Primer Ascenso del Monte Macá
Cuando uno viaja en el pequeño vapor de Puerto Montt a Aysén, mucho antes de la entrada al canal de Moraleda, uno se puede maravillar con la vista de un macizo cubierto de hielo que se levanta contra el cielo sobre bosques siempre verdes y un enredo de fiordos.
Cuando en 1939/40 pude acompañar al Profesor Heim en su viaje al campo de hielo continental hasta toparse con el macizo del San Valentín, creció en mí la idea de realizar una ascensión al Macá. El Profesor Reichert ya había acercado al macizo una vez desde el Estuario Aysén. Desembarcó en la bahía de Puerto Pérez, pero rápidamente se metió en terreno pantanoso y debió levantar un campamento sobre pilotes para así tener algo seco sobre qué pisar en la noche. Con mal tiempo y por un terreno con baja visibilidad se pasó de largo del cerro en dirección al Mc Kay. En todas las expediciones a la montaña en Aysén es de gran importancia encontrar de inmediato el acceso correcto a los canales, de lo contrario termina la expedición en una selva sin salida. Como lamentablemente en Chile no se encontraron acompañantes para una expedición como ésta, estreché lazos con la vecina Bariloche en Argentina. Allá se me unieron el Dr. Neumeyer, uno de los pioneros de los Andes y uno de los fundadores del Club Andino Bariloche, así como René Eggmann.
En Puerto Montt compramos las provisiones para la gente que nos debía acompañar. Con el «Trinidad» partimos una tarde con dirección a Aysén. Nuestro primer objetivo fueron las islas Huichas que se encuentran por delante del continente entre los canales de Moraleda y Puyuhuapi. Como el vapor debía entregar correo ahí, pudimos desembarcar sin problemas. Eso ocurrió en la mitad de la noche en Puerto Aguirre. En la mañana entramos en contacto con un antiguo pescador y lo comprometimos a él con su velero por una semana.
Al día siguiente partimos al amanecer. Nuestro material y la harina para nuestra gente apenas tenía lugar en el bote. Con tormenta y lluvia, que año a año el tiempo en esta zona cambia, navegamos por uno de los numerosos canales en dirección este. Nuestra intención era intentar el cerro por su cara norte. Por ahí cae más abruptamente hacia el mar. En la isla Ester buscamos un lugar de curantos frecuentado por recolectores de cholga. Con gusto nos «rellenamos» acá, a pesar de que no todos nosotros somos fanáticos de esta comida.
Desde la isla tuvimos por primera vez una vista más cercana del macizo del monte Macá. Un largo espolón, cubierto con un denso bosque nativo, parecía llevar a las laderas nevadas del Macá. El cerro mismo se mostraba rara vez entre las nubes. Hacia la tarde nos dirigimos a la franja costera de este espolón donde esperábamos encontrar un acceso. Un deslizamiento de tierra había formado acá hace años una «calle» a través del bosque, desde entonces la vegetación no ha podido recuperarse a como estaba antes.
El campamento 1 fue levantado. Armamos la carpa mientras la gente de Huicha con la ayuda de un lienzo ponían un techo sobre el bote y con eso podían cocinar en él. Bajo la lluvia, ellos estaban mejor en el bote que nosotros afuera. El infaltable ollón de hierro se calentó para preparar sopaipillas. Para la cena nos ofrecieron una gran cantidad de mariscos que para nuestro placer acompañábamos de sorbos de mate.
Al día siguiente comenzó el esforzado ascenso. La experimentada gente de Huicha abrió una huella por el bosque. Nosotros los seguimos a pie y les indicábamos la dirección a seguir. Tras medio día de marcha se abrió la densa vegetación y dio paso a un bosque de cipreses. El terreno se volvió más abrupto y rocoso. Nos teníamos que agarrar de ramas para seguir y en un punto incluso tuvimos que subir un árbol para poder escalar una pared de roca. Las mochilas tuvieron que ser elevadas con cuerdas. De a poco apareció delante nuestro el bosque de ñirre (Antarctica Oerst) lo que nos dio la certeza de estar cerca del límite del bosque. Y así fue, nos topamos con los primeros restos de nieve, el bosque estaba superado, 1500 m de pendiente estaban abajo de nosotros. En un lugar libre de nieve se levantó el segundo campamento. Todo rechinaba debido a la humedad. Costó un gran esfuerzo encender un fuego.
El Dr. Neumeyer se quedó solo en el campamento, mientras Eggmann y yo, a la tarde, con mochilas vacías bajamos hasta el campamento de partida. La gente de Huicha ya habían regresado al llegar a las partes más empinadas de la ruta. En el campamento inferior, el chapoteo de las olas, el gruñido de un lobo de mar y el cansancio del día nos permitieron quedarnos dormidos rápidamente.
Al día siguiente, Eggmann y yo llevamos el resto del material hacia arriba, sin ayuda de la gente de Huicha. Ellos querían esperar a nuestro regreso y en ese tiempo recolectar mariscos. Cortamos la «picada» (la huella por el bosque) un poco más y dejamos marcado el camino. Arriba en la arista vimos parado detrás de una enorme columna de humo al Dr. Neumeyer. De forma tan hogareña cómo es posible, nos acomodamos entre los arbustos que goteaban. Todavía no sabíamos si es que el Macá era alcanzable desde nuestra posición.
El otro día nos trajo la certeza de haber encontrado el punto de partida correcto para nuestro ascenso al Macá. Esto produjo una gran felicidad entre nosotros. De una exploración seguimos la arista, la cual presenta algunos cortes profundos, uno de ellos lleva incluso hasta el bosque. Finalmente alcanzamos la anhelada nieve. Entre las nubes aparecía como una coliflor de hielo la cumbre del Macá, lamentablemente siempre muy lejos de nosotros. Por un corto instante se nos ofreció una maravillosa vista a los alrededores. Pudimos apreciar, entre otros, el enredo de islas al sur de Chiloé, la entrada a Puyuhuapi, una parte del estuario Aysén y el volcán Corcovado.
El tiempo estaba lamentablemente muy inestable. Consideramos levantar un tercer campamento al final de la arista a unas 6 horas de nuestro campamento. Tomando en cuenta lo inseguro del tiempo, preferimos limitarnos a un campamento alto y atacar la cumbre con equipo liviano en una carrera de largo aliento.
La clara mañana nos encontró preparados en las huellas del día anterior sobre las pendientes de la interminable arista. Alcanzamos las nieves del Macá durante la mañana. Nos intranquilizó que un banco de nubes se moviera imparable desde las islas hacia el continente. Sin embargo, nadie pensó en regresar. Nos pusimos crampones y nos encordamos para continuar la marcha por la nieve sobre grietas ocultas. El terreno se puso notoriamente más abrupto, el hielo bajo la delgada capa de nieve nos exigía tener la máxima precaución. Aparecieron seracs delante nuestro que nos empujaban hacia una arista más abajo. De forma amenazante se elevaba la neblina cada vez más alto. A continuación, comenzó a nevar suavemente y la vista se nos cerró completamente. Un hongo de hielo tras otro aparecía entre medio de la niebla. Tuvimos que tallar escalones en el hielo poroso. Debido a la humedad del aire, el hielo estaba como cemento sobre la roca. Fuertes ráfagas de viento mostraban que la cumbre no podía estar lejos. Y así, fue, la arista comenzó a declinar su pendiente, mientras hacia todos lados había una caída abrupta a las profundidades, el cerro Macá era nuestro.
Tras una pequeña pausa para comer algo, comenzamos inmediatamente a descender por las huellas del ascenso. Con gran precaución tomamos las resbalosas laderas heladas cubiertas por nieve fresca. Bajo una lluvia torrencial alcanzamos la larga arista. Las chaquetas de cuero sirvieron durante largo rato como protección contra la humedad y el viento. Sin embargo, completamente mojados, medio congelados y agotados llegamos en la oscuridad a nuestro solitario campamento. Un té caliente y una bien cuidada botella de vino levantaron nuevamente nuestro ánimo a pesar de que la lluvia insistía en golpear con fuerza el techo de la carpa.
Durante la mañana siguiente, disminuyó un poco la lluvia. De a poco comenzó a aclarar, desarmamos el campamento y comenzamos el descenso. Con la humedad existente esto fue bastante desagradable. Con frecuencia nos golpeábamos con ramas húmedas en la cara. La concentración debía mantenerse en todo momento para no perder las marcas.
En el campamento, abajo junto al mar, encontramos a la gente de Huicha. El viaje de regreso nos regaló algunas duchas frías, luego de que comenzó a soplar el temido «norte blanco» (un gélido viento del norte). La gente decía: «Ahora está completamente malo el tiempo.» Podíamos estar contentos que nuestro viaje en bote, en aquella frágil embarcación, se llevó a cabo sin consecuencias. Medio congelados desembarcamos en las islas donde esperamos por dos días bajo una lluvia torrencial a la Tenglo. Tras 14 días de viaje regresamos a Puerto Montt.
Agua y bosque nativo, laderas nevadas y aristas congeladas, campamentos bajo lluvias interminables, esa es la clásica expedición a la montaña entre los canales del Sur de Chile.
Hermann Hess
Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1959
Traducción: Álvaro Vivanco