y frazadas con lo que los bultos rodaron por el lecho del río hacia abajo que, casualmente, quedaron atrapados entre las piedras. Si se los hubiese llevado el río, nuestras noches no habrían sido muy alegres.
A las 8:00 de la tarde, cuando ya estaba oscuro, llegamos al campamento llamado «Sega de Monte» y estábamos felices de tener ese día detrás nuestro, en el cual, sin tomar en cuenta las pausas, habíamos estado montados más de 10 horas. Tras comer algo -estábamos demasiado cansados para cocinar- nos acostamos en las colchonetas, puesto que nadie tenía ganas de armar una carpa.
Cuando al día siguiente nos levantamos a las 6:00, hacía bastante frío, pero con la salida del sol a las 7:00 no sólo comenzó a hacer calor, sino que también apareció un enjambre de tábanos que nos molestaban a nosotros y a los animales. Como de nuevo había una mula que no se encontraba a pesar de ser buscada valle arriba y valle abajo, recién a las 9:00 pudimos partir.
A continuación, seguimos por los diferentes brazos del Salinillas, del río Volcán y antes del río Negro, que traía mucha agua, intentamos subir para alcanzar la planicie que se encuentra encerrada por un lado por el volcán San José y el grupo del Marmolejo y, por el otro, por el valle de Salinillas y Tunuyán. A pesar de los esfuerzos no fue posible ascender con los animales puesto que el terreno era demasiado abrupto y las condiciones del suelo demasiado malas. No nos quedó otra que regresar y eso de la 1:00 alcanzamos el fondo del valle y, regresando un poco, el lugar de campamento «Echepare», detrás del cual hay una hermosa cascada con agua clara y fría, en contraste con la mayoría de los arroyos y ríos que traen un agua turbia. Como no era posible pensar en cruzar el río Negro puesto que ya había comenzado a derretirse la nieve y el río traía enormes masas de agua, armamos nuestro siguiente campamento.
Lamentablemente acá fuimos molestados hasta la desesperación por millones de mosquitos y tábanos. Los mosquitos se metían por donde podían, por la ropa hacia adentro, ni hablar de la cabeza y las manos. No había salvación de esta plaga cuyos cientos de picaduras provocaban fiebre. Mis amigos y la gente se podían proteger fumando, pero yo que no soy fumador estaba despiadadamente entregado y el meter la cabeza hasta el cuello en agua fría sólo daba un alivio momentáneo. Finalmente, desesperados subimos a la cascada para sentarnos bajo la llovizna, lo que finalmente nos trajo la deseada tranquilidad. Cuando con la puesta de sol los enjambres desaparecieron, respiramos de nuevo y la rabia contra esta calamidad pasó rápido puesto que, al menos, pudimos cenar tranquilos.
A la mañana siguiente cruzamos a tiempo el río Negro que viene del glaciar del Marmolejo y que en la mañana traía tanta agua que su caudal de ceniza negra apenas se podía atravesar. Una hora más tarde cabalgábamos, girando hacia la izquierda, por otro valle hacia las alturas, subiendo suavemente, junto a hermosas vegas con flores blancas, amarillas y azules que ofrecían una vista encantadora. Ascendiendo en largas serpentinas alcanzamos tras aproximadamente 3 horas un espolón montañoso; hacia abajo nuestro se encontraba una gran vega en la que observamos los primeros guanacos que pastaban por docenas. Cuando llegamos cerca la vega se aproximó una manada de guanacos curiosos para vernos y luego huir rápidamente. Los animales, que tienen una similitud con las llamas, pero son más pequeños, ofrecían una vista magnífica y su agilidad, cerro arriba y cerro abajo, es asombrosa.
En el último rincón de la vega, junto a un estero cristalino y en las cercanías de un manantial de agua mineral, levantamos el campamento y los mozos se acomodaron en una cueva formada en un gran bloque de roca en el cual estaba tallado el nombre «Cajón Real de Jordán».
Tras el desayuno hicimos a pie una excursión de reconocimiento para confirmar el avance del día siguiente y tras ascender un espolón montañoso tuvimos una maravillosa vista hacia el volcán San José y al Marmolejo y desde esta altura pudimos ver muy bien la continuación de la expedición.
Bajo un cielo despejado y un sol radiante cruzamos la loma que habíamos ascendido el día anterior, cuyo descenso, sin embargo, era tan abrupto que en cada momento esperábamos que alguna de las mulas se tropezara y cayera con su carga, así que preferimos ir a pie. A la altura del espolón pasamos junto a nidos de cóndores y por horas volaron sobre nosotros 5 hermosos ejemplares en grandes círculos sin dar un solo aleteo, flotando en el viento. A menudo se acercaban tanto que uno podía distinguir muy bien su collar blanco.
Abajo en el valle corría un salvaje estero de montaña que seguimos hasta la última vega donde, hacia las 12:00, hicimos una pausa para levantar nuestro último campamento.
Acá pusimos, por primera vez, las dos carpas, puesto que con la cercanía al glaciar era de esperar un gran frío por la noche. leña en forma de raíces del arbusto cuerno de cabra había en abundancia y puesto que las carpas se levantaron a la orilla del estero, no faltaba nada de lo que se necesita en un campamento en la cordillera.
Cuando a la mañana siguiente aclaró, nadie se quería levantar, puesto que a pesar de los sacos de dormir y frazadas de lana, se sentía el frío profundo en los huesos, pero cuando el sol apareció puntualmente a las 7:00 por sobre los cerros no nos quedamos más tiempo en las carpas y tras un buen desayuno con hojuelas de avena, partimos por primera vez hacia el glaciar del Marmolejo.
Subimos al filo entre nuestro valle y el del río Negro y fuimos por él hasta el punto de encuentro del glaciar de la derecha y del central del Marmolejo. Es indescriptible la vista del colosal glaciar haciendo presión hacia abajo desde las alturas, que luego queda atrapado entre paredes de roca evidenciando un final casi vertical para, tras unos kilómetros de extensión, darle su origen al río Negro. Las masas de hielo son tan grandes que las tres cumbres del grupo del Marmolejo, de las cuales la más alta mide 6.100 metros, no tienen mayor importancia y da la impresión de que el hielo eterno se esfuerza por cubrir a este gigante de la cordillera con su manto blanco.
Un ascenso por la cara que tenemos enfrente es impensable puesto que todo el grupo se compone de paredes de roca y abruptos glaciares. Así que sólo cruzamos un campo de penitentes que se encontraba delante nuestro para llegar al glaciar central por el cual ascendimos lentamente hasta que los penitentes cada vez más grandes y las profundas grietas nos obligaron a regresar, sin que antes no tomaramos fotografías de la grandiosas y agrietadas masas glaciales que se levantaban delante nuestro.
En el mismo lugar fijamos el plan para el día subsiguiente que nos debía llevar a la arista entre el río Negro y el río Volcán para intentar llegar a la gran rimaya del glaciar central.
A la mañana siguiente flojeamos y a la tarde salimos de cacería de guanacos. Sin embargo, sólo conseguimos perseguir a uno de ellos, puesto que los animales son muy tímidos y nosotros sólo teníamos 2 rifles ya que el mío falló puesto que mi amigo, el señor A. K., por distracción, en lugar de ponerle aceite le puso laca.
La mañana siguiente, con un cielo sin nubes, nos encontró levantados temprano, a pesar del frío de perros que hacía que hizo que en la noche el agua en las ollas se transformara en bloques de hielo. Tras un buen desayuno y hacer circular la botella de aguardiente, partimos y alcanzamos rápidamente la altura de la primera arista, donde al señor Dr. Dykerhoff se le ofreció para dispararle a unos 30 metros un gran guanaco, el cual rápidamente persiguió; como estos animales llevan una vida dura, no fueron suficientes dos tiros en la cabeza para acortar la lucha con la muerte, sino que el guía debió cortarle el cuello. Más abajo se encontraba otro guanaco al que el mismo tirador, en la tarde anterior, le había disparado y del cual 5 cóndores habían hecho una buena presa, puesto que ya se lo estaban desayunando. El señor Dykerhoff no pudo acercarse a los comensales y disparar un tiro.
Luego cabalgamos hacia abajo hacia el río Negro para subir al otro lado, para lo cual los animales tuvieron que esforzarse al máximo para subir por la empinada ladera. Arriba se nos ofreció una nueva vista, el glaciar izquierdo del Marmolejo, el que es grande por sí mismo, pero que no alcanza al glaciar central. Dejamos al guía regresar con sus animales puesto que la zona estaba completamente sin vegetación y le encargamos esperarnos al atardecer al otro lado del río Negro puesto que en la tarde el río estaría demasiado grande para pasarlo con los animales y nosotros teníamos planeado cruzar el glaciar al regreso, puesto que estábamos seguros de poder tomar ahí hermosas fotografías de los penitentes.
Tras comer algo seguimos a pie; con esfuerzo ascendíamos lentamente a las alturas puesto que el aire comenzaba a ser menos denso, pasamos junto a rocas de pizarra que estaban llenas de todo tipo moluscos petrificados y finalmente, a las 4:00 de la tarde, a una altitud por sobre los 4.300 metros, debimos renunciar al objetivo previsto, una barrera de roca al lado izquierdo del glaciar central, puesto que de otra forma no llegaríamos donde el guía antes de que oscureciera. Debido a la falta de tiempo no pudimos acercarnos a uno de los más grandes fenómenos naturales de la alta cordillera: «el enorme glaciar proviene de la cumbre más alta del Marmolejo, las cumbres más bajas lo conducen por izquierda y derecha formando un embudo que luego forma una rimaya de algunos cientos de metros de una grandiosidad que nunca habíamos visto en la cordillera, para lentamente vaciarse tras unos 5 a 6 kilómetros de largo. La fabulosa impresión se vio incrementada por el sol, cuyos rayos hicieron ver al hielo azul casi transparente.
Con pesar por no haber alcanzado el objetivo, nos faltó quizás 1½ hora, iniciamos el retorno y cuando llegamos al glaciar busqué, con mis ojos ya entrenados, una pasada entre las masas de hielo para llegar al otro lado donde más abajo debía esperarnos el guía. Afortunadamente pudimos superar todos los obstáculos, haciendo gimnasia por los grandes penitentes, desescalando y escalando grietas, saltando sobre riachuelos del glaciar, encontramos una gigantesca mesa glacial que, a pesar de lo tarde que ya era, debía ser fotografiada para finalmente, tras una hora de esforzado trabajo, alcanzar el otro lado.
Al llegar al lugar acordado ya había oscurecido, las llamadas no ayudaban, no se veía ni al guía ni a sus animales. Así que no nos quedó otra más que, bajo la luz de la luna, subir a la arista entre el río Negro y nuestro campamento para descender hacia el otro lado donde el campamento se haría visible por el fuego hecho por los mozos. Cuando llegamos a las 9:30, nos dijo el guía que había esperado hasta que comenzó a oscurecer y que tomó el camino de regreso al suponer que habíamos tomado un camino diferente. Agotados nos acostamos en nuestra ratonera.
Después de dormir profundamente toda la noche nos levantamos al amanecer para el regreso. Hacía un frío cortante y recién pude conseguir que los hermanos salieran cuando les quité las frazadas de la colchoneta y comencé a desarmar las carpas. Luego desayunamos apurados y armamos los bultos puesto que queríamos regresar en un día al campamento Sega de Monte desde donde habíamos necesitado 3 días para subir hasta acá.
Fuimos por el mismo camino de regreso hacia el Cajón Real de Jordán y pasamos por la izquierda de la gran vega, en la cual más de cien guanacos pastaban, luego tomamos la arista hacia el valle lateral del Salinillas, almorzamos en una pequeña vega y alcanzamos a la 1:00 el río Negro.
Como con los últimos días despejados había comenzado un fuerte deshielo, el río traía enormes masas de agua hacia abajo y, debido al gran peligro, no lo habríamos debido cruzar, pero como debido al fuerte viento y a la formación de polvo, cabalgábamos al final de la caravana, ya habían ocurrido adelante los primeros sucesos. El guía con la madrina en el lazo, sin pensarlo mucho y sin preguntarnos, avanzó hacia las aguas negras. En el momento más peligroso sólo se veía el cuello del animal y el tronco del guía; como él montaba una gran yegua, que era especialmente buena para el cruce de ríos, pudo llegar hasta un banco de piedras en el medio del río, no sin antes haberse encomendado a la virgen y a todos los dioses, puesto que su situación no era menos que envidiable.
No tan bien les fue a dos mulas de carga que siguieron ciegamente a la madrina y fueron arrastradas por la corriente. Afortunadamente una de ellas logró llegar a un banco de piedra y se quedó acostada ahí, puesto que la lucha contra la corriente la había dejado totalmente agotada y debido al peso ya no se podía levantar. La segunda mula fue arrastrada al otro lado del río y sólo se podía ver su cabeza, la que con esfuerzo mantenía sobre el agua para no ahogarse. Como esta mula estaba en una situación peligrosa y al final de sus fuerzas, el guía se apuró a lacearla y con ayuda de su yegua sacarla, lo que, sin embargo, no consiguió ya que el animal estaba demasiado cansado y debido al peso, 2 cajas y un bulto, no se podía enderezar. El guía cruzó la segunda parte del río, que era menos peligrosa, se bajó del caballo, ató el lazo en la raíz de un árbol para evitar que la mula fuera arrastrada, subió por la orilla del río para acercarse a ella, sacó su cuchillo del cinturón, cortó las correas que sostenían los bultos con los sacos de dormir y los puso en la orilla del río. Luego cortó las correas de las cajas; una la salvó a su lado y la otra se fue flotando hacia abajo por Argentina para no verse nunca más. Luego, con ayuda de su yegua, pudo sacar al animal, ya liberado del peso, y ponerlo en lugar seguro.
Ahora le tocaba a la segunda mula, la cual mientras tanto se había recuperado un poco del susto y cuyo rescate ofreció menos dificultades, puesto que el guía la pudo poner de pie sin tener que liberarla de la carga. Como, mientras tanto, las otras mulas habían cruzado al otro lado, no nos quedó otra posibilidad que intentar lo mismo, puesto que sin comida ni equipo no podíamos quedarnos allá. Partí en primer lugar, el guía se paró de nuevo en la mitad en el banco de piedras en la mitad del río y me tiró su lazo que me puse alrededor de la cadera; si es que la mula es arrastrada, el guía me puede sacar del río, había que arriesgar un baño frío. Pasé bien por las dificultades de la primera mitad del río, aunque me mojé hasta la cadera. En el segundo brazo del río tuve dificultades para llevar a la mula a la altura de la orilla del río. Como el camino ya había quedado más o menos marcado, el cruce de mis compañeros, que naturalmente también estaban amarrados con el lazo, ofreció menos peligro y finalmente estábamos todos al otro lado, sin evitar comentar que habíamos salido con mucha suerte de una situación difícil.
Ahora quedaba abierta la pregunta si es que en la caja perdida estaba la cámara 13×18 Görz Ango. Yo no tenía ganas de perder la tarde buscando, más tarde habría tiempo suficiente para confirmar esta desgracia. Así que cabalgamos valle arriba, pasamos el río Volcán, los diferentes brazos del Salinillas y al atardecer llegamos al campamento Sega de Monte, nuestro objetivo propuesto.
Una revisión de las cajas nos mostró -de forma menos dolorosa- que no era la cámara lo que faltaba, sino que casi todas las fotografías que tanto esfuerzo y trabajo nos habían costado. Además, faltaba una frazada de lana y varias latas de conservas. Una pena por las fotografías de los maravillosos escenarios.
El sábado muy temprano partimos por el valle de Salinillas hacia arriba y pronto pasamos junto al gran glaciar del San José. En uno de los puntos más empinados, en el cual la huella asciende por acarreo en zigzag, el lazo con el que el guía tenía amarrada la madrina a su montura se enredó en las patas de su caballo con lo que el animal perdió el sustento y se cayó unos 30m cerro abajo. La madrina, como un bloque de freno lo siguió hacia el grupo de mulas que justo estaban más abajo. Si las mulas no hubiesen estado ahí abajo, los caballos habrían muerto. El guía se levantó y se sacudió; ni él mismo podía explicar cómo se había caído del caballo, tan rápido había ocurrido todo.
A la 1:00 alcanzamos el Paso de las Nieves Negras bajo un cielo despejado y magnífica vista a los alrededores que, a la venida, en parte, estuvo cubierta por nubes. Como había comenzado una fuerte tormenta, no nos quedamos mucho rato y recién a los pies del cerro Amarillo, en una pequeña vega, hicimos una pausa, sin comer al mediodía puesto que no nos queríamos dar el trabajo de descargar las mulas. Luego descendimos hacia el valle del Yeso, teniendo a nuestra derecha el glaciar que cae desde el San José hacia el valle del Yeso.
Ese día teníamos pensado llegar hasta las termas de Baños de Colina, pero el río Yeso traía tal cantidad de agua que, tras lo vivido en el río Negro, no pensamos en cruzarlo, sino que decidimos esperar hasta la próxima mañana. En una hermosa vega con pasto alto pasamos nuestra última noche en la cordillera. Una puesta de sol maravillosa que hizo aparecer al San José como en fuego, nos dio la despedida. Mientras estábamos en la sombra, el sol todavía brillaba sobre el volcán, luego comenzó a tomar poco a poco un tono rojo claro que lentamente se fue poniendo más oscuro hasta que brilló como una luz de fuego para ponerse de un rojo violeta y finalmente apagarse.
El domingo temprano cruzamos el río Yeso y llegamos a las 9:00 a los Baños de Colina; seguimos cabalgando por el mismo lado por pendientes de roca y por túneles naturales que se forman por la caída de grandes rocas, mientras los mozos avanzaban por el río puesto que nuestro camino era demasiado angosto para animales cargados. Más adelante, en las yeseras nos juntamos de nuevo, giramos hacia el valle Volcán y alcanzamos a la 1:00 de la tarde nuestro punto de partida, la estación «El Volcán».
Debido a la pérdida de las conservas en el río Negro, la alimentación en los 2 últimos días fue un poco más pobre y de todas las provisiones sólo quedaban 2 tarros de leche condensada. La comida durante toda la expedición, con la excepción de los 2 últimos días, fue muy buena y variada. En las mañanas nos hacíamos un caldo caliente de extracto de carne con huevos u hojuelas de avena con leche condensada. Al mediodía carne asada y en la tarde una sopa con un buen pedazo de carne para cada uno. Todas las comidas fueron acompañadas por las conservas de carne, pescado, verdura y fruta. A mediodía y en la tarde había vino y el ron se utilizó principalmente para reforzar el té.
En el hotel nos lavamos, tras 11 días, por primera vez las caras sin afeitar, la que yo tenía cubierta por una costra de sudor y polvo; nuestras caras no estaban hechas jirones como suponen algunos que mantienen la cultura del lavado en la cordillera y creen que la máquina de afeitar es parte del equipo esencial que se debe llevar.
Ahí mismo nos encontramos con un grupo de alemanes de Valparaíso que en ese día partían hacia la misma zona y que tras 14 días volvieron con 34 pieles de guanaco.
A las 3:00 de la tarde tomamos el tren a Santiago, donde llegamos a las 8:00, altamente satisfechos de toda la belleza de la cordillera.
Traducción: Álvaro Vivanco
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1928 Heft 4