El primer intento de ascensión del Aconcagua
(Extracto de: Viaje a los Andes de Chile y Argentina)
20. – 21. Febrero 1883
Paul Güssfeldt
El reconocimiento (de la montaña) se había efectuado el 19 de Febrero de 1883; en la tarde del 20 de Febrero se iniciaría la expedición decisiva. A preparar no faltaba mucho, ya que a muchos alimentos y elementos de protección había que renunciar. Un puñado de hojas de té, algún pan duro, cebollas crudas y algo de charqui – eso realmente era todo, y se diferenciaba de la ración diaria por la reducida cantidad.
Antes de partir hice algunas mediciones de tiempo. Ya que a los relojes había que darles cuerda a una misma hora, no podíamos dejarlos en el vivac; era muy posible que durante la ascensión al Aconcagua, los relojes cambiarían la marcha. Al no considerar estos cambios, esto habría falsificado las definiciones de longitud.
La montura y carga de los animales se realizó bajo signos amenazantes de tiempo; al igual que el día anterior, la atmósfera se oscureció una vez que el sol había pasado el meridiano. Entre las dos y las tres, el cielo estaba bastante nublado, y caían copos de nieve. A los acompañantes, que ya expresaban dudas, yo hice como si no notara nada. Internamente yo estaba preocupado. Pero fue un buen presagio, por lo menos para mí que ansiosamente esperaba buen tiempo: lo buscaba – mientras el cielo estaba cubierto en todas las direcciones, detrás del Aconcagua aparecía con su hermoso y diáfano azul; tan solo este cerro quedaba libre, la atmósfera en su rededor estaba clara.
A las 4 de la tarde dejamos el vivac, y partió la cabalgata, el mismo camino del día anterior, pasando donde yacía el esqueleto del infortunado minero, y alcanzamos a las 7 de la noche la primera etapa, la entrada de la canaleta . En medio de las figuras de penitentes paramos, nos costó hacer un fuego con el carbón que llevábamos. Hicimos una choca; pero me conformé con una jarra de té y uno de los panes duros, que se humedecen y luego se ponen al fuego antes de arriesgarse a comerlos.
Al caer la noche, el tiempo aclaró totalmente. Las mejores perspectivas aparecían. Yo me sentía al comienzo de una acción liberante; una disposición sublime tomó posesión de mí. La luna llena apareció detrás de los cerros y vació su luz sobre los campos relucientes de nieve penitente – disipados sobre los faldeos. En el Oeste se apreciaban los filos de cumbres contra el cielo, como los arcos de acueducto en la Campaña romana al terminar el día. El aire permanecía tranquilo, todo era imponente, todo el poder de esta hora vino a mí; alcé la vista a las estrellas, y mi alma se presentó a dios.
A las 8 y media de la tarde iniciamos la marcha, dejando atrás los animales; Jiliberte, Vicente y yo; En la canaleta empinada, que subimos primero, la luna dejaba contrastes brillantes de luz y sombra A las 10:30 pusimos pié en el portezuelo del Penitente y permanecimos 20 minutos en esta altura. Como los «Conquistadores» permanecíamos en la noche silenciosa, con la mirada cruzando la oscuridad; de color gris y misterioso se levantaba el Aconcagua, brilloso y blanco se extendía el extensor campo de nieve. ¿Y un ser humano quería dominar este paisaje?, darle un poder mayor, como un regalo divino.
En aquella noche de luna pareció como si cada punto del relieve inerte enviara un rayo enemigo de magia al ser humano que avanzaba cautelosamente. Oh! era mejor, dejar de lado todos los pensamientos y marchar en forma prudente e inofensiva, como mi «risa loca» Vicente Pereira.
Así sucedió. Nosotros bajamos, cruzamos el hielo resplandeciente de la laguna, escalamos el muro de nieve y pronto caminamos sobre nieve virgen, en la cual la luna por primera vez lanzaba la sombra de figuras humanas. Usar la línea más corta al cruzar no era procedente, porque en la dirección de esta había lugares escarpados. Más bien describimos una curva hacia la derecha, doblada contra el origen del alto valle andino. La nieve mantuvo en todo el ancho la estructura, que se había apreciado durante el reconocimiento. Como tablillas de un Jalousie puesto en el suelo se levantaban las tiras de hielo, que tanto dificultaban el caminar. En cambio, esto nos ahorraba penurias con nieve; – un hecho que ahorraba no solo esfuerzo sino también preocupación; porque no hacía falta caminar en nieve profunda, y no había temor de caer en grietas ocultas.
No íbamos unidos por cuerda; cada cual marchaba a su criterio; y el que cae – cae. Recién pasada la medianoche estábamos a igual distancia de las dos orillas, cuya distancia más corta podría tener unos 31/2 km . En medio de la reluciente superficie helada a mano izquierda se abría el valle cuyo origen estábamos atravesando, y desaparecía en un sector más bajo no visible para nosotros. Muy cerca a mano derecha, el terreno subía en forma empinada al cordón glaciado, que cierra el circo y radica en el Aconcagua.
La claridad poco usual de la noche de luna realzaba la impresión de magia. Nunca vi una luna tan clara, y seguro que a pocos mortales le alumbró más clara; muy plausible !. Que paisajes de nieve brillan en forma más intense – eso lo sabemos por experiencia propia; pero no en latitudes subtropicales y no en alturas de 5000 y 6000m sobre el nivel del mar, donde la luz extraterrestre mantiene su intensidad.
Sin embargo, donde no había nieve, o donde el paisaje se hundía en sombra, el contraste en el ojo era la impresión de una mayor oscuridad; así también en el Aconcagua mismo, cuya masa se acercaba más y más.
A la 1 y 50 minutos de la noche del 20 al 21 de Febrero pisamos la base del cerro por primera vez. El paso de la nieve al acarreo del cerro se realizó sin dificultades especiales. Esto merece ser comentado, porque la nieve suele quebrarse formando el llamado «Bergschrund» (rimaya), que puede circundar el macizo como una fortaleza. La única tarea que tuvimos que enfrentar fue el de escalar la empinada orilla de nieve y poner el pié en la roca del acarreo.
Recién ahora iniciamos el ascenso propiamente tal del Aconcagua – en el estrecho sentido de la palabra: la lucha del individuo, que sube a grandes alturas desde la base de la montaña.
De todas las ascensiones que habida realizado hasta entonces y que aun realizaría más tarde, es la de mayor monotonía, lo cual parece plausible si se considera la descripción de la cara noroeste del cerro. Los extensos acarreos se extienden en monotonía casi sin termino, con una pendiente de 30 a 40 grados; y con algunas manchas de nieve. Tan solo el colorido de la piedra y muros de roca que dividen el faldeo, traen consigo un poco de variación – por lo menos para el ojo. La roca está descompuesta, seguramente también por procesos químicos, en estado natural casi no se encuentra. Tan notable me pareció la variedad, que anoté en mi libro-memoria «Este Aconcagua no es un cerro, es un museo geognóstico. A coleccionar piedras no me pude dedicar, Cualquier peso extra, cualquier esfuerzo que no nos acercaba a la meta, podía ser traición en el éxito de muestra misión, y este éxito ya era socavado por el imprudente e insensato actuar de mi gente.
Hay que pensar, que cerca de 10 horas han transcurrido desde que dejamos el vivac, y que ahora al pisar el techo del Aconcagua aun estábamos 1900m bajo su cumbre; 1900 metros ! que no solo había que contar sino también había que pesarlos, y que pesaban tanto más cuanto más ligera era la atmósfera.
El terreno permitía, hasta cerca de la cumbre, tomar el camino más corto, siguiendo un filo poco desarrollado que divide el flanco noroeste en dos partes, y subiendo con un rumbo sur 25º este (S 25º E). Este filo nace en la cadena de nieve ya mencionada en varias ocasiones y que encierra el campo de nieve. El filo toma la forma de una costilla tan ancha, que no siempre es fácil mantener el rumbo definido. Porque la cumbre misma, en tanto más se sube, se cubre con frecuencia por las terrazas de roca.
En esencia el camino está definido por el filo NNW, y es la atención y la pericia del andinista de mantenerlo. Por lo demás, los andinistas deben aplicar la regla: caminar muy lentamente y en forma constante, paso por paso, sin levantar mucho la vista, no intercambiar palabras con los colegas – con la astucia del tacaño controlando el gasto energético; porque mayor y mayor es el gasto, y es como que se diluyen las energías en el aire cada vez más enrarecido, como agua fría bajo el efecto de una bomba de aire.
Pero mi gente le daba a la marcha otro carácter y me apremiaban más que si hubiera llenado mis bolsillos con piedras
Hasta el momento en que alcanzamos la base del Aconcagua, yo tenía buenas razones para estar contento con los dos chilenos. La canaleta de acarreo lo habían escalado con un fervor, lo que demostraba su buena voluntad y su buena creencia sin lugar a dudas; el campo grande de nieve lo habían cruzado con una naturalidad, lo que me proporcionó gran alegría. Allí no había viento, y por tanto el frío no se sentía doloroso, y los pulmones no tenían que trabajar mucho. Una vez que dejamos el campo de nieve, la cosa cambió. En el Aconcagua soplan vientos más rigurosos, que penetran toda la vestimenta, y la pendiente especialmente en las partidas de base, hacía más exigente el ascenso. El viento aumentaba, la temperatura bajaba – y con ella el ánimo de la gente. Ya entre 5 y 6 de la mañana – aún era de noche – querían regresar y manifestaban que, de seguir, los tres moriríamos de frío. Yo leí menos 10 grados C ; posiblemente era algo más frio; porque yo oscilé el termómetro solo por un breve lapso, porque mis manos congeladas con poca seguridad mantenían el instrumento.
Jiliberte y Vicente se acostaron en el suelo, en medio de una formación de rocas pintorescas de un conglomerado gris de arenisca. Así el frío cobró más poder sobre ellos, y aquella temerosa inquietud que se produce cuando en una situación difícil adoptamos una posición de descanso. Largas discusiones fueron necesarias para lograr que la gente se decidiera a seguir. Pero el efecto fue de poca duración, y el juego se repitió. Sobre mi actuó como veneno; porque cada uno de estos sermones, en castellano, me costaba el esfuerzo mental y también la fuerza física a una altura a la cual la actividad pulmonar ya es bastante crítica; y la desconfianza que va en aumento, El convencimiento que ya no podré contar con el apoyo de nadie, pesaba sobre mi cuerpo. Así estaban las cosas, cuando habíamos subido 400 de los 1900m !
Yo le di cuerda a los relojes, y seguimos escalando con una irregularidad desesperante. El frío de hecho nos apremiaba bastante, penoso era el temor de que se congelara mi nariz. A ratos trataba de protegerme cubriendo con la mano, usando un mitón y encima un soquete; pero al final uno resigna, porque el brazo se fatiga demasiado, y uno pone todo en manos de Dios para que ayude a un pobre y abandonado ser humano.
Al final salió el sol y se puso de día. El viento calmó. Por lo demás, el viento incluso cuando más soplaba, nunca fue tan violento como en su tiempo en el Volcán Maipo.
La mirada del paisaje dejaba la sensación, que ya tendríamos bastante altura; pasaba sobre el cordón de los penitentes hacia abajo. El filo NNW cada vez parecía más un filo chato, en cuyo techo el Aconcagua gira y adopta otra orientación. Nuestra ascensión por tanto tenía menos el carácter de un filo que de un acarreo.
Entre las ocho y las nueve de la mañana echamos a andar la pequeña maquina de té, es decir, derretimos algo de nieve, tiramos hojas de té encima, agregamos unos pedacitos de pan duro y luego se digería todo; La gente lo hizo igual. Este fue mi único alimento en 24 horas, sin que yo haya sufrido por hambre. Más extraño fue en este aire muy seco la ausencia de sed. La mucosa estaba tan seca, que un trago de cognac que intenté, me produjo dolor en la garganta. También el «vino cocido» que llevaban los chilenos, lo resistí, sin tener cualquier síntoma de malestar.
A las 10 horas Vicente Pereira finalmente se quedó tirado; se había quejado en repetidas ocasiones sobre dolores en los pies; a eso no le habíamos dado importancia. Ahora expresó con voz tranquila, que él no seguiría. De hecho tenía los dos pies congelados; a partir de ese día y por el resto del viaje, no prestó utilidad alguna.
Esto sucedió a una altura de aprox 6200m. Jiliberte y yo seguimos la marcha solos. En el carácter de la ascensión no cambió nada – la gran monotonía persistía, yo tenía la sensación que el mundo era un solo y grande acarreo. La mirada hacia atrás y hacia la derecha dejaba entrever un mar de cerros, en el cual sobresalían, hacia el norte, solo dos cumbres altas; parecían ser del cordón de la Ramada. El paisaje mostraba poca nieve; glaciares no se podían constatar. La cumbre del Aconcagua
ya no se podía ver. El ascenso seguía por lo general sobre escombros, raras veces sobre rocas; con viento moderado y frío tolerable, pocas dificultades de terreno y penas en aumento. Así más parecíamos caminantes tolerantes, que titanes a la conquista del cielo.
La lentitud de nuestro avance no dejaba nada que desear, las pausas iban en aumento y nosotros descansábamos igual tiempo que marchábamos. La respiración se había hecho corta, e incluso sentado rugía al respirar; si no lo hacía, y dejaba el pulmón trabajando tranquilamente, se producía una situación asmática. Yo prefería estirarme a lo largo y ponía la boca sobre nieve; aquí el aire tenía más humedad; muy posible que el aire seco de altura es más dañino para el organismo que el aire húmedo. Alivio momentáneo se producía con el uso de un pequeño flacon con sal inglesa. Un amigo con el que había estado seis meses antes en el Matterhorn y que había viajado al Himalaya, don Giulio Grazioli me lo habida dado en mano cuando nos despedimos en Londres.
A las 11 de la mañana escribí en mi libro de anotes; «No sabemos cómo terminaremos», y Jiliberte decía: «Mis piernas me duelen mucho». Yo podría decirle lo mismo de mí, porque los dolores de extremidades y un cansancio paralizante son el resultado del aire enrarecido; a lo mejor la muerte crucificada es precedida por condiciones similares. A las 11:30 volvió a aparecer la cumbre del Aconcagua, y yo podía ver el camino que me lleva a ella – por primera vez ante mí. Jiliberte quería regresar. Una vez más usé todos los recursos de retórica, le pinté, el triunfo que sería para el si pudiera alcanzar una cumbre conmigo, una cumbre más alta que todas las cumbres de América, y que se consideraba inalcanzable; como el, a la vuelta en su hacienda sería honrado; como su nombre se perpetuaría en el país – y agregando otros aspectos. Jiliberte no era un hombre sin ambiciones; él tenía un momento positivo, había crecido con sus metas más altas; una decisión muy viril se apoderó de él. Que pase lo que pase, Jiliberte no abandonaría a Güssfeldt, y aquí, a una altura de 6400m nos dimos la mano de compromiso.
De aquí ya no hablamos más; en acuerdo silencioso marchamos, descansamos y volvimos a andar. A las 12:30 de la tarde que se inicia, alcanzamos la altura de 6560m, donde el agua hervía en el tacho a 78 grados. Aquí, al pie de una roca blanca, que separaba los escombros de color gris-café, decidimos hacer un descanso mayor.
Detrás de las rocas se apreciaba la cumbre; la punta se veía tan cerca, que se podían distinguir las piedras individuales. Las rocas más altas se caracterizaban por un tono rojo. El resto del mundo estaba a nuestros pies; en la dirección de bajada, a la derecha del gran campo de nieve que habíamos atravesado en la noche, hace doce horas, se apreciaba un segundo valle, que toma su origen en el macizo del Aconcagua.
La ruta prevista tomaría la cumbre en forma bastante directa; pasando un campo de nieve, en cuyo borde estábamos descansando, había que alcanzar el pié de la almena roja; por una chimenea esperábamos superar esta y luego, virando a la derecha alcanzar la cumbre por un filo sin mayores problemas. Según mi estimación, faltaban cuando más 250 a 300m, según Jiliberte solo 150m, según las mediciones 410m. Era dudoso si podríamos alcanzar la meta antes de la puesta de sol.
Mientras yo estaba ocupado con la medición hypso-termométrica, entre las 1 y las 2 de la tarde, la punta de nuestro cerro se cubrió de nubes grises; neblina llenó la atmósfera; granizo cayó y el peligro de una tormenta de nieve se presentó ante nosotros.
Recién habíamos considerado la pregunta, si no sería mejor enfrentar la noche en este lugar – aunque nos faltaban mantas y combustible – y posponer el resto de la ascensión al día siguiente; porque estábamos los dos bien maltrechos. El ascenso había tomado ya más de 17 horas, y desde la temprana mañana del día anterior, desde 30 horas, yo estaba en actividad ininterrumpida – y además malamente nutrido! En honor a Jiliberte tengo que decirlo, que el encontró la decidida valentía de aguantar y prever una noche que bien para nosotros dos podría haber significado una noche eterna.
En esto llegó la tormenta, un temporal de nieve, que puso fin a todas las discusiones. Porque este mal tiempo en la altura solo dejaba dos opciones: o permanecer en la altura y sucumbir, o bien intentar el salvamento emprendiendo la retirada. ¿No había ya un esqueleto en el valle de Penitentes? ¿Dos nuevos esqueletos, a 2500 metros más de altura, podían marcar el punto donde la batalla entre el hombre y la naturaleza inerte se decidía a favor de esta última? En la pared cumbrera del Aconcagua la mano de la tormenta había trazado nuestro mal augurio, el ámbito de nuestras esperanzas se desvanecía; nos faltó calibre!
Impulsados por la necesidad, nos decidimos por la retirada y huimos para abajo.
El Aconcagua
Ascensos e Intentos de Ascenso al Aconcagua
20. – 21. 2 1883 | Primer intento de ascensión de Güssfeldt |
4. – 5. 3. 1883 | Segundo intento de ascensión de Güssfeldt (6600m) |
23.- 27. 12. 1896 | Zurbriggen alcanza 6600m |
2. 1. 1897 | Fitz Gerald y Guia alcanzan 6900m |
12. 1. 1897 | Zurbriggen alcanza el portezuelo entre las cumbres |
14. 1. 1897 | Primera ascensión del Aconcagua por Zurbriggen |
16. – 21. 1. 1897 | Socios del Deutscher Turnverein Santiago (Club Gimnástico Alemán) alcanzan 6600m |
19. – 23. 1. 1897 | Intento de ascensión por Fitz Gerald y Stuart Vines |
7.- 14. 2. 1897 | Segundo intento por Fitz Gerald y Stuart Vines |
13. 2. 1897 | Segunda ascensión del Aconcagua, por Stuart Vines y Nicola Lanti |
7. 12. 1897 | M. Conway y el Guía Maquinez alcanzan el filo de cumbre |
1897 – 1898 | Intento de ascensión por socios del Deutscher Turnverein Santiago (Club Gimnástico Alemán) |
11. 2. 1905 | Intento de ascensión por el Dr. Reichert |
1905 / 1906 | Intento de ascensión por Wedgewood y Kaufmann |
31. 1. 1906 | Tercera ascension del Aconcagua por el Dr. Robert Helbling |
2. 2. 1906 | Dr. Reichert alcanza el filo de cumbre |
3. 1906 | Intento de ascensión por Dr. Schiller y Dr. Lehmann-Nitsche (6600m) |
1. 1907 | Intento Dr. Sillem |
1907 | Intento Dr. Reginald Rankin |
9. 2. 1909 | Intento por Heggie, Mondini, Reynier (6250m) |
28. 9. 1915 | Eilert Sundt y Thorleif Bache alcanzan el filo de cumbre |
4. 10. 1915 | A. Kölliker alcanza el filo de cumbre |
9. 2. 1919 | Intento de ascensión por socios del DAV (Club Alemán de Excursionismo) de Valparaiso |
11. 2. 1925 | Cuarta ascension del Aconcagua por C. W. R. Macdonald, M. F. Ryan e I. Cochrane |
15. 7. 1928 | Intento por Bazil Marden (con desenlace fatal) |
12. 1928 | Intento por H. Magelhaes – Hafers (encuentra el cadáver de Marden) |
17. 12. 1929 | Intento de ascensión por los tenientes argentinos Nazar y Pujato (alcanzan 6700m) |
Güssfeldt Curriculum
(ANDINA 1930, pag 88)
Con el Aconcagua se relaciona para siempre el nombre del científico y alpinista alemán Dr. Paul Güssfeldt. Güssfeldt fue el primero que intentó el ascenso del Aconcagua. A esta empresa le impulsaban sobre todo intereses científicos, menos afán alpinista.
Dos veces intentó Güssfeldt el ascenso del gigante, en ambas ocasiones tuvo que regresar sin alcanzar la cumbre. Llegó hasta los 6600 metros.
Pese a no alcanzar la cumbre, y con ello no lograr la última visión de la estructura geológica del cerro, los trabajos de Güssfeldt en esta región de montañas es tan fundamental y profunda, que su nombre permanecerá en primer lugar en la investigación e historial de ascensiones de la cumbre más alta del nuevo mundo.
Güssfeldt fue quien sentó la ruta para las ascensiones posteriores, el descubrió el acceso desde el norte del valle hermoso. El glaciar grande que Güssfeldt registró cartográficamente y cruzó, el gobierno argentino le puso el nombre «Glaciar Güssfeldt», en reconocimiento de los méritos de Güssfeldt.
Los resultados de sus investigaciones del Aconcagua, como también de sus viajes en los Andes chileno-argentinos, Güssfeldt los recogió en el libro «Viaje a los Andes de Chile y Argentina» (1888 Berlin, Paetel). El libro hoy está agotado e incluso en términos anticuarios es muy difícil obtenerlo.
En esta edicion de Andina 1930 dedicada al Aconcagua hemos incluido el relato de los dos intentos de ascensión de Güssfeldt, como copia del libro citado previamente. Queda de esperar que el editor del libro se decida a hacer una nueva impresión, con seguridad la obra tendría buena acogida aquí como en Alemania.
Sobre la vida de Güssfeldt podemos citar algunos datos. Nació en Berlin el 14 de Octubre de 1840. Estudió en Heidelberg, Berlin, Giessen y Bonn Matemáticas y Ciencias Naturales, obteniendo su doctorado en 1868 como docente de matemáticas en Bonn. En la guerra de 1870/71 participó como voluntario. Luego asumió la dirección de la expedición a la costa de Loango (Africa Central / Congo), equipada por la «Sociedad Africana», volviendo con una rica cosecha científica. 1876 asumió una nueva expedición al desierto oriental de Egipto. 1882 viajó a Sudamérica, desarrollando acciones científicas en la zona del Volcán Maipo y del Aconcagua (Güssfeldt ascendió en solitario la orilla del cráter del Volcán Maipo. En 1883 visitó el altiplano boliviano, regresando luego a Alemania. En los años siguientes realizó numerosas ascensiones y rutas glaciares en los Alpes. Acompañó al Kaiser Guillermo II en sus viajes al Norte de Europa. 1892 fue nombrado profesor universitario, actuando como tal en la Universidad de Berlin. Güssfeldt falleció en el año 1920.
Traducción: Ulrich Lorber
Textos publicados originalmente en la Revista Andina de 1930 Heft 4 (Aconcagua Heft):
En este link puedes ver fotos del ascenso de socios del DAV en 1952 al Aconcagua por la ruta de Güssfeldt