Relatos

Primera Vista del Aconcagua desde el Valle Hermoso – Traducción del artículo de Paul Güssfeldt publicado en 1930

Primera Vista del Aconcagua desde el Valle Hermoso

(De Viaje en los Andes de Chile y Argentina)

17 de Febrero de 1883

Paul Güssfeldt

En el boquete del Valle Hermoso tenemos un suave valle de altura en el cual el ganado que pasta entierra sus pezuñas. Los cerros rocosos con forma de terrazas se llevan la vista a la derecha y a la izquierda, mientras que en la dirección opuesta, desde el Este y desde el Oeste, los angostos valles de acceso se elevan.

Muy suave y sin preparación resulta en el Boquete del Valle Hermoso (3.565 m) la entrada a una zona que es sublime, salvaje, incomparable; donde un continente culmina; donde el rey ocupa el trono; donde el Aconcagua se yergue en medio de un paisaje de esplendor real. Pronto debía descubrirse con todos sus insólitos y abrumadores atractivos -una portadora de dolor y delicias.

Cabalgamos por terreno pantanoso, hacia abajo a territorio argentino, dando primero una curva hacia el Este a la izquierda, luego hacia el Norte y luego hacia el Sur. El descenso se realizó en un vallecito sin mayor significancia, luego desembocamos en un valle más grande, el cual, viniendo de la derecha inmediatamente cae hacia el Noreste. En esa dirección se abre acá la primera vista al Valle Hermoso: un gran tramo podría pasar desapercibido antes de los 1000 pies más abajo en que se encuentra el fondo del valle.

Si es que un nombre ha sido elegido en forma correcta este es el caso. «Hermoso» debe ser llamado un valle en el cual la belleza y la grandeza se unen fraternalmente tal como en este caso. A una hora de distancia se divisa un fondo del valle verde junto a la cómoda tranquilidad de una laguna inmóvil; rocas desmoronadas en la orilla; a mano izquierda un cordón nevado con varias cumbres que supera por unos 3000 m al suelo que se encuentra a 3000 m de altitud y unos esplendidos colores venecianos hacen un efecto en conjunto. El dorado sol de la tarde ilumina los cordones del lejano horizonte y obtienen sus tonos aquellos rojos purpura que son conocidos en las pinturas de Paolo Veronese.

De pronto -a una altitud de 3000 m- el Aconcagua se hizo visible; un momento de impresión inolvidable, bien puede ser el más extraordinario de todo el viaje. Podemos prepararnos imaginariamente para ciertos eventos y cuando nos suceden nos llegan con todo la fuerza de lo inesperado. La muerte de personas queridas también produce un efecto similar, también cuando su sufrimiento termina con cualquier esperanza; de esa forma actuó la primera vista del Aconcagua sobre mí. Si no hubiera tenido la intención de ascenderlo, sólo la admiración por esta gran creación habría llenado mi espíritu, pero yo quería ponerle el pie sobre la nuca; perdí el aliento y una sagrada timidez me recorrió – algo de la emoción antes de la batalla que atrae a un admirado rival a la lucha.

Dejé a la caravana continuar, me tiré al suelo y observé por el aire directo hacia la montaña.

A mano derecha se elevaba a una distancia de unos 35 kilómetros en dirección sureste. Hacia mí se volvió una ancha superficie con forma de techo sobre la cual había poca nieve. La parte superior del techo estaba claramente delimitado, puesto que en su punto final caían ambas cumbres; la de la izquierda parecía más alta que la de la derecha, pero sólo por unos 76 m, como más tarde las mediciones realizadas mostraron. Entre ambas cumbres se encuentra la línea de la chimenea, no como una arista serrada, sino que suave, balanceada, con una elevación en la mitad que es, sin embargo, 120 m más baja que el punto culmine. Era imposible decidir con esta vista si es que se trataba de una verdadera arista o del pedazo de la orilla de un cráter.

También para la tectónica, la ladera se utilizó como estructura, puesto que la cara Noroeste es una superficie homogénea, sombría y empinada. Ella provoca la forma de techo y se eleva hasta la línea de la arista, la cual se asemeja a la cornisa de un muro. La base de la ladera se encuentra muy alta y puede superar los 5.500 m; las paredes laterales están formadas por ocas verticales, en las cuales se intercambian las tonalidades café, amarilla y roja. Una magnífica cubierta de nieve parece encontrarse en el flanco Noreste que, desde mi punto de vista, se encuentra más a la izquierda; ahí se dan impresiones similares como en el Mont Blanc o en el Illimani. Los cerros de los alrededores retroceden de tal forma que su imponente masa funciona como una película y desde millas de distancia su formación domina por sobre la cadena montañosa con indiscutible gloria. Dos nubes blancas están sobre él y a medida que se acerca la noche se van empequeñeciendo. El sol que cae pone a las superficies de la pirámide en relieve y separa con sus rayos la oscura profundidad de las alturas etéreas de la cumbre. Desde acá arriba parece no haber peligro que amenace por más que las profundidades se vean espantosas; la frase de Dante lasciate ogni esperanza fue puesta en piedra acá.

A pesar de eso la esperanza no se pierde y me mantuve fiel a la idea de que con frecuencia la roca se ve inexpugnable a la distancia y creí que con seguridad podría estar esos 1800 más arriba. Sería falsear la historia si es que ocultara que en este punto la duda inquietante me dominó y que la primera noche en suelo argentino la pasé bajo un circulus vitiosus de cavilaciones que me mantuvieron alejado del sueño fortalecedor.

Paul Güssfeldt

Con el Aconcagua se ha unido para la eternidad el nombre del sabio y montañista Dr. Paul Güssfeldt. Güssfeldt fue el primero que intentó un ascenso del Aconcagua. Especialmente lo motivaron intereses científicos a realizar esta empresa, un poco menos la ambición de montañista.

Dos veces intentó Güssfeldt la conquista del gigante, ambas veces debió retroceder sin haber alcanzado la cumbre. Logró llegar hasta una altitud de 6.600 metros.

Aunque no consiguió ascender la montaña, aunque los últimos conocimientos sobre la estructura geológica del cerro le fueron vedados su trabajo de investigación en esta zona montañosa es tan fundamental y exhaustiva que su nombre siempre estará en primer lugar en la historia de la exploración y ascensos de la montaña más alta del nuevo mundo.

Güssfeldt fue el pionero de todas las ascensiones posteriores, él descubrió la ruta que proviene del Norte desde el valle Hermoso. El gran glaciar que Güssfeldt cartográficamente recogió y cruzó fue llamado por el gobierno argentino, en reconocimiento a su mérito, ventisquero Güssfeldt.

Los resultados de sus investigaciones en el Aconcagua, así como sus expediciones en los Andes chileno-argentinos fueron recogidos por Güssfeldt en el libro «Reise in den Anden von Chile und Argentinien» (1888 Berlin, Pätel). El libro se encuentra actualmente agotado y con dificultades se puede conseguir a través de un anticuario.

Nosotros publicamos en este «Aconcaguaheft» los reportes de Güssfeldt sobre sus dos intentos de ascenso como reproducción de su mencionado libro. Es de esperar que la editorial del libro se decida por una nueva impresión. Con seguridad este trabajo recibiría acá en Chile y en Alemania muchos interesados.

Sobre la vida de Güssfeldt citaremos algunos datos. El nació el 14 de octubre de 1840 en Berlin. Estudió en Heidelberg, Berlin, Giessen y Bonn matemáticas y ciencias naturales y ejerció como profesor de matemáticas en Bonn. La guerra de 1870/71 lo convirtió en voluntario de guerra. En ésta tomó la dirección de la expedición organizada por la «Sociedad Africana» a la costa de Loango de la cual trajo una gran producción científica. En 1876 realizó un nuevo viaje científico por la costa este del desierto egipcio. En 1882 viajó a Sudamérica para realizar grandes investigaciones en la zona del volcán Maipo y en el Aconcagua. Güssfeldt ascendió en solitario el volcán Maipo hasta la orilla más extrema del cráter. Finalmente visitó el altiplano boliviano y luego regresó a Alemania. En los años siguientes realizó diferentes ascensos y excursiones a los glaciares en los Alpes. Acompañó al Emperador Wilhelm II en su viaje a los países del Norte. En 1892 fue nombrado profesor y trabajó como tal en la Universidad de Berlin. Falleció en 1920.

W.

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1930 (Heft 4 – Aconcagua)