Tres Intentos y Definitivo Primer Ascenso del Nevado Piuquenes. 6000m
Por Juergen Lueders, Santiago
Fácil es encontrar en el mapa la ruta al orgulloso seismil en la frontera entre Chile y Argentina. Debido a que debo ahorrar espacio, les pido a los eventuales interesados en la ruta, seguir el mapa conmigo. El ferrocarril militar nos lleva desde Santiago a San Gabriel; ahí mismo montamos nuestras mulas y cabalgamos por el valle del Yeso hacia arriba, pasamos por la laguna Negra para así alcanzar el Paso Piuquenes. Es conveniente montar un campamento a la altura de la laguna Negra y repetir éste a los pies del paso para que así los animales descansados puedan ganar altura al día siguiente. Entonces se avanza con esfuerzo, pero sin dificultades técnicas por sobre los 4000m por el paso hacia Argentina. En el país vecino se cabalga por una cómoda huella hacia abajo hasta alcanzar los 3000m.
El camino a continuación nos lleva a pasar junto a los, a menudo mencionados cerros Palomares, los que siempre vuelven a llamar la atención con sus curiosas formaciones y colorido. Se trata de torres semicirculares de 700m de altura, de coloración rojiza y formas similares a las de las palomas. Capas rocosas duras y blandas se superponen unas sobre otras; las capas blandas se encuentran corroídas por el mal tiempo mientras que las duras han resistido a éste. Es así como se han formado incontables cavidades, las que no son habitadas por palomas como popularmente se cree, sino que por el rey de las alturas, el cóndor.
Aproximadamente a la altura de estos palomares nos desviamos con nuestra tropa hacia la izquierda (Norte) para así armar nuestro campamento base a los pies del Piuquenes.
Cuando nos atrevimos a hacer el primer intento en enero de 1930, montamos nuestro campamento algunas horas en mula más abajo y por una semana se pudo ver nuestra carpa blanca en las “Vegas Real de Contreras”. Estas vegas también son llamadas “Corrales de Mena”.
Brevemente quisiera describir los tres intentos que realizamos:
Enero de 1930. Después de dos días de descanso en los Corrales de Mena, las mulas, bajo la dirección de Don José (José María Castillo), nos llevaron hasta 100 metros bajo el glaciar a una altura de 4500m. Los binoculares se deslizaron por los muchos metros cuadrados cubiertos por hielo: ninguna grieta ni irregularidades parecían ponernos dificultades para el avance. En vista de la aparente fácil ruta de ascenso se retardó en dos horas el momento de la partida. A las 12 de la noche partimos del campamento alto. Los 100 metros hasta la subida al glaciar fueron ganados fácilmente; nuestra condición era sobresaliente tanto moral como físicamente y la repentina sorpresa de que el liso e inofensivo glaciar se transformó en un mar de penitentes no le hizo daño a nuestro buen ánimo. La travesía de penitentes es difícil. Me permito describirla con algo más de detalle.
Cuerda y crampones comenzaron a hacer su trabajo. Las agujas de hielo de unos 3 metros de altura se levantaban tan cerca una de otra que apenas una persona podía pasar entre ellas. Esta fue el arma secreta que el cerro presentó contra nosotros. No creíamos en grandes campos de penitentes y estimábamos que en cualquier momento llegaríamos a su fin para quedar libres. Con esfuerzo se clavaban los piolets en el hielo, haciendo chirridos rodaban las astillas de hielo en las grietas; haciendo un espacio precario para permitir a nuestros cuerpos pasar entre las torres de hielo seguimos avanzando.
Entre nosotros no nos podíamos ver, sólo la luz de las linternas y la cuerda establecían un contacto. Inquietantes se escuchaban los monótonos avisos de peligro de quien iba adelante durante la noche.
Esta travesía por el campo de penitentes fue una experiencia horrible y costosa. Las agujas de hielo de 3 metros de altura no permitían ver más allá, una grieta seguía a la otra, mientras en lo profundo de ellas de forma siniestra gorgoteaba el agua. En este inmenso laberinto era difícil mantener la dirección, con frecuencia echábamos anilina, pero sin éxito: cuando derrotados nos dimos la vuelta no encontramos rastros de la huella de subida.
De esta forma alcanzamos los 5400m de altura; catorce horas luchamos entre las agujas de hielo, peleamos como contra un rival vivo que nos derrotó. Nunca habría sido posible pasar por ese enredo de hielo, si es que puedo llamarlo de esa forma. Sólo los realmente duros, quienes esperen una noche con 15° bajo cero sobre las agujas de hielo y que puedan cortar las cabezas de los penitentes y se balanceen sobre sus cantos durante treinta horas podrían derrotar al Piuquenes por esta ruta, suponiendo que los penitentes bloquean el camino.
Desdeñosamente el glaciar observó nuestro regreso y el ruido en el hielo sonó como la maliciosa risa del triunfador.
El segundo ataque ocurrió dos días más tarde y por otra ruta, esta vez por la arista que une la cumbre del cerro con el Palomares. El cerro debió ser tomado por asalto; para ahorrar peso no se llevó carpa para un campamento de altura. Un nicho en la roca a unos 4200m de altura sirvió de refugio. Poco antes de alcanzar el mencionado refugio se desató una temida tormenta de verano. Con toda su energía se defendieron los montañistas de la rugiente tormenta y su frío; fue una “noche triste” la que debieron pasar. El descenso al campamento base se vio dificultado por la presencia de nieve fresca. En cuanto todo se había recuperado y con pensamientos de venganza regresamos a nuestros acogedores hogares.
Lo habíamos mantenido aparte, ¡al orgulloso Piuquenes! Por tercera vez salimos al ataque. Esta vez se volvió a elegir la ruta del segundo intento. Llenos de optimismo dejamos el campamento base: casi parecía innecesaria la cuerda por lo plano con que el glaciar nos llevaba hacia arriba. No habían grietas en nuestro camino. Fuimos rechazados 300m bajo la cumbre. Se levantó una tormenta como nunca antes habíamos vivido. Con gran esfuerzo podíamos mantenernos de pie. Al mismo tiempo vociferamos en contra: “¡ahora a ser duros, hay que mostrar lo que la voluntad y la rabia son capaces de hacer!” Era el tercer intento. Nos lanzamos al hielo, las manos y la cabeza protegidos del frío cortante. La tormenta rugía con violencia terrible. Nada de la ropa podía defendernos del frío, hasta los huesos sentíamos el aire gélido invadiéndonos.
¡Hay que ser duros! Otra vez hacia adelante; titubeamos, rasgábamos el hielo cercanos a la desesperación por el frío y la rabia. Un contrito “hay que regresar” desde una boca congelada; entendemos: la montaña ha triunfado por tercera vez. Una noche hemos luchado – hombre contra montaña – y las montañas son más fuertes que los hombres.
Dejamos pasar un año y entonces en febrero de 1933 partimos de nuevo. Otra vez vamos al Piuquenes. Esta vez Gerd von Plate, Otto Pfenniger y yo. Gerd nos quería acompañar hasta el campamento base y Otto, que ya había participado de los intentos anteriores quería arriesgarse a quedar decepcionado una vez más. Sin embargo, esta vez el cerro fue benevolente y todo resultó. A ambos se nos permitió el 8 de febrero de 1933 ser las primeras personas en pisar este gélido seismil.
La ruta fue la misma del segundo y tercer intento. En esta ocasión tampoco nos resultó fácil. Dificultades técnicas no tuvimos, pero nos vimos exigidos a usar toda nuestra tenacidad y aliento. No fue difícil y no fue fácil, sin embargo, estamos orgullosos de haber estado allá arriba. Fue una pena que nuestro amigo Krückel, que participó en los intentos anteriores y debido a falta de tiempo, no nos haya podido acompañar. Él se merece, al menos, tanta fama como a nosotros puesto que en los intentos pusimos mucho más de nosotros que en el ascenso mismo. Realmente sufrimos, maldecimos e insultamos sólo durante los intentos y si Don Sebastián hubiese tenido el tiempo, con seguridad nos habría acompañado hasta arriba.
La vista desde la cumbre es escalofriantemente hermosa. Una filosa arista lleva por 600 metros sobre nosotros hasta el sobresaliente Tupungato. Sin embargo, no creo que haya personas capaces de recorrer esta arista puesto que hacia ambos lados cae por miles de metros. La vista queda atrapada por la majestad de este gigante y en cada corazón de montañista nace el deseo de conquistar también este otro cerro. Terrenos glaciados de proporciones enormes pudieron impresionarnos. El macizo del Marmolejo con sus 6100 metros nos infunde temor y recordamos a los primeros ascensionistas de esta montaña.
Abajo en el campamento base, celebramos con alegres canciones y un vigoroso vaso de “chacolí” este hermoso primer ascenso. Estábamos reconciliados con el cerro.
Traducción: Álvaro Vivanco
Selección de fotografías: Eduardo Quezada
Original publicado en alemán en Revista Andina de 1933: