Relatos

Travesía del «Grat» del Caquicito al Caqui – Traducción del artículo de 1920

Travesía del «Grat» – Del Caquicito al Caqui

(Caquicito – Grat del Caqui – Morro Manzano – Piedra del Gaucho – Catemu – Chagres)

17-20 de septiembre de 1920

Los feriados del dieciocho estaban por llegar y para los cuales nosotros, siguiendo una necesidad anual, habíamos fijado y planificado una excursión que no debía estar atrás de lo hecho el año anterior y que debía ofrecer algo nuevo al grupo de excursionistas. Desde hace años estamos yendo en septiembre a los cerros del Caqui que siempre nos han tenido fascinados y así, en esta ocasión, también se dirigió nuestra mirada de forma natural hacia el Caqui. Ya habíamos pasado por todas partes del Caqui por lo que se había convertido en una zona conocida, así que ¿cómo llevar hacia allá a estas almas aventureras sin ser criticados de antemano? «Por el Grat (arista)» se escuchó desde el grupo. Con algo de angustia se realiza esta propuesta que entre sonrisas y sorpresa es aceptada por el resto.

«El Grat»… Como algo indefinido, algo que, con la mejor voluntad, no puede ser imaginado correctamente, el Grat aparece delante de los ojos de los excursionistas que se han reunido a deliberar. Se conocía a vista simple la línea dentada de rocas, por ejemplo, desde el valle de Ocoa. Además, la travesía ya no era algo nuevo puesto que el Grat ya había «caído» en enero de este año, pero se sabía que el Grat se había opuesto a los intentos más tenaces que siempre se habían realizado en grupos pequeño de 3 a 4 personas y que además, en esta ocasión éramos 9 personas que llevábamos equipo para recorrer el Grat en 3 días. Todas estas eran razones de peso que debían ser bien pensadas. Pero «Mut zeiget auch der Mameluk» (el mameluco también muestra valor). Por lo tanto, nos pusimos a trabajar para ver qué se nos ofrecía…

Este año también nosotros con este gran grupo de excursionismo hemos completado la travesía, un logro que nos llena de merecido orgullo y que, en primera línea, debemos agradecer a nuestro incansable guía, Don Bobby, quien con constancia y destreza llevó felizmente a todo el grupo hasta el final. Tras superar numerosos peligros se ve todo mucho más fácil y los todoterreno van a tener más tarde, cuando hayan superado el primer miedo y ya nadie los pueda delatar, una sonrisa por el Grat del Caqui y sus dificultades. Se repite la historia de Colón y el huevo.

Pero para nosotros, que como novatos escalamos por el Grat, la travesía representa un suceso del cual las primeras impresiones y recuerdos quedarán grabados en nuestra memoria. En esta oportunidad quisiéramos poner en relieve el logro de aquellos, que tras varios intentos fallidos, no se dejaron intimidar y con entusiasmo y persistencia se ganaron el Grat tramo a tramo hasta que finalmente lo vencieron. Francamente increíbles para el novato son los pasos que buscaron y encontraron los conquistadores del Grat que permitieron llegar hasta el siguiente punto que para los no iniciados representaba en comienzo del fin del mundo.

17 de septiembre. De forma escandalosa se arruman en el atestado Expreso las personas y sus mochilas para que pueda comenzar el viaje. El tren maliciosamente nos lanza a unos contra otros en las curvas cerradas, pero con tranquilidad seguimos fumando nuestras pipas y esperamos lo que venga.

¡La Calera! Pasó realmente rápido y ahora vamos galopando hacia el coche al que antes hemos telefoneado y que nos espera. Rápidamente nos repartimos los 9 en dos coches y pasamos como en una película por entre entusiastas multitudes que, con motivo de los días feriados, como todos los años, han salido a celebrar. Esta vez no tomamos la carretera normal, sino que el camino más corto por el lecho del río Aconcagua, una historia algo cómica debido a la oscuridad de la negra noche. Sin embargo, todo resultó bien y el camino a continuación era utilizable de forma tal que, tras unas pasadas poco agradables -que para el horror de uno de los cocheros se encontraban al frente de un cementerio- llegamos sanos y salvos al rancho ya conocido donde comenzaba la marcha. Nos separamos de los cocheros con las típicas discusiones acerca del precio viaje que terminó con voces elevadas y comenzamos la marcha a las 3:00 de la noche con las linternas de carburo que nos prestaron una gran ayuda a lo largo de toda la caminata. Durante la marcha hacia el camino en zigzag nos perdimos a pesar de las linternas, pero lo tomamos con buen humor y con media hora de retraso encontramos el camino correcto. Lento, pero seguro bajo el peso de las mochilas subimos por el camino mientras nos caían gotas de sudor y, tras media hora de marcha, ganamos la arista sobre la cual transcurre la ya tan frecuentada huella que lleva al «Schneidereck» (rincón de Schneider). A las 11:00 alcanzamos el punto con agua y acá hacemos por primera vez una pausa de una hora y media.

Desde acá el camino por el acarreo se volvió fastidioso. La luna lamentablemente se había puesto hacía rato, pero, gracias a Dios, las molestas nubes habían desaparecido.  A pesar de la ausencia de la luna la conocida «Teoría de la Absorción» nos ayudó a disfrutar de una bóveda celestial llena de estrellas. Los pasos de los caminantes se volvieron más cuidadosos, con más frecuencia se repetían las pausas ocasionales, puesto que había que seguir por un terreno de mayor pendiente y se notaba que llevábamos provisiones para 3 días y además el saco de dormir hacia las alturas. A pesar de esto alcanzamos a las 5:00 el «Schneidereck» donde estaba prevista una pausa de 2 horas.

18 de septiembre. Hasta acá la marcha había sido satisfactoria a pesar del peso del equipo; después se puso notoriamente más difícil puesto que la ladera se puso, probablemente gracias a la luz del día, más inclinada, de forma que a las 9:15 llegamos a la cumbre del Caquicito cuando la escalada por la pared ya había puesto de mal humor a la mayoría.

Una hora de pausa debía darnos las fuerzas necesarias para la travesía del Grat. Comimos lo requerido y fuimos cuidadosos con el consumo de agua.

¡Demasiado rápido pasó la pausa! El guía observa las cabezas de sus seguidores, realiza un corto examen y el baile ya puede comenzar… El primer quiebre es pasado sin dificultades; más allá se gatea hacia arriba por una punta y se acerca el segundo quiebre. ¡Una maraña de bloques solitarios de roca por todos lados! Esto significa que ahora hay que seguir con más cuidado puesto que justo después de eso viene el primer rapel. En un tiempo increíblemente corto se han acostumbrado las manos y pies a los pasos creados por la naturaleza que son adecuados para pisar y agarrarse. Así seguimos con esfuerzo, pero de forma satisfactoria hasta la siguiente pared donde aparecen los primeros grandes abismos que observamos con curiosidad, pero de los cuales nos alejamos rápidamente. El primer rapel se ejecuta bastante bien, aunque de la mayoría se apodera una sensación poco agradable durante ella. «Con la frente hacia adelante» no es para los novatos algo muy ilustrativo, pero se avanza. Todos saben del guía y de su asistencia permanente, nuestro pequeño Hennigs, que ya viene el «Loch» (agujero) y la ya conocida desagradable sensación crece en todos. Mientras tanto hemos llegado junto a una pared que cae hacia el valle de Ocoa, a la que lleva un camino resaltante de roca hasta una curva pronunciada en que la huella se vuelve más estrecha. De alguna manera todos logran pasar sin peligro hacia la zona más amplia que se encuentra delante del siniestro agujero.

¡Parada general! Ninguno de nosotros sospechaba que junto a la huella se encontraba un horrible precipicio. Recién nos damos cuenta cuando ya felices habíamos pasado y estábamos subiendo hacia la siguiente punta y durante la marcha dirigimos la mirada hacia atrás.

¡El ágil H. ha desaparecido! ¿Adónde se fue? Bobby se ríe socarronamente. «Bajó al agujero sin cuerda». Con curiosidad nos acercamos al borde y nos asomamos tanto como podemos hasta poder ver el fondo. ¡Dios santo! ¿Por acá tenemos que bajar? Sí y debemos apurarnos un poco porque el tiempo apremia. Ya está encordado el primero, recibe el último consejo de cómo se dan los pasos y se hacen los agarres y lentamente desaparece. De forma sonora resbalan hacia abajo los corazones de los hermanos tambaleantes y una suave palidez recorre algunas caras. La cosa se ve de nuevo más peligrosa de lo que es y desde abajo se escuchan palabras alentadoras. A la misma altura donde la pared se inclina hacia el interior hay un resalte salvador en el que se puede pisar con comodidad y desde ahí alcanzar el punto desde el cual, con un debido salto de gimnasta, se llega al fondo del agujero. Ahí se juntan poco a poco los escaladores, luego se dejan las mochilas y luego sigue Bobby para realizar el último rapel hasta la base del profundo corte del Grat. El tramo siguiente no parece tan peligroso.

 

¡H. está de nuevo desaparecido! Es un hijo del demonio, pero no es para sorprenderse puesto que conoce cada resquicio en la pared. En todo caso, ninguno de nosotros se atreve a seguirlo sin cuerda, puesto que cuando el ojo ve pasos abruptos por acá y por allá que hay que usar para el descenso parece una empresa arriesgada. Pero en el siguiente rapel el grupo muestra  más coraje y destreza.

¡Cómo se pasa el tiempo! Ya estamos por más de 3 horas escalando en el Grat. ¿Cuánto más tiene que durar la historia? Al llegar al suelo esperamos nuestras mochilas. Mientras tanto intercambiamos opiniones; todos los novatos están de acuerdo: ¡una vez y nunca más! Ya conocemos eso. Pasado mañana ya van a hablar diferente como si no estuviera la atracción del peligro. ¿Por qué vamos a escalar una y otra vez a los cerros?… Elogios sin límite tienen todos para nuestro guía que trabaja sin pausas y recién cuando todos están seguros, supera los pasos peligrosos sin cuerda para entonces hacernos avanzar.

Seguimos cerro arriba. Por enésima vez no tenemos idea cómo, sólo nos interesa finalmente llegar al otro lado. ¡Afuera de esta caldera de bruja!

«Eso es lo que faltaba.» ¡Se ha instalado neblina! Tenemos un poco más de la mitad del Grat detrás nuestro y ahora recibimos este regalo. Pero la neblina no sube lo suficiente como para cubrirnos. Un fuerte viento norte la mueve rugiendo por las grietas, sin embargo, se estrella contra la pared del Caqui que lo sostiene como a un mar en crecimiento. En estos barridos de neblina las rocas y precipicios se ven aún más interesantes.

Creíamos que ya teníamos todas las dificultades detrás nuestro y el guía se lo había confirmado a cada uno que se lo preguntó. «Ahora viene una pared un poco abrupta en la próxima bajada, pero no tiene dificultades.» Conformes seguimos escalando -poco a poco nos hemos ido cansando-, pasando por pequeñas dificultades que se ofrecen con frecuencia y que son superadas sin quejas. Finalmente, gracias a Dios, estamos delante de la última pared. En la punta nos reunimos y hacemos una pequeña pausa. De pronto se levanta, entre algunos de los que se encuentran aparte, un ataque de indignación. «Acá nos vamos para abajo y nunca más algo así.» Con curiosidad observan los otros la situación un poco más cerca y… nos parece otra vez imposible. Nos aseguran que abajo comienza la carretera, pero a pesar de eso, la mayoría queda con la cara larga puesto que la esperanza de una pronta tranquilidad se desvaneció nuevamente. Sin embargo, es la última vez que debemos encordarnos.

De resalte en resalte y de bloque en bloque alcanzamos escalando la penúltima hendidura. Vemos como el precipicio bosteza delante nuestro desde el valle de Ocoa; derechas como velas caen las paredes que no tienen ni acceso ni salida y pobre del que acá buscando una ruta y se pierda al escalar.

La bajada de las mochilas se hizo esta vez especialmente rápido. Todas las cintas y cuerdas se usan y luego, a lo largo de la pared, se instalan estaciones desde donde se siguen trasladando las mochilas. De esta manera, acá abajo fuimos felices. ¡Si, fuimos felices! Sí, fuimos felices puesto que ya no había más paredes ni agujeros que nos pudieran hacer algo y ya no estábamos apesadumbrados cuando, tras otras escaladas, vimos la última y más alta punta delante nuestro. No le hicimos el favor de escalarla, sino que la rodeamos por la izquierda. Antes de abandonar la última parte del Grat se nos ofreció un inusual y magnífico espectáculo de la naturaleza: el sol que se encontraba a nuestras espaldas lanzó sus rayos sobre el mar de nubes que cubría el valle formándose un doble arco iris de brillantes colores en cuyo centro se podía ver a cada uno de nosotros. Nos tomó una hora más de duro trabajo, pero ya nos sonreían a lo lejos las superficies verdes cubiertas de árboles sobre el valle. También parecía haber suficiente leña, así que las perspectivas de un campamento agradable eran realmente buenas.

A las 4:30 llegamos a nuestro campamento alto, donde teníamos agua y leña, así como la ansiada tranquilidad.

19 de septiembre. La noche fue muy fría, incluso se formó hielo en las botellas. Un buen fuego de campamento ayudó a que también quienes no tenían saco de dormir pudieran conseguir el calor suficiente para dormir. A las 8:00 de la mañana iniciamos nuestra marcha hacia la cumbre del Caqui (2000 m). De forma suave, pero constante asciende una ladera hasta la cumbre de este cerro que alcanzamos alrededor de las 10:00. Un tiempo magnífico y una maravillosa vista a la cordillera nos envió hoy el dios del clima.

Sobre el cordón del Caqui fijamos nuestro siguiente objetivo, la cumbre del Morro Manzano.

La marcha por el terreno suavemente ondulado cubierto por pasto fue un placer para nosotros, una recuperación. A pesar de la fuerza que nuestro querido sol desplegaba aquella mañana, no teníamos para nada que sufrir de calor puesto que soplaba un fresco viento sur por sobre el Caqui. A lo lejos, hacia el norte, se divisaba, en el claro aire de la mañana, la meseta del cordón delante nuestro. Viejos conocidos nos saludaban desde allá. El Morro Negro, Maitencillo, los Llanos del Cobre y cómo se llame el resto, eran fáciles de reconocer, pero esta vez les faltaba la poesía a los cerros. Las paredes del Morro Negro sólo con nieve se ven imponentes y también les faltaba la vida a las alturas. Sobrio con su colorido café uniforme se encontraban delante nuestro y no eran capaces de sacarle un grito de alegría al caminante. Llenos de vida echábamos de menos la belleza de los valles y alturas nevados y nos quedaba en su reemplazo el poder observar al fondo del horizonte la cordillera. Esto lo hacemos con frecuencia y el encanto de esta vista es único.

Poco antes de las 10:30 estábamos en la hondonada que se encuentra delante de la cumbre del Morro Manzano y observábamos con calma desde cerca las paredes de este cerro que ya en caminatas anteriores había llamado nuestra atención. Vista de tan cerca la escarpada pared sin nieve no se pierde su efecto sobre el observador y por un largo rato nos sentamos a observar con calma absortos frente a las maravillas del áspero mundo montañoso.

Por entre un montón de rocas dispuestas al azar tuvimos que escalar para conseguir el último tramo de la ruta hacia la cumbre. Involuntariamente nos imaginamos, al ver estos bloques de roca, que un gigante dejó su humor le soltara las riendas y luego de eso abandonó el escenario de su acto desenfrenado como un niño mal criado.

A las 12:00 llegamos a la cumbre del Morro Manzano donde hicimos una larga pausa de mediodía.

Nuestra siguiente visita era a la Piedra del Gaucho (2100 m), a la cual se va, tras un fuerte cambio de dirección, hacia el Noreste, en cuya dirección marchamos hacia Catemu. Desde la cumbre de este cerro disfrutamos por última vez del magnífico panorama y fijamos el plan de campaña puesto que desde acá arriba se puede ver el valle que elegimos para nuestro descenso.

A las 3:00 de la tarde dejamos la altiplanicie del cordón del Caqui y comenzamos el descenso que parecía fácil de seguir. La alegría no duró mucho, puesto que el supuesto camino se perdió pronto en la confusión de piedras y acarreo. Interminable parecía la ladera de acarreo y mientras más descendíamos se reconocías más curvas del valle. De excursiones anteriores conocemos el carácter de los valles que llevan hacia Catemu y debido a eso nos hemos resignado a una larga caminata. Temporalmente nos encontramos todavía en el acarreo y algunos pares de botas fueron tal maltratadas acá que sólo unos restos de ellas se pudieron salvar.

A unos 1500 m finalmente vimos algo como un camino. Por todas partes en los cerros se veían minas y galerías de minas y nuestra suposición de que también se debían encontrar caminos se confirmó luego de forma feliz. Cuando poco después también encontramos agua, estábamos en completa armonía y animados por nuevas esperanzas de que nuestra empresa tendría un final feliz, así que nos dirigimos durante las magníficas horas del atardecer, todavía tambaleando, hacia el valle donde pensábamos armar, a unas dos horas de distancia de Catemu, nuestro campamento.

Al atardecer, a eso de las 7:30, tras buscar por allá y por acá, encontramos un lugar adecuado para el campamento que rápidamente con ayuda de todos los participantes fue preparado para nuestro propósito. Cuando, uniendo fuerzas, arrastramos un gran tronco arrojado por el estero hasta el fuego reinó la alegría y satisfacción y nos pusimos a cocinar. Algunas madres se sorprenderían con la destreza y abundancia con que sus pobres hijos, allá afuera, preparaban su cena que recién a altas horas de la noche terminó.

20 de septiembre. De nuevo la noche fue fría y húmeda, pero el buen fuego les ayudó a todos a pasar una buena noche. El sol brillaba hacía largo rato sobre los cerros y el valle cuando, a las 9:00 de la mañana, nos preparamos a partir. En una hora llegamos a las primeras casas de Catemu donde tomamos uno de los senderos junto a los cerros que más tarde resultó ser el equivocado. Sin embargo, ya habíamos superado tantos obstáculos que un par de cercos y canales ya no nos daban quebraderos de cabeza y cuando, más tarde, llegamos a un estero que nos impedía la marcha, lo vadeamos sin mayores preámbulos. Este camino también tenía su parte hermosa, puesto que nos llevó por un largo rato por opulentas vegas y luego de que habíamos dejado detrás nuestro la polvorienta carretera alcanzamos hacia la 1:00 el pueblo de Chagres. En el único albergue de este pueblo pasamos el tiempo hasta la llegada del tren de Los Andes que nos llevó a Llay Llay donde tomamos el Ordinario para irnos a casa.

 

Traducción: Álvaro Vivanco

Artículo publicado originalmente en la Revista Andina 1920 Heft 3